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Un Taxi a la Búlgara

jueves, 25 de abril de 2024
Recientemente he viajado a Sofía, la capital de Bulgaria. Entre las recomendaciones que leí, una se repetía insistentemente: ojo con los taxis ilegales, ya que suelen estafar a los turistas.

Llegamos tarde al aeropuerto y no encontré dónde cambiar moneda local, así que, convencido que la inminencia del país en entrar en la zona euro haría que esta moneda sería recibida como agua de mayo, me dirigí resuelto a un taxi amarillo, cuyo conductor se bajó del vehículo y metió rápidamente nuestro equipaje en el maletero. Ya estaba otra vez al volante cuando le pregunté, en mi inglés de los montes, si podía pagar en euros. Prestamente se volvió a bajar del coche y se dirigió al maletero para devolver el equipaje a sus propietarios, mientras respondía, en búlgaro de ciudad, algo que yo interpreté como "solo levas y credit card".

Rápidamente esgrimí la tarjeta de mi banco (por una cuota de 3 euros mensuales me exime de las comisiones de todas las transacciones que efectúe en moneda extranjera), a lo que el conductor cerró el maletero y volvió al volante. Y entonces tuve la genialidad de preguntarle si tenía "meter", a lo que el buen señor respondió algo como: "por supuesto, donde se cree que está, ¿en Uganda?".

Yo tenía memorizado el recorrido visto en mi ordenador y, por las dudas, comprobé que llevaba a mano una brújula. Qué le voy a hacer, son del siglo pasado. No hizo falta. El búlgaro programó su móvil y se dirigió como una flecha al hotel reservado. Al llegar, acercó mi tarjeta al "meter" y le dio a un botón para sacar un pequeño tique. Me costó 10 euros, cuando todas las referencias me decían que el trayecto oscilaba entre 15 y 20, y el servicio que me ofrecía el hotel, solo 30 euros.

El primer día lo dedicamos a patear por esa interesante ciudad, donde cada vez que hacen un pozo aparecen ruinas romanas. Al construir el metro (no el del taxi, el subterráneo), salieron a la luz los restos de la primitiva urbe, Sernika, que fueron integradas a la moderna ciudad con bastante acierto.

Como al día siguiente teníamos reservada una excursión a primera hora y debíamos presentarnos junto a la catedral, pregunté en mi hotel cómo conseguía un taxi, ya que no había observado ninguna parada durante mi recorrido. La amable recepcionista (el trato de todo el personal de los hoteles fue muy cordial), me preguntó se salíamos del hotel, y ante mi afirmación me señaló algo parecido a un ratón de ordenador que reposaba sobre el escritorio. Me dijo que si apretaba el botón en unos minutos llegaría el taxi. Sorprendido y feliz porque no había que leer un código QR ni tenía que bajar ninguna aplicación, ni darme de alta en ningún sitio, me pregunté, si realmente funciona, ¿porqué no se utiliza en otras ciudades?

A la mañana siguiente le di al botón y le mostré a la empleada el texto ilegible que apareció (alfabeto cirílico). Me confirmó que estaba todo correcto y después de unos 3 o 4 minutos, apareció el taxi. Que maravilla.

El día que salíamos para el aeropuerto, antes que amaneciera, con algo de preocupación por si se demoraba, repetimos la operación digital (con el dedo índice) y salimos a la acera para comprobar la temperatura cuando vimos aparecer al taxi, reculando (el hotel estaba situado en un pasaje sin salida). Por el tiempo que esperamos, el conductor debería estar a la vuelta de la manzana, esperando ansioso nuestro timbre.

A pesar de la industrialización del turismo, cada vez más impersonal y clonado, de vez en cuando descubro algo interesante.

Andrés Montesanto. Un curioso que lleva casi 60 años rodando por el mundo.
Montesanto, Andrés
Montesanto, Andrés


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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