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Lagarto de Gran Canaria

domingo, 25 de febrero de 2024
El declive del mayor lagarto del mundo

Dedicado a María Isabel Placeres Rodríguez, extraordinaria mujer y excelente ceramista capaz,
con sus manos y la arcilla, de insuflar vida a un lagarto de Gran Canaria,
convirtiéndolo en símbolo y elemento esencial de mi vida literaria.

Lagarto de Gran Canaria
Comencemos con una aseveración de los herpetólogos: nos encontramos ante el mayor reptil del mundo de la familia de los lacértidos. Esa es la carta de presentación de un lagarto endémico de la isla de Gran Canaria, que siempre fue considerada abundante, sin riesgo de peligrar su supervivencia, al mismo tiempo que poco conocido y valorado pues se consideraba, en cuestión de gigantismo en la especie, un segundón pues el primer puesto lo ocupaba un primo hermano que habitaba una isla más pequeña: el lagarto gigante del Hierro.
Yo ni confirmo ni niego que sea el mayor de los lacértidos. Cierro los ojos y a mi mente viene otra especie que no le va a la zaga, perteneciente también a la familia Lacertidae, los lagartos ocelados europeos pueden alcanzar noventa centímetros de longitud y medio kilo de peso.
El caso es que, más allá de los récords, nos encontramos con un género endémico: Gallotia, y con siete especies representativas del mismo: el lagarto atlántico (Gallotia atlantica), el lagarto pequeño de las Canarias (Gallotia caesaris), el lagarto tizón (Gallotia galloti), el lagarto tizón de la Palma (Gallotia galloti palmae), el lagarto gigante del Hierro (Gallotia simonyii), el lagarto gigante de la Gomera (Gallotia bravoana), el lagarto canario moteado (Gallotia intermedia), el lagarto de Gran Canaria (Gallotia stehlini) y el lagarto gigante de la Palma (Gallotia auritae), este último posiblemente extinto pues no se observan ejemplares de la especie desde el año dos mil siete.
Como curiosidad señalar que una especie Gallotia goliath, extinguida desde los tiempos de la conquista, llegó a alcanzar tamaños superiores al metro (ciento veinte, ciento treinta centímetros, acaso más), según estudios basados en las medidas craneales obtenidas de los abundantes fósiles encontrados.
Perdonen esta pequeña digresión que no pretendía más que situarles en la importancia de este género endémico que, por desconocimiento, pocas veces valoramos.
Volviendo al tamaño y a nuestro lagarto de Gran Canaria, estudios posteriores ratificaron lo que era obvio, los lagartos "gigantes" de la isla herreña alcanzaban. en su dimensión mayor observada, los sesenta centímetros de longitud, longitud que como ustedes saben, en los lagartos se mide desde la punta del hocico en la cabeza hasta la punta terminal del último sgmento de de su cola.
Sin embargo, los lagartos de Gran Canaria llegaron a alcanzar en un pasado reciente ochenta centímetros, es posible que hasta un metro de longitud, siendo habitual observar hoy en dia grandes ejemplares con medidas superiores al medio metro, tanto en zonas aisladas donde el tránsito del ser humano es poco habitual, como en zonas antropizadas que por circunstancias diversas albergan excelentes condiciones para el desarrollo y crecimiento de estos saurios.
Pudo constatarse esta aseveración en cada una de las obras necesarias para la ejecución del plan urbanístico de Tamaraceite, en Las Palmas de Gran Canaria, y Lagarto de Gran Canariatransformar una enorme bolsa de suelo agrícula en una inmensa parcela de servicios, comercial y urbana. Lo cierto es que los muros de los cultivos albergaban una gran población de lagartos de Gran Canaria. Fue necesario que ecologistas, herpetólogos y técnicos de Medio Ambiente pusieran el grito en el cielo, la prensa y otros medios de comunicación para que se llevara a cabo un proyecto de protección y traslado de un buen número de ejemplares. Todos pudimos observar sus medidas durante las operaciones de rescate de decenas de lagartos de Gran Canaria pues se recabaron datos sobre el peso y la longitud de los saurios y no fue excepcional encontrar algunos con medidas superiores a los cincuenta centímetros de largo, una respetable medida que no alcanza actualmente ningún otro saurio endémico en las restantes islas Canarias.
Cuatro especies de lagartos gigantes están presentes en las islas y sólo el de Gran Canaria estaba fuera de peligro y era habitual observarlo en cualquier lugar de la misma. Las restantes especies se encuentran en peligro de extinción o, peor aún, en peligro crítico de extinción -es decir en riesgo extremadamente alto de desaparecer en estado silvestre-.
La foto que ilustra este artículo corresponde a una cerámica alusiva al lagarto de Gran Canaria. Es una de las piezas artísticas más entrañables que guardo en mi casa, siempre a la vista, en la parte izquierda de la mesa donde realizo estos escritos, la misma mesa donde paso inovidables horas disfrutando de otra de las pasiones de mi vida: la lectura.
Es obra de una ceramista canaria que admiro por su creatividad, capaz de transmitir un realismo envidiable tanto al espíritu como al cuerpo del reptil interpretado.
Recuerdo que le solicité un lagarto de Gran Canaria que midiera exactamente ochenta centímetros, pues esa era la mayor medida registrada y confirmada para un lagarto gigante de Gran Canaria. La posibilidad de alcanzar el metro de longitud guarda relación con las condiciones favorables de una isla en equilibrio ecológico, cuando el ser humano aún no había hecho acto de presencia en la isla. Luego, ya desde la época aborigen, la presión humana sobre sus poblaciones fue privando al medio de sus ejemplares mayores, no olvidemos que en el registro alimenticio de los primeros pobladores, refrendado por los vestigios arqueológicos hallados, se encontraron restos de grandes lagartos.
Volviendo a la artista. Aceptó el reto y realizó la pieza que encabeza este artículo. Al sentarme, mi primera mirada busca la cabeza y el cuerpo del saurio endémico. Es una especie de saludo ritual y de admiración hacia el lagarto gigante. Siento como me observa con sus ojos de lagarto, firme su cabeza, separada apenas unos centímetros de la áspera roca volcánica.
Roca volcánica recuperada de una extracción a cielo abierto, de una herida mortal a un cono en el campo de volcanes de Rosiana. Se trataba de una roca asustada, mancillada, humillada por las negras, hirientes y gigantescas ruedas de los camiones y palas extractoras.
Verla cubierta de polvo y recogerla fue todo uno. No la sacaba de su entorno natural, no cometía un atentado al medio volcánico, al contrario, evitaba con tal acción el hecho de verla convertida en polvo volcánico por el trasiego continuo de maquinaria pesada.
Lavada bajo el chorro y mimada en el trato, le devolvería el orgullo de piedra volcánica donde un lagarto canario posaría para siempre sobre ella, mostrando a todos los que quisieran verlo, la belleza de ambos, piedra y reptil.
Y así fue. Me acompañó a colegios e institutos, sorprendiendo a niños, jóvenes y profesores, a unos por su tamaño, a todos por su realismo.
Fue centro de interés en la presentación del libro para el cual solicité a la ceramista su arte, dando vida a un lagarto en barro.
"Un centenar de lagartos", publicado en el año dos mil trece, iba de eso, de lagartos de Gran Canaria, de un centenar de ejemplares viviendo en la ladera sur de la Montaña de Las Huesas. Iba también de un hombre viviendo en una cueva, de un ser humano que los alimentaba. Iba de una manera diferente de concebir la vida, la comunicación entre personas, del respeto a los demás seres vivos.
La televisión y la prensa quisieron saber del lagarto y, tras el periplo y postureo de los actos públicos, regresó por fin al silencio y la penumbra de mi estudio.
Lo observo ahora de nuevo, ahí, en posicion reptante, inmóvil, acechando un insecto o, tal vez, engolosinado con los jugosos frutos de un balo o una tunera india -sorprendente cualidad de la mente humana que es capaz de recrear imágenes inexistentes-. La cola arqueada, ciñendo sin saberlo una rama seca de aulaga.
En sus ojos advierto preocupación. Es una preocupación que se manifiesta en toda su gravedad. Sé cual es la causa e, inerme e indefenso ante tal desazón, cierro los ojos apesadumbrado.
Sabe el reptil, desde su corazón de barro, que su especie está en peligro, que su especie sufre el acoso incesante de cientos de serpientes californianas. Sabe que sus congéneres siempre han hecho frente a sus depredadores naturales, como el cernícalo, a quienes imponía respeto su considerable tamaño. No eran éstos, depredadores temibles para los grandes lagartos, como sí lo eran los gatos asilvestrados que se atrevían con ellos. Un zarpazo y el juego se había acabado. Sus cuerpos sin vida revelaban el daño provocado por la injerencia en los espacios naturales de las felinas, antes mascotas del ser humano que permanecían en sus hogares, ahora depredadores en expansión apoyados por los humanos. Aún así, aunque mermadas, sus poblaciones se mantenían en toda la isla.
Pero el dramatismo llegó con la serpiente. La serpiente silenció no sólo a los lagartos sino a las lisas y los perenquenes en varios espacios naturales de la isla. Ya no había lagarto alguno en la montaña de Amagro, ya no se observaban en el valle de San Roque ni en la Solana y las poblaciones de serpientes seguían creciendo y extendiéndose por la isla.
Paso una mano sobre el cuerpo rugoso del viejo lagarto de barro. No dispongo de vocablos apropiados para manifestarle aquello que mi corazón siente, mucho menos para revelarle el oscuro y pertinaz presentimiento que tengo sobre el futuro que le espera a su especie. Mis labios, reacios a manifiestarlo, se niegan a aceptar el pesimismo de mis elucubraciones y, en contra de lo esperado, verbalizan una esperanza:
- Te prometo que no serás el último gigante de la familia.
Mis palabras suenan vacías en la atmósfera del cuarto. Cuando finalizo el artículo, una traidora lágrima cae sobre el teclado.
Aquí terminaría mi artículo si no sucediera estos días un hecho, infortunado por la muerte de un lagarto de excepcionales medidas, pero que pone algo de esperanza donde parecía no existir opción alguna.
Nuestro compañero en la defensa del medioambiente, Honorio Galindo Rocha, me hace llegar las fotos de un lagarto que encuentra muerto en el corazón urbano de Telde, justo en la zona recreativa que se encuentra en el barranco Real, una de las zonas donde se da por segura la presencia del ofidio invasor. Supera, del hocico al extremo de la cola, los cincuenta centímetros de longitud. Las fotos enviadas por él las adjunto a este artículo. En una zona donde las serpientes ya son frecuentes en núcleos urbanos, solares abandonados y tierras cultivables, la presencia de viejos lagartos como éste, nos transmiten una esperanza de futuro para la especie. Deseamos de todo corazón no errar en la diagnosis.

José Manuel Espiño Meilán, escritor.
Espiño Meilán, José Manuel
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Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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