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A propósito de los carnavales en Santiago: fiestas por barrios con resultados desiguales

viernes, 09 de febrero de 2024
Hay diversidad de modos de celebrar el carnaval. Aun así, bien saben nuestros padres y abuelos que han estado prohibidos en décadas no muy lejanas. Los más jóvenes ya nacieron con disfraces incorporados...
En Compostela, tan dada a eventos y novedades académicas, hubo estrecha relación A propósito de los carnavales en Santiago: fiestas por barrios con resultados desigualesentre el nacimiento de estudiantinas y tunas y carnavales, pero tengo más que contarles.
Hace siglo y medio, eran festejos urbanos, en nada parecidos a los rurales. Aun así, todavía se podría decir que "la fiesta iba por barrios". Las clases más pudientes y exigentes, menos tolerantes con la falta de decoro, vivían al margen de los menos afortunados -nunca mejor dicho- que tenían sus modos de festejarlas al calor de centros de beneficencia o en locales y calles acotadas y vigiladas por los gendarmes, para evitar desmadres.
Algunos años estas fiestas abarcaban de noviembre a cuaresma, aunque los preparativos más intensos comenzaban a fines de enero, siendo muy esperados en una ciudad que vivía un duro invierno. Una nota de 1888 lo retrata:
Desde que comenzó el invierno estaban desiertas las calles, solitarios los cafés y cerrados los teatros (...) Todo [el] mundo habla de los próximos carnavales y cada uno prepara el disfraz más conforme con sus gustos y con sus inclinaciones.
Lo curioso es que, si bien no se mezclaban los ciudadanos, sí que recaía sobre los mismos músicos el amenizar los diferentes tinglados. Los "Curros" (apelativo de los Gómez Veiga), los Courtier (Hilario y José), el Orfeón Valverde, las bandas (Municipal, Cazadores de La Habana) se desplegaban por todos lados, incluida la catedral, procesiones y otros actos mitad profanos, mitad sagrados.
Las principales calles tenían instalaciones propicias para que la alta burguesía y clases medias se divirtiesen a su manera. Rúa del Villar y Rúa Nueva eran las más concurridas y citadas en la prensa.
Señala un diario que en el Casino reinaban la elegancia, la finura, la galantería más exquisita, entre bailes, máscaras (a imitación de las italianas) y pocos disfraces. En el Teatro Principal y en el Teatro-Circo imperaban las emociones fuertes y violentas por concurrir, dice la crónica, juventud de ambos sexos, a ritmo de valses y charangas. La diversión durante horas estaba asegurada. Así lo relata una crónica de 1895:
Reinó el orden más completo... y la alegría espacióse entre los concursantes hasta las cuatro de la mañana.
Si ahora chirigotas, carrozas y comparsas se inspiran en temas de la actualidad, o en el A propósito de los carnavales en Santiago: fiestas por barrios con resultados desigualesmundo Disney y mediáticos personajes (salvo que se programen monotemas) entonces lo hacían en zarzuelas y géneros similares.
Esto dificulta saber qué papel real tenía la música, pues eran numerosas las partes habladas o recitadas y las bailables. Por desgracia, la prensa local no era dada a pararse a reseñar parámetros considerados -quizás ya entonces- tan poco cabales. Sí resalta, en cambio, las novedades que surgían para animar el cotarro: concursos de bailes (desde valses, muñeiras o sevillanas), venta de rifas, o certámenes de disfraces.
El Ayuntamiento solía organizar las fiestas más populares, y velaba para que de ellas saliesen beneficios para la Cocina Económica y la Casa de Beneficencia. A priori, la intención era buena; el resultado mejorable ya que la concurrencia era escasa y la incidencia, de casi nada... rara. Obvio: las clases altas no veían bien mezclarse. Consecuencia derivada fue que, por ejemplo, en 1876, la Real Sociedad Económica del País, que siempre apoyaba la causa, se dio de baja de todo carnavalesco montaje.
Juergas en cafés (El Español, El Siglo...), actividades en sociedades recreativas, liceos y sitios de parecido calibre conseguían, en cambio, sustanciales ganancias. Quienes las patrocinaban, alentaban o regían, para sí se las quedaban.
Los salones de los aristócratas se llenaban con parentela y amigos, o con invitados a dedo. Eran círculos cerrados.
Las comparsas de estudiantes y artesanos colaboraban en todos los saraos, aunque no era raro que acabasen con gamberradas.
Los barrios (Castiñeiriño, Pontepedriña, Conxo, Santa Marta) aplaudían las danzas con bombo, tamboril y gaita.
Tras este rápido repaso por el carnaval compostelano, es fácil deducir que todo lo que incumbía a estos festejos más que unir y cohesionar, distanciaba.
Por otra parte, aunque no lo crean, a fines del XIX, el carnaval callejero fue en claro retroceso. Salones, teatros y cafés aun atraían a un público fiel, pero siempre comedido, quizás debido a tanta normativa de carácter legislativo.
Lean unas líneas de un bando de la Alcaldía de 1899:
1.- Que las máscaras no vistan uniformes propios de las carreras civiles o militares (...).
2.- Que no entren con caretas en establecimientos, ni circulen con ellas por la vía pública después de anochecer.
3.- Las comparsas necesitan permiso de la Alcaldía para circular por las calles o plazas de la ciudad.

Tamañas cortapisas a cualquier chirigota amedrentaban. Es evidente que había escasas y fugaces ventajas frente a excesivas trabas...

Pilar Alén, Profesora de la USC.
Alén, Pilar
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