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Contadores y contenedores

viernes, 19 de enero de 2024
Hablando con dos veinteañeros sobre las últimas décadas para leer o ver, de esas que les enganchan, sentí un desfase que no por esperado me resulta chocante.

Para ellos, y para muchos más, no necesariamente tan jóvenes ni tan mayores, lo que les hace devorar páginas -de papel o virtuales- de páginas son tramas largas, pero simples en su planteamiento. Aventuras o enredos que les evaden, les divierten o entretienen, sin más. Da igual que estén basadas en un tema que en otro, que se Contadores y contenedoresambienten en un lugar físico reconocible o en uno imaginario, en los albores de la historia o en un ultra-futuro-inexistente-megafantasioso.

Las coordenadas no importan. La verosimilitud es lo de menos. La calidad literaria o belleza visual ni se mira. Si acaso, se repara en el nombre del autor/autora, no para comprobar si es premio Nobel, Nadal o Planeta, sino para constatar si está en los Top Ten de lista de ventas de las grandes distribuidoras de libros, si ha publicado ya otros culebrones (sin ánimo de ofender) que han hecho historia -y caja- o si es el de uno de los que ha oído en alguna reunión de amigos o visto en su Instagram.

Leer, comprobar, ver... ¡si eso es lo que hace cualquier investigador -profesional o aficionado- al asomarse a los fondos de una biblioteca o de un archivo! Así de fácil, y así de apasionante. Es lo mismo, con la salvedad de que hay que ir, salir de casa, acoplarse a unos horarios y depender de algunos funcionarios, entre otras cosas más perentorias. Todo eso, y todos los 'peros' que se le quieran añadir, son 'nada' comparable a la magia de ir creando historias por uno mismo...

En concreto, dejando al margen las suculentas bibliotecas, ¿qué se hace cuando se acude a un archivo? Lo sabemos: buscar datos, obtener información, preguntar dudas, consultar papeles y más papeles. ¿Para? Para hilarlos y elaborar un relato coherente sobre algo que teníamos en la cabeza, pero que no estaba bien documentado o fundamentado. Construir -o mejor, reconstruir- una 'historia', con personajes reales, una tramoya creíble, un discurso que se puede seguir paso a paso (o casi) y ubicado en un tiempo concreto. Y lo más emocionante: con un final que, aunque a veces parece que ya conocemos de antemano, en realidad puede que nos descoloque y nos sorprenda totalmente, para bien o para no tan bien.

Esto sí que es "reciclar" en el doble sentido del significado de este verbo:
1) Someter un material usado a un proceso para que se pueda volver a utilizar.
2) Dar formación complementaria a profesionales o técnicos para que amplíen o pongan al día sus conocimientos
(Real Academia Española).
Recuperar el pasado y ejercitar las neuronas para que nada ni nadie se duerma en los laureles... Con la ventaja de que, si lo ponemos en práctica, no nos dormiremos ni daremos cabezadas al paso de cada página: imposible indagar y, a la vez, dormitar. ¿Desventajas? Yo no las calificaría así, pues aun en el peor de los casos, cada traba es un acicate, cada contratiempo es un nuevo motivo para reemprender la 'riçerca' con más fuerza. Puede que se pierda la paciencia de cuando en cuando, pero está dentro de lo razonable.

***

Tras esta perorata, pienso que oportuna y al hilo de lo que hoy está en el ambiente, les presento a un buen amigo: el Archivo-Biblioteca de la catedral de Santiago.
Pueden hacer una primera aproximación a él a través de este enlace:
https://catedraldesantiago.es/cultura/#archivo.
Para los más interesados en poner en marcha algún trabajo, les proporciono estos emails a los que, si escriben, seguro que les contestan de inmediato:
archivo@catedraldesantiago.es
biblioteca@catedraldesantiago.es

Como a todo buen amigo, no siendo imparcial, le dedico esta loa, con algunos apuntes históricos que he podido conocer de primera mano. En particular, por preferencias personales y también por ser un gran desconocido -y olvidado- trataré de una partecilla, casi mínima, del mismo: su Archivo de Música.

***

El Archivo-Biblioteca, tal como se le denomina actualmente, pues con anterioridad se llamaba Archivo, a secas, ha sido un referente siempre y, aunque los Contadores y contenedorestiempos han cambiado, seguirá siendo de imprescindible consulta para multitud de cuestiones.

No pocos hemos pasado innumerables horas allí, revolviendo papeles hasta conseguir un simple dato, que nos llevara a otra pista o diese con el quid de lo que intuíamos. Es una labor que nos convierte en peculiares detectives, en busca de pruebas concluyentes, o en ratas devoradoras de historias aparentemente trasnochadas que nos atrapan y enganchan. ¡Cuántas alegrías y cuántos quebraderos de cabeza! Pero, de un modo u otro, el esfuerzo compensa.

En la catedral, más allá de la liturgia y de tanta belleza artística -¡que no es poca!- el archivo es un cofre de caudales en los que cada pieza tiene algo que decirnos. Se generó a la par que el templo, por lo que acumula infinitos datos, que dan pie a copiosos relatos. Dicen -y creo que es real- que en los archivos nada se tira y que nada está allí por azar. A veces puede desaparecer de la vista justo aquello que buscábamos, pero esa pérdida -aparente o real- se compensa con un hallazgo más sorprendente si cabe. Y es que un archivo no es un mero depósito, ni un museo, sino un campo de semillas que germinan al paso que se riegan y cuidan con esmero: es pura fuente de vida. Nos habla y nos cuenta un pasado que nunca muere, aunque parezca adormilado.

Dejando la poesía, sigo...
Dentro del archivo capitular está el Archivo de Música, tan rico y de tal magnitud que, como un ente aparte, tiene estancias específicas, reservadas para las tres mil obras compuestas a lo largo de casi cinco siglos, descontando el Calixtino y otros pergaminos medievales que, por sus peculiaridades, no pululan en medio de las partituras -algunas, polvorientas y carcomidas- de los ss. XVI al XX.

Por el antiguo acceso principal, nos adentrábamos (es ya pasado) en la Sala "López Ferreiro", presidida por el retrato de dicho canónigo archivero, verdadero erudito a quien mucho le debemos. En el piso inferior, bajando por unas escaleras endiabladas, se hallan los legajos de partituras, en las que no pasan desapercibidas las anotaciones de Santiago Tafall Abad, otro insigne y poliédrico personaje decimonónico. Lo hago notar porque a ellos les debemos informaciones de primicias que encauzarían, ya en el XX, la labor de X. Filgueira Valverde, que aportó lo que podría ser un primer esbozo de la historia de la música gallega, y la de J. López- Calo, que desde mediados del XX catalogó, y re-catalogó, esas composiciones musicales.

Hasta la década de los ‘90, las salas para los investigadores ni se intuían. No faltaba buena voluntad y disposiciones, pero en cuanto a medios y comodidades aquello estaba, literalmente, a dos velas. La instalación eléctrica era tan inestable que se fundían las bombillas con solo mirarlas, por lo que la escasa luz solar que asomaba entre sólidos muros era mejor y la más segura y amable compañera de fatigas. Aunque muy demandados, los calefactores también brillaban por su ausencia. Lo mismo, sillas, bancos y demás mobiliario. Nada o casi nada había: solo un silencio sepulcral roto por el soniquete de algún músico callejero apostado en una esquina cercana. Aun así, allí el tiempo corría sin que nos percatásemos.

Las nuevas instalaciones inauguradas el 30 de noviembre de 1989, hechas ac hoc, son otra cosa, aunque en sus inicios lucían un diseño y brillo más aparente que práctico. ¡Menos mal que el entonces canónigo-archivero, J. M. Díaz Fernández, se las ingenió para darles un toque hogareño y habitable! Nunca se lo agradeceremos lo suficiente. Bien sabía lo que había sido, y lo que quería que fuese, ese remanso de tranquilidad, necesario para llevar a término, sin claudicar, nuestras pesquisas. Si no fuera por él -y por sus esporádicos ayudantes- hubiésemos desistido del empeño. Con su mente privilegiada, don José María aportaba noticias precisas, sazonadas con elocuentes comentarios, acompañadas de humanidad y sabiduría. En medio del cansancio, desasosiegos e inevitables desánimos, alentaba al más vago o inexperto en estas lides. Él mismo participaba y disfrutaba de cada hallazgo, logro o meta alcanzada, tanto o más que nosotros mismos.

Mucho se podría apuntar aun acerca de los cambios espaciales y tecnológicos de ese archivo-biblioteca capitular/musical en el último tercio del XX, un tesoro que, desde siglos espera en silencio, aun estando lleno de notas musicales e historias variopintas, a la espera de que nuevos rastreadores continúen con la loable labor de redescubrir y dar vida a la música allí custodiada, valioso patrimonio de Galicia, envidia de tantas sedes de todo el orbe.

Cierto es que cada día, en lo escondido de sus estancias, trabajan denodadamente Arturo, Elena y Jorge, capitaneados por Francisco, tratando de dar salida a sus fondos. Entiéndase: no para que 'salgan' de allí, sino para que se conozcan, a través de publicaciones, exposiciones, visitas guiadas y otras actividades de lo más efectivas.

Falta que jóvenes y no tan jóvenes se asomen por el claustro catedralicio, suban la pequeña escalerilla de piedra y se aposenten en su -ahora sí- renovada "Sala de investigadores". Impone el nombre... pero no es para tanto porque "reciclar" ya es cosa de todos y, en el momento de ir a 'tirar o lixo', sabemos sobradamente en qué contenedor hemos de hacerlo. ¿O me equivoco?... ¿Acaso no es el archivo el gran contenedor que no hay que tirar, sino conservar y preservar para el futuro? ¡Qué lío! Mejor, no tiren nada: recuperen el pasado.

Pilar Alén, Profesora de la USC
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