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La montañeta del Callejón

domingo, 07 de enero de 2024
Dedicado a Ester López y Guillermo Buceta, amigos y compañeros del colectivo ecologista Turcón,
recordando el comunicado hecho por ella al servicio de Veterinaria del ayuntamiento teldense,
en febrero del año 2005, alertando de la presencia de la serpiente de California en el barranco Real.

La montañeta del Callejón es la primera de las elevaciones que, sin ser conos volcánicos reconozco como tal en la cartografía al uso, permitiéndome continuar con mis paseos ascendiendo y descendiendo montañas teldenses y disfrutando de nuevas perspectivas a la hora de conocer a fondo este territorio municipal de poco más de un centenar de kilómetros cuadrados de superficie.
La montañeta del Callejón
Para acceder a ella, si partimos de Telde, debemos tomar la GC 80, carretera que, de no desviarnos, nos llevaría hasta la Atalaya de Santa Brígida tras cruzar el barranco de las Goteras. Nosotros la cogeremos sólo un tramo pues, pasada la Higuera Canaria, se nos presenta un desvío que abandona su trazado para continuar de frente. Una señal a nuestra derecha identifica nuestra nueva dirección: GC 810 La Solana, Valle de San Roque, Valsequillo. Y hacia ahí vamos, hacia el valle de San Roque, un hagiotopónimo que da nombre a un valle donde se conserva la mayor población de palmeras canarias de ambos municipios.
Nos detendremos en la plaza donde se encuentra la ermita dedicada al santo, un espacio sombreado gracias a la presencia de cuatro frondosos laureles de Indias. Dos plantados dentro de la plaza y otros dos en el borde exterior, cubren con sus amplias copas la superficie del recinto público y la zona de aparcamientos colindante. Si continuáramos la pista asfaltada que rodea la iglesia, la plaza, las casas asociadas y el colegio, por cualquiera de los dos lados descenderíamos hasta el cauce del barranco de San Roque y recorreríamos una pequeña parte del mismo antes de iniciar una estrecha subida por la ladera de solana -también asfaltada-, entre casas y fincas dispersas de La Solana y La Capellanía para incorporarnos de nuevo a la GC 810, vía que nos devolvería a Telde si girásemos hacia la derecha o, a Valsequillo si tomáramos la izquierda, en un ascenso permanente.
Nosotros nos quedamos aquí, pero antes de dirigirnos a la Montañeta, nos acercaremos al mirador que se abre sobre el barranco de Juan Inglés. Un interesante panel interpretativo nos identifica especies y espacios arbóreos destacados en el paisaje así como revela el nombre de los pequeños núcleos urbanos diseminados por las laderas, observables desde este lugar.
No muy lejos, apenas a una decena de metros a nuestra izquierda, otro panel alerta sobre la temible expansión de la culebra de California, un ofidio depredador que ha tenido en este valle el lugar perfecto para la aclimatación de sus primeros ejemplares y que, pasados veinticinco años, ha puesto en peligro las poblaciones de reptiles endémicos de toda la isla.
Es curioso señalar que aquí, justo donde dejamos el vehículo o la guagua, termina el municipio de Telde y se inicia el de Valsequillo. Unas decenas de metros caminaremos sobre esta invisible frontera. Iglesia, colegio y Valle de San Roque pertenecen al municipio de Valsequillo y la montañeta del Callejón al municipio de Telde.
La Montañeta se encuentra a un centenar de metros, en dirección este. No tenemos más que, tras la plaza, iglesia y colegio, seguir ascendiendo y nos encontraremos con dos elevaciones, la primera, apenas perceptible, se identifica cartográficamente como montañeta de San Roque y tienen 331 metros de altitud. Es curiosa, a veces, la falta de rigor a la hora de concretar elementos geográficos en las cartografías pues, un vecino del lugar -luego lo confirmaría con otros- me dice que la montaña de San Roque, es otra, la que hay frente a la plaza, hacia el noroeste, justo la cima que se eleva tras el núcleo urbano que el panel identifica como Barrio de Valle San Roque.
Sea como sea, si estamos caminando en dirección este, tras la primera montañeta, una suave subida que apenas nos ocupa unos diez minutos recorrerla, nos encontraremos en la cima de la Montañeta del Callejón, con una altitud muy próxima a los 343 metros.
Pero no nos engañemos, antes de estas dos elevaciones en el camino encontraremos otra que no podemos olvidar pues en ella se ubica el centro de Infantil y Primaria Valle de San Roque. Esta es la elevación que tras la plaza culmina en el centro educativo.
Es interesante observarla porque una decena de pinos foráneos cubren su ladera de umbría mientras en la de solana prosperan con buen desarrollo varios ejemplares de eucaliptos. Camino del centro son las palmeras canarias y los dragos quienes acompañan a los escolares hasta el colegio y una vegetación arbustiva donde a los veroles, esparragueras, bejeques, matos de risco, inciensos y algún que otro guaydil, todas ellas plantas autóctonas, se le unen diversas especies introducidas, fruto sin duda de esporádicas repoblaciones municipales y de los vecinos, con la intención de aportar color y variedad a la carretera de acceso. Así observamos buganvillas, madreselvas, pitas, tuneras, turbitos, plumíferos, aloes, zarzaparrillas, hibiscos… Situado en un lugar privilegiado llama la atención la bucólica imagen que se observa del acebuchal descendiendo por la ladera del barranquillo de Juan Inglés hasta confundirse con el palmeral que ocupa el cauce del citado barranquillo.
La montañeta del Callejón se encuentra ubicada entre el barranco del Valle de Casares por el norte -barranco que es la continuación natural de la cañada del Trigueral, cañada formada en tierras valsequilleras, entre las elevaciones de El Cura de la Montaña, El Trigueral y la Montaña de Morales, y el barranquillo de Juan Inglés por el sur, barranquillo que tras unirse con el barranquillo del Culatón -formado éste en la ladera norte de la montaña Las Palmas-, conformarán un cauce único, pasando a denominarse al pie de esta montañeta, barranco de San Roque, nombre que conservará hasta la altura del núcleo urbano de Caserones Bajos donde, a sus pies, unirá sus aguas al barranco Real de Telde, barranco que conservará este nombre hasta su desembocadura en Bocabarranco.
Ambas formaciones hidrológicas se forman al pie de respetuosas elevaciones, sus lomas, hoyas y valles, siendo la Umbría del Montañón con 962 metros de altitud y Las Mesas con 949 metros, las más altas. A ambos lados de estas cumbres convertidas en crestería y que continúan su recorrido en descenso hasta el Trigueral, con 901 metros, inician su curso hidrográfico la cañada del Trigueral y la cañada del Tanque de Medina.
Esta última cañada es la más alta de las afluencias al barranco de San Roque pues tiene su cuenca de formación en las hoyas y lomos de El Helechal y Lomitos de Correa y desciende entre la Hoya del Peral, Las Chozas, Las Toscas, Las Tosquillas, El Hornillo, El Rincón y Las Tuneras hasta unirse, pasada la Fuente Agria, con el barranquillo de Juan Inglés. Un poco antes, a la altura de Rosiana y Las Tosquillas se le habrá incorporado el barranco de Rosiana.
La montañeta del CallejónEsta elevación, denominada Montañeta del Callejón, es el punto final de un largo interfluvio favorecido por la acción de todas estas cañadas, barranquillos y barrancos.
Es fácil seguir, caminando o en precisa cartografía, las elevaciones que se suceden por el interfluvio en dirección a la cumbre y llegar al Montañón antes señalado. No podemos negar que es éste un topónimo genérico que encontraremos en múltiples lugares de la isla. Si seguimos la línea de elevaciones que forman este interfluvio, llegaremos a la montaña de la Guirra, valsequillera también pero situada en la línea divisoria con el municipio de la Vega de San Mateo, dentro del Paisaje Protegido de las Cumbres.
Nosotros regresamos a la Montañeta del Callejón para ubicarnos de nuevo y disfrutar de las panorámicas que nos oferta este final de interfluvio, pues a sus pies en dirección este, observamos como ambas afluencias hidrológicas se conectan en un cauce común pues en en el pago diseminado de La Solana, justo al culminar esta Montañeta, los barrancos del Valle de Casares y el de San Roque pasan a tener una denominación única: barranco de San Roque.
Acostumbrados a realizar las lecturas de paisaje desde conos volcánicos cuyas alturas destacan en el horizonte, ésta, por el contrario, es una montañeta escondida entre barrancos. No sería muy descabellado reseñar que se encuentra en el interior de una gran cuenca hidrográfica, siendo sus referencias más lejanas las laderas de ambos barrancos y por consiguiente, factores limitantes a la hora de realizar amplias lecturas del paisaje observado.
Una vez en su cima, nos encontramos sobre un llano pétreo cubierto por líquenes crustáceos que cubren por completo el suelo rocoso con un amplio espectro cromático: tonalidades negruzcas, blanquecinas, grisáceas, rojizas, verdosas… Sobre ellos, esta cresta rocosa está colonizada por robustos veroles, matos de risco y tabaibas amargas, cornicales, bejeques y algunas altabacas.
En dirección norte observamos como crecen los pequeños núcleos poblacionales que, pertenecientes a Telde, se encuentran en ambos márgenes de la carretera a Valsequillo y cómo desde la carretera, ladera abajo, van asentándose hasta llegar, algunas de ellas, al borde mismo del cauce del barranco. Es en la Solana donde se encuentra el mayor número de casas, pero en Lomo del Rayo, justo por encima de la carretera o en el Morro, a continuación de la Solana en dirección a la costa, un buen número de casas aisladas o agrupadas complementan este rosario de viviendas asociadas a terrenos agrícolas, bien en uso -muy pocos-, o pendientes de explotación, la mayoría de ellos.
Numerosos son los bancales abandonados que nos hablan de grandes espacios cultivados en otra época, permaneciendo activos en la actualidad sólo algunas berreras, plantaciones dedicadas al cultivo de berros que destacan por su verdor.
Es de destacar en la proximidad del cauce del barranco, la presencia de un nutrido grupo de palmeras que dan la impresión de estar alineadas, en número cercano al centenar de ejemplares. Su presencia nos revela la existencia de zonas próximas al cauce con niveles óptimos de humedad en el subsuelo, asociadas, sin lugar a dudas al discurrir del mismo y a las aguas subálveas.
Esto es referido a la pared de solana, pero si volvemos la vista hacia la ladera de umbría que pertenece a esta montañeta, llama la atención en primer lugar su pronunciada pendiente así como el inestable sustrato formado por una capa de picón más o menos compactada. Es en esta ladera, muy cerca de la cima, donde destaca un viejo ejemplar de acebuche bien desarrollado. En todo esta ladera la vegetación arbustiva alcanza un buen desarrollo, siendo las vinagreras, veroles, cornicales, tabaibas amargas, bejeques rosados, matos de risco, altabacas, cardo yesca, hinojos, esparragueras e inciensos las plantas dominantes.
Hay una senda a media ladera que lleva a unas pequeñas cuevas no utilizables, fruto de la erosión. Se observan, salpicando la ladera, algunas palmeras aisladas así como la presencia de grupos de pitas creciendo sin control alguno y un par de hileras de pitas que unen sus aceradas hojas, delimitando de tal modo, rústicas propiedades.
Dirigiendo la vista al oeste, a mis pies discurre la estrecha senda que permite subir a la cima, camino que a tramos es de tierra, otros de risco, sin más señal para ascender que seguir el paso del interfluvio. La iglesia, el local social y la plaza de San Roque, están ocultos desde aquí por frondosos eucaliptos y laureles de indias.
A nuestra izquierda, el barranquillo de Juan Inglés, -que cambia su nombre al pie de esta montañeta por el de barranco de San Roque-, luce una buena representación de palmeras canarias. Diseminadas casas albeadas salpican el paisaje de laderas conformando los barrios de Las Chozas y el de Valle de San Roque. Más arriba, observamos la montaña del Helechal con su mirador sobre el valle. La vista sigue ascendiendo para encontrarse con una buena parte del caserío disperso de Tenteniguada. Las lomadas que conforman el entramado circo montañoso que arropa El Rincón de Tenteniguada cierran el horizonte visual, en el que destaca la silueta del roque Saucillo.
A mi derecha observo algunas casas dispersas en ambas laderas del barranquillo de Juan Inglés. Al elevar la vista, las paredes del barranco y otros interfluvios cerrarán nuestro campo viosual.
En dirección este, la senda que llega a esta cima desde la plaza, continúa su discurrir ladera abajo en dirección al cauce, sorteando abundantes arbustos, tanto los propios de la flora autóctona como algunas especies foráneas asilvestradas, fruto de la intervención del ser humano: la mayoría pitas y tuneras. Aislados ejemplares de retama blanca enriquecen el inventario botánico.
Elevando la vista observamos el océano. La desembocadura del barranco y los giros que éste hace, obligados por la resistencia de los materiales que conforman los diferentes tramos del mismo en su discurrir hacia la costa no permiten ver mucho más que su forma. Una forma característica de V, donde el color del gran azul destaca al fondo. El núcleo urbano de La Higuera Canaria y los altos de Los Caserones ocultan cualquier atisbo visible de la urbe de la ciudad teldense y de su costa.
La vista puesta ahora en un cauce único, la ladera de solana se encuentra aterrazada de principio a fin, destando puntualmente algunas berreras en un océano de terrazas de cultivos abandonadas, con sus muros de piedra en franco deterioro. Son muchas menos de las que recuerdo existían en esta zona hace apenas una década. Fue aquí donde se detectaron los primeros ejemplares de un reptil invasor: la serpiente de California a finales del pasado siglo, concretamente en mil novecientos noventa y ocho. Y fue, muy cerca de aquí, barranco abajo, donde algunos años después dio la voz de alarma mi estimada amiga Ester al encontrar un ejemplar muerto en su finca de La Portada, junto al barranco Real, activista y compañera del colectivo ecologista Turcón , cuya disposición y altruismo al llevarla al Servicio de Veterinaria del Ayuntamiento de Telde no fue correspondida con una información sobre su posible peligrosidad -desconocían los vecinos si era potencialmente venenosa- y sobre las medidas que se tomaron al respeto, si es que las hubo. Nada, absolutamente nada se le comunicó a Ester y cabe pensar que no se tomaron medidas inmediatas pues se tardaron unos cuantos años en ejecutarse serias campañas tendentes a la erradicación del reptil, campañas que aún continúan pues jamás dieron los resultados esperados que no eran otros que el exterminio de la especie invasora. Como nota anecdótica debo decir que en 2008, una década más tarde de los avistamientos de los primeros ejemplares, el consejero de Medio Ambiente y Ordenación Territorial del Gobierno de Canarias por aquel entonces, el señor Domingo Berriel, explicaba en el Parlamento como se iba a controlar su expansión y acorralar al reptil que, en aquellas fechas estaba confinado en un territorio de unos cincuenta kilómetros cuadrados, bien definido entre La Solana y el valle de San Roque. El resultado final, veinticinco años más tarde, es que este colúbrido está considerado una plaga asentada en la isla y de difícil control más allá del trampeo sistemático y de la eliminación de aquellos ejemplares encontrados por la ciudadanía, pues se encuentra dispersa por la mayoría de los municipios insulares. En Las Palmas de Gran Canaria, Telde,Valsequillo, San Mateo, Santa Brígida, Gáldar, Agaete, La Aldea de San Nicolás, San Bartolomé de Tirajana y Mogán su presencia es segura.
El resultado final es que existen poblaciones de serpientes por toda la isla, unas más establecidas que otras, pero todas ejercen un daño letal sobre la herpetofauna endémica, registrándose estudios donde la desaparición de nuestros reptiles en aquellos ecosistemas donde está arraigada la serpiente es total -me remito a los realizados en La Solana en Telde, montaña La Data en San Bartolomé, montaña de Amagro en Gáldar-.
Regresamos a la Montañeta y a la lectura del paisaje. Casi al pie de esta ladera, junto a la senda que nos lleva al cauce, se mantiene en uso y buen estado un estanque de mampostería, justo al lado de una casa antigua, abandonada y sin techo, que revelan un pasado agrícola con mayor esplendor.
En dirección sur, la ladera de la montaña Las Palmas no permite otra visión que vaya más allá de una ladera cuajada de restos de bancales, pequeños desprendimientos, unos antiguos, otros más recientes, algunas cuevas y el trazado íntegro del barranquillo del Culatón que nace a media ladera y muere al pie de esta montaña.
Los acebuches surgen de forma natural por esta vertiente alimentando una esperanza verde: la recuperación del bosque termófilo que ocupó en el pasado toda esta franja vegetacional. El oscuro verdor de los acebuches contrasta con el verde glauco de las pitas y tuneras, especies éstas que han ganado la batalla a la vegetación propia, ocupando la mayor parte de esta inclinada pendiente.
Esta ladera de umbría apenas presenta un par de casas aisladas. Sí observo algunas berreras al pie, así como la carretera que discurre por el fondo del barranco. También en este fondo de barranco se concentran un buen número de palmeras canarias siendo fácil contabilizar un amplio centenar de ejemplares.
Miro a mis pies y bajo ellos, la suave pendiente de la ladera de la Montañeta se encuentra colonizada por pitas y tuneras indias y, entre ellas identifico una población arbustiva autóctona en franco retroceso.
Es habitual que recorra de nuevo cada espacio que describo y relato, en los días anteriores a su publicación. En este caso fue hace pocas semanas, con noches de lluvia serena que produjo en el inicio del camino y sendas de tierra, peligrosos e inestables lodazales.
Con mucha prudencia ascendí a la cima de la Montañeta del Callejón. Junto a los líquenes que colonizaban el sustrato rocoso surgían ahora incipientes musgos tapizando de un verdor navideño las rocas expuestas a la intemperie.
Descendí por la cara este con la intención de explorar la vieja casa abandonada y el estanque, así como la flora de aquella pendiente que ahora, tras las lluvias, se tornaba peligrosa.
Me sorprendieron los romeros marinos salpicando el paisaje, las esparragueras, cardos yesca, tomillos y los incipientes brotes de centenares de inciensos y matos de risco. Eran sus semillas las primeras en responder a la llamada de la lluvia. Abundantes cúmulos de excrementos de conejo nos hablan de la notable presencia de este lagomorfo en la montañeta. Escucho perdices en la cara norte y las veo. Sus vuelos cortos no delatan miedo, sólo interés por alejarse un poco de mí y seguir buscando semillas y brotes tiernos para seguir alimentándose.
La casa presentaba las tejas y vigas de madera derruídas en gran parte, pero una zona de la misma se encontraba limpia y ocupada. Sin puertas, perros ni carteles entré convencido de su abandono. Me detuve de pronto y retrocedí en silencio, pues alguien dormía sobre un jergón desvencijado. Aquellas ruinas se habían convertido en la opción desesperada de alguien sin hogar.
Sin abandonar la montañeta, una pista se abre a mi izquierda bordeándola por su cara norte. La tomo. Observo mucha humedad en los cortes realizados a la montañeta para su trazado. Se trata de puro picón, poco compactado. Los abundantes juncos y cañas delatan el agua presente en el sustrato. Una pareja de cernícalos sobrevuela la cima. Uno de ellos desciende hasta posarse sobre el extremo de la inflorescencia floral de una pita. Excelente atalaya para seguir rastreando el suelo y los movimientos de sus potenciales presas.
Esta pista es una oportunidad idónea de acercarse al palmeral, observarlo de cerca o introducirse en su interior pues, si dejamos la pista principal y tomamos una que desciende hasta el cauce del barranco nos encontraremos bajo la cúpula de sus frondas y racimos de támaras.
Al otro lado del barranco destacan frutales -cítricos y aguacateros en su mayoría-,en una hermosa plantación. Es agradable recorrer esta pista que termina en senda y que, ascendiendo por nuestra izquierda nos llevará sin pérdida posible a la plaza e iglesia de San Roque. Pero antes les invito a asomarse al barranco pues es en esta zona donde la arboleda alcanza una singular dimensión en ambas laderas y en su cauce, tanto por su frondosidad como por la variedad de especies. Palmeras y pinos canarios, eucaliptos, acebuches, olivos… Una garza real sobrevuela el cauce, camino de alguno de los abundantes estanques o berreras que se encuentran en la zona.
Respiro hondo. Aún quedan paraísos en los que perderse y soñar.

José Manuel Espiño Meilán, escritor.
Espiño Meilán, José Manuel
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