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Miel y barro, una relación ancestral

domingo, 31 de diciembre de 2023
Recuerdos de la niñez y costumbres milenarias.

Dedicado a Ángel Sordo Núñez, niñez, adolescencia y juventud unidas por juegos
como el escondite, la cogida, la billarda o el bote. Luego fue el fútbol y las pequeñas pandillas,
luego los primeros escarceos con la vida, con el amor. Por estar siempre ahí, amigo mío
y por enseñarme en poco tiempo cosas de la miel y de las abejas.

Una exposición: "Mel e barro, as máis belas tradicións de Galicia" celebrada en el mes de octubre en el Museo Provincial de Lugo me animó a escribir este artículo.
Y me animó porque siempre he sentido por la miel un gran respeto y mayor consideración, tal vez porque formó parte de mi niñez, me acompañó mi vida juvenil y forma parte, como complemento controlado, de mi alimentación en esta etapa adulta que me toca vivir.
Reconozco que poco supe siempre de las abejas que la fabrican, de su vida más allá del clásico status de obreras, zánganos y reinas que recogían los libros de texto de mi época de estudiante y de la experiencia desagradable, de sus picaduras, bien por imprudencia, bien por azar, en mis manos, en las piernas o en el cuello. No siendo alérgico, nada sucedía más allá de un apenas doloroso pinchazo y el poco preocupante enrojecimiento de la piel. Sabiendo ya entonces de sus propiedades terapéuticas, siempre recibí sus efectos con callada satisfacción.
 Miel y barro, una relación ancestral
Lo cierto es que el aprovechamiento humano de la miel y de sus derivados, así como otros productos fabricados por las abejas es antiquísimo.
El género Apis, al que pertenece muestra abeja común (Apis mellifera) viene cosechando polen y néctar de las flores desde siempre. Unos treinta millones de años, aseguran los expertos. Con esta antigüedad contrastada para la especie, cuando los primeros homínidos aparecieron en este planeta, la abeja melífera llevaban una eternidad sobre él.
Una escena de recolección de miel, presente en una de las paredes de las cuevas epipaleolíticas de Bicorp (Valencia), nos acerca una fecha concreta en esta golosa relación: nueve mil años. Se cree que ocho mil años antes de Cristo, determinadas piezas de cerámica y cestería nos inducen a pensar en prácticas de recolección de miel y en artilugios utilizados para la confección de las primeras colmenas, con el fin de disponer de enjambres controlados.
Recuerdo la miel en un tarro de cristal en la casa familiar, pero en mi más tierna infancia, la recuerdo también en un pequeño recipiente de barro en casa de mis abuelos paternos.
Y es aquí donde el artículo toma especial relevancia al unir entrañables e inolvidables recuerdos a la desaparición de profesiones artesanas relacionadas con la miel y las abejas y, lo que es más preocupante, con la paulatina pero innegable reducción de sus poblaciones sobre el planeta.
Es esta la razón de dedicar el ser humano un día, el 20 de mayo, como Día Mundial de las abejas, para alertar de la alarmante reducción de sus poblaciones y del riesgo que tal hecho provoca en la seguridad alimentaria.
Al igual que los árboles, las abejas nos lo dan todo: alimento, prosperidad y medicina. Alimento porque sus productos derivados nos ayudan a mantener la salud, remineralizar el organismo y obtener energía a través de sus azúcares. Miel, jalea real, polen, propóleos y sus derivados como hidromiel, vinagre de miel, cremas de miel… Prosperidad porque desarrollan una labor incesante e impagable a la hora de polinizar un número incalculable de plantas, tanto aquellas que forman parte de los espacios más puros y salvajes de la naturaleza como las plantas cultivadas por el ser humano, permitiendo mantener niveles óptimos de rendimiento agrícola y por lo tanto de alimentos para la humanidad. Medicina porque, más allá de las propiedades beneficiosas de sus productos elaborados, entregan su vida cuando son utilizadas en una práctica muy extendida a la hora de tratar las inflamaciones, los dolores asocidos a enfermedades reumáticas, esclerosis múltiple y toda una serie de dolencias que se tratan con la apitoxima -el veneno que produce la abeja-, a través de pinchazos controlados.
Y al observar ahora en el Museo, estas ancestrales piezas de barro cocidas a fuego vivo, sus diferentes tonalidades me recuerdan las expuestas en las vitrinas del Museo Canario y en los alfares de la Atalaya y de Hoya Pineda en Gran Canaria y en mi cabeza la imaginación recrea la labor de aquellos alfareros prehispánicos en las islas que llevo en el corazón, y la de los alfareros que desempeñaban similar labor en los castros de mi tierra natal, con métodos similares, alfares y hornos parecidos. Trabajo de manos y pies para preparar el barro y modelarlo luego, antes de proceder a su secado y cochura. Y ahora, aquí, en el Museo, las productos obsrvados de los artesanos actuales son similares a aquellos cuencos, gánigos, recipientes de diversas formas, observados en museos del Hierro, de Tenerife, de la Palma, de Gran Canaria..., piezas desarrolladas siempre siguiendo ancestrales prácticas alfareras.
 Miel y barro, una relación ancestral
Son semejantes la labor de estos alfareros (oleiros en lengua vernácula) porque tierra y agua son elementos esenciales, capaces de forjar un recipiente con la ayuda del calor y del ser humano. Agua, tierra, fuego. Y pienso en el hombre; agua, tierra, fuego. Y pienso en la abeja y me pregunto cuánto tardará el ser humano en sentirse parte de la tierra y de la vida que alberga como una parte más de ella, no como burdo manipulador que poco entiende de la vida y que sólo participa en ella como burdo remedo de un dios insensato que se cree y recrea a su imagen y semejanza, y que le llevará, siguiendo un irracional derrotero de uso y abuso del medio en el que vive, a su propio exterminio como especie. Su ignorancia no le permite ver que, más allá de su estupidez como bípedo, el planeta no desaparecerá como él cree, pues la vida seguirá existiendo millones de años con aquellas especies que posean mayores y mejores capacidades de adaptación a las nuevas condiciones y circunstancias generadas, tras predecibles cataclismos climáticos. De nuevo agua, tierra, aire como bienes esenciales para la vida.
Mientras observo cada rostro de los últimos meleiros y cereiros, ocupados en fabricar sus meleiras, sus pucheiras do mel, sus velas, noto como en su mirada la vida está concentrada en ese instante y ese preciso instante es para ellos parte de su vida, una vida unida por un hilo invisible, por una conexión emocional con sus ancestros más lejanos. Sonrío, tras la mirada de estos hombres y mujeres se esconde en todos ellos, en todas ellas, una esperanza de futuro. Cada uno de nosotros deberá encontrar esta esperanza.
Espiño Meilán, José Manuel
Espiño Meilán, José Manuel


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