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La montaña de la Majada

domingo, 26 de noviembre de 2023
Dedicado a Gilberto, Álvaro, Consuelo, Juan Elitio, Isabel, Baltasar, Anselmo, José Ángel
y tantos otros miembros del Colectivo Ecologista TURCÓN, compañeras/os y amigas/os,
por su incansable labor en poner en valor y proteger el campo de volcanes de Rosiana.

La montaña de la Majada se encuentra situada en el mismo borde del barranco del Draguillo, justo a la altura de montaña Aguilar, nombre éste que registra la cartografía de Grafcan, pero que los lugareños conocen como montaña Topino o montaña del Constante, según que los consultados sean del municipio de Telde o de Ingenio. De cualquier modo, si quisieran abundar en la información sobre esta montaña, en los archivos de Teldeactualidad y Galicia dixital encontrarán un amplio y detallado artículo.
La montaña de la Majada
Nosotros retomamos la montaña que nos ocupa, la Majada. La Real Academia Española, en su diccionario de la Lengua, define majada como lugar donde se recoge de noche el ganado y se albergan los pastores. Existe una majada en la rampa formada por este cono volcánico y el de Topino. Sebtrata de una estructura amplia, formada con materiales escoriáceos, aún en buen estado y una espaciosa cueva de abrigo en el afloramiento rocoso que hay a pie de la misma, en la base de la montaña. Es posible también que en la zona baja de la montaña de la Majada, en su cara sur, donde encontramos su confluencia con el barranco del Draguillo, existan cuevas habilitadas como majadas en la vertical pared de esta montaña, pues las hay en la parte superior de la misma, próximas al pozo del barranquillo Martín Mayor. Como veremos luego en la lectura del paisaje, espaciosas cuevas siguen habilitadas para su uso ganadero no muy lejos de la cima, en esta cara sur de la montaña.
No he recorrido la base de la montaña por esta cara -eso lo dejo para cuando retome los paseos por los barrancos teldenses y aborde este de Martín Mayor-, pero la presencia de múltiples cuevas en esta especie de anfiteatro en que se ha convertido la conjunción de ambos barranquillos con el barranco principal del Draguillo, podrían justificar la razón de tal denominación.
Lo cierto es que en las laderas orientadas al este, norte y oeste de la montaña, en la loma superior y pequeños llanos observados, ninguna cueva hemos encontrado que pueda dar lugar a tal uso. Como mucho, pequeñas oquedades que, alguna de ellas, pudiera tener un uso de abrigo para el ganado. La presencia de viejos excrementos de ganado refuerzan el uso pastoril de las mismas, aunque actualmente, la montaña es visitada con mayor regularidad por los cazadores pues, pequeñas sendas apenas def¡nidas permiten no sólo transitar sin peligro por las montaña sino recoger -no debería ser así pues cada persona es responsable de sus residuos-, las fundas de los cartuchos utilizados y abandonados en el lugar, abundantes a lo largo y ancho de este cono -en mis visitas al cono he retirado medio centenar de ellas, observando otras imposibles de retirar pues se encuentran colgadas del abismo-. No obstante, hay que reconocer que en general se trata de un cono volcánico limpio, sin presencia de otro tipo de residuos.
La montaña de la MajadaEs este un cono singular pues, al igual que una buena parte de los que me quedan por visitar -Juan Santiago, Juan Tello, La Montañetilla, Triguerillas, Montañeta Fría...- forma parte de un grupo de montañas que, afortunadamente, no encontramos en las clásicas rutas de senderismo por este campo de volcanes, hecho que le aporta un valor añadido pues al ser menos frecuentadas se vuelven más atractivas a la hora de disfrutar de sus valores geológicos, biológicos, etnográficos, paisajísticos.
Quise aproximarme a este cono en plan aventura, abordándolo para ello por su cara este. No hay una ruta definida por esa ladera pero no es difícil subir por cualquier lado de ella, partiendo del cauce del barranquillo del Corral de la Tosca que lo bordea por el nordeste y que sí dispone de una senda definida que discurre bien por el fondo del mismo, bien por una senda paralela al cauce. Es éste un barranquillo sin nombre definido -soy yo quien lo bautiza con la denominación del paisaje por donde discurre- que se desploma en su encuentro con el barranco del Draguillo en una caída libre de una veintena de metros, acaso más.
Este cono lo bordea de igual modo, por la orientación suroeste, otro barranquillo, conocido como barranquillo de Martín Mayor, formado en la ladera este de la montaña de las Triguerillas y que también culmina en un caidero sobre la cuenca del Draguillo, sólo que lo hará a menor altura, salvando acaso una decena de metros.
Pero volviendo a la cara por donde vamos a abordar esta montaña, el barranquillo que recoge las aguas de la vaguada formada por la montaña Herrero, la Montañetilla y la montaña Aguilar, observamos desde el mismo un cono con una larga loma en dirección oeste-este, que va perdiendo altura. Es esta una tendencia en la mayor parte de los volcanes que hemos transitado: Malfú, Tabaibas, Aguilar, El Gallego, Pelada, Jinámar, Rosiana, Cuatro Puertas..., realidad que interpreto como la dirección propia de la lava y de los restantes materiales aéreos emitidos, clara influencia de los vientos dominantes que favorecieron la formación de depósitos en dicha dirección.
El caso es que estamos ascendiendo por una ladera de suave pendiente en la zona de confluencia con el barranquillo, razón suficiente para que su suelo fuera aprovechado para el cultivo en épocas no tan lejanas. Abundantes muros construidos con piedras ciclópeas del lugar y sus inmediaciones para contener la tierra fértil, han permitido que, hasta el mismo borde del exiguo barranquillo, se realizaran numerosos bancales que aún observamos. Estos bancales, abandonados actualmente, están colonizados por diversas especies de herbáceas y algunas plantas arbustivas, siendo las tabaibas salvajes, los matos de risco, los inciensos y las vinagreras las más habituales.
Pero si queremos subir sin sortear la presencia de muros ni de tierras sorribadas, abordemos la montaña donde su loma es más baja, justo en la proximidad donde el barranquillo se descuelga sobre el barranco del Draguillo. Aquí, la erosión ha desnudado la roca y arrastrado la mayor parte de la cubierta escoriácea, aflorando el duro basalto. La roca nos oferta así una superficie fácil de trepar, sin mayor peligro pues la pendiente no es acusada.
Es fácil alcanzar el borde de esta montaña asomándose al profundo barranco y, una vez en él, deberemos transitar con cuidado pues el borde es agreste y estrecho. Colgado sobre el barranco destaca la presencia de un soberbio y viejo acebuche. Tras este breve destrepe, descubriremos una senda que nos acerca a una singularidad de este cono volcánico, un avance lávico sobre el barranco que no ha tenido tiempo la erosión y la gravedad de desmantelar por completo, pero cuyos efectos son manifiestos así como el proceso erosivo que continuará hasta arruinar la precaria manifestación volcánica.
Cuando uno se encuentra bajo los arcos formados, entiende uno que sólo es cuestión de tiempo su caída -cuando hablo así no me refiero al efímero tiempo vital de un ser humano, sino a tiempos geológicos, mucho más largos-. Me refiero al conjunto de tres arcos que se abren en dirección este-oeste y a la ventana colgada, inaccesible en este promontorio rocoso.
Al espectacular fenómeno geológico se accede, bien por la senda que discurre entre la vegetación propia de esta vertical ladera del barranco -cardones y bejeques mayoritariamente-, bien por otra más elevada que discurre sobre la canalización de agua que pasa bajo el arco. Esta canalización que conduce el agua procedente de un pozo situado en la cara oeste de este cono volcánico, en la ladera izquierda del barranquillo de Martín Mayor, nos permite bordear la montaña al completo por su cara sur, salvando así, si no sufrimos de vértigo, las vertiginosas paredes de la montaña en su encuentro con el barranquillo de Martín Mayor. Una galería de poca altura -metro, metro y medio- y de unos cincuenta metros de recorrido nos permiten continuar por esta canalización colgada sobre el abismo.
Disfruto del arco antes de seguir mi ruta, agachado por el interior del túnel. Corroboro que alguna vez pasó por aquí una conducción de agua por tubería de fibrocemento, buena parte de ella protegida por un encofrado de hormigón, pero que ahora, obsoleta y rota en varios tramos del recorrido, el agua discurre paralela al canal de homigón mediante una moderna canalización de PVC, una sólida tubería de color negro, cuyo diámetro oscila entre los diez y quince centímetros.
El periplo por esta cara sur me permite observar una serie de cuevas, algunas aprovechadas en su día para el ganado.En varias de ellas idnetifico una planta rupícola que ya había encontrado en las cuevas aborígenes de morro Calasio. Se trata de Camptoloma canariensis, conocida como saladillo de risco, un endemismo de Gran Canaria y que en Telde se encuentra, al menos, en estas dos localidades referenciadas.
Culmina este arriesgado paseo, es obvio que no lo recomiendo, en la pista de accedo al pozo antes señalado. Desde aquí se obtiene una de las mejores imágenes de los dragos del Gamonal y se observan nuevos ejemplares plantados. Es fácil acceder a la cima de la montaña por esta vertiente oeste.
En una visita posterior a los arcos, regreso sobre la canalización para recorrer el borde de la montaña. Antes de transitarla de nuevo, alcanzo la cima ascendiendo por la rampa del este. Es esta una lomada suave y muy interesante pues apenas hay ejemplares aislados de tunera india -algo que es una plaga en las paredes que se descuelgan sobre el barranco del Draguillo por la cara sur, especie introducida e invasora que imposibilita el desarrollo de la vegetación propia de estos riscos. Sólo los cardones prosperan en el interior y en los bordes de la extensa mancha de tuneras, convirtiéndose ambas especies en las dominantes en esta ladera.
Pero la loma que forma la alargada cima es otra cosa. A la buena representación del cardonal se le une una serie de elementos botánicos bien desarrollados: azaigos de risco, matos de risco, pico de paloma (Kickxia scoparia), mamitas, veroles, inciensos, bejeques, hinojos, tajinastes blancos, espinos de mar, salvias, melosas, romeros marinos, cornicales, balos, cruzadillas, altabacas, vinagreras, tabaibas salvajes... que nos ofrecen una buena referencia de lo que puede ser un cardonal-tabaibal bien conservado.
Sin peligro alguno de caída, en esta rampa se trata de disfrutar. Ayuda a ello el silencio del lugar, la pureza del aire que la refrenda el mosaico de colores de una población liquénica que recubre cualquier superficie rocosa de la montaña con un amplio abanico de especies.
Su parte más alta, presenta afloramientos rocosos debido a la erosión y uno de ellos baja hasta el barranquillo del Corral de la Tosca, cruzándolo. En su discurrir por la montala Aguilar, se observa en esta ladera sureña, una amplia cueva utilizada también para el ganado y, en una y otra vertiente, pequeños arcos vacíos en su interior, nos sugieren posibles tubos volcánicos, actualmente desmantelados.
Un penacho de cardones se extiende por esta cima alargada, uniéndose en su cara sur con un cardonal donde esta euforbia es la especie dominante hasta el punto que a la altura del pozo, observamos algunos de los mayores ejemplares de todo el campo de volcanes.
Una vez llegamos al piunto más alto -apenas destacable en esta especie de llanura que se extiende en dirección oeste-este, nos espera una singular realidad. No hay vértice geodésico, no hay cruz ni simbología alguna, no encontramos elemento antrópico que distorsione la belleza de este paisaje volcánico y sincermente, me agrada.
Sus 487 metros de altitud lo convierten en un lugar con un buen registro panorámico a excepción de la orientación norte, donde los conos volcánicos de montaña Herrero y montaña Aguilar imposibilitan con sus alturas -550 y 564 metros, respectivamente-, visualizar paisaje alguno, más allá de sus siluetas.
Asisto en la montaña a los principios del otoño. La vegetación espera con ansia la llegada de las primeras lluvias. Las plantas están bajo mínimos pero forma parte de su ciclo biológico esperar por ellas. Los romeros marinos están florecidos y los verodes aprovecharon las humedades del relente nocturno para asomar, atrevidos, sus incipientes penachos de hojas y flores al final de cada tallo. Estoy convencido de un hecho: presagian que las lluvias están a llegar. (Al releer este artículo, un mes más tarde, antes de entregarlo a las plataformas digitales, a finales del mes de noviembre, recientes y serenas lluvias, siempre escasas, humedecieron de tal modo estos parajes que la imagen de mi última visita está cuajada de verdor).
El resto de la vegetación, se mantiene estoica. El azaigo, el cornical, el espino de mar, con la mayor parte de sus ramas y cubierta foliar seca o bajo mínimos, las tabaibas y los cardones tirando de sus reservas como plantas crasas, capaces de almacenar agua en sus tejidos internos para afrontar largos períodos de sequía. Otras plantas, las anuales que no asoman aún en superficie, mantienen su potencial germinativo bajo tierra, en esa parte subterránea y bulbosa donde conservan el secreto de su vitalidad.
Lo cierto es que cualquier espacio natural recorrido, es otro tras las lluvias. Este cono, ahora con tonalidades pajizas de las herbáceas marchitas y quebradizas, se viste de verde tras la llegada de las primeras lluvias. Verde por completo, una montaña verde. Similar imagen a la de cualquiera de los conos volcánicos que la circundan. Milagros de la vida en esta hermoso suelo volcánico.
Sentado junto a un cardón, molesto por la gracia de un insensato capaz de colocar sobre uno de sus tallos "candelabros" un vaso plástico de yogur a modo de sombrero, favoreciendo con su tontería la pudrición de esta zona apicial del cardón por falta de luz, retiro el envase, lo guardo en mi mochila y comienzo la lectura del paisaje.
Hacia el norte el paisaje de la costa queda oculto por las impresionantes siluetas de las montañas Herrero y Aguilar. Sus alturas sólo permiten observar sobre ellas un límpido cielo azul. Pero la excepcional atalaya donde nos encontramos permite observar el grado y modo de formación, alteración y desarrollo de la cara sur de este último cono volcánico, cómo fueron sus derrames lávicos, como evolucionó luego el posterior fenómeno erosivo sobre esta cara de la montaña, Las formas y colores que se observan nos muestran una atractiva cara que ya hemos destacado cuando tratamos este volcán. Montaña cuya pared rocosa se presenta como una lección viva sobre la formación de la misma y donde cada uno según su imaginación y grado de conocimiento podrá interpretar los pálpitos geológicos que han dado lugar a su formación.
Es curioso que, a media montaña, en la sureña cara del volcán Aguilar, constatemos la presencia de medio centenar de pinos canarios plantados por el ser humano y que presentan diverso grado de desarrollo, condicionados por el suelo, el agua que reciben y los vientos dominantes. No hay mucho suelo disponible pero, bien enraizados, prosperan sin mayor problema, formando parte de un manchón verde arbóreo que se enriquece con la presencia de dragos y palmeras canarias. Una decena de dragos y varios ejemplares de palmera canaria. Sólo una pista de tierra discurre a media ladera, dando servicio no solo a esta propiedad privada sino facilitando el tránsito al corazón del campo de volcanes.
En la ladera de esta montaña, en primer plano se observa la escasa pendiente de la misma que ha permitido transformarla con la creación de bancales y cultivarla. Actualmente se encuentran colonizados los antiguos bancales por un tabaibal donde la tabaiba amarga es la especie dominante, salpicado su dominio esporádicas tuneras indias. Es éste un claro ejemplo de la labor lenta pero inexorable de la naturaleza a la hora de llevar a cabo la recuperación botánica de los bancales abandonados.
Curioso es el afloramiento rocoso que divide la ladera, cruza el barranco y continúa en la montaña de enfrente, la montaña Aguilar. En ambas estructuras rocosas se observan pequeñas cuevas, alguna que mantiene un arco pétreo sobre la entrada, sugiriendo la posibilidad de viejos tubos volcánicos, ahora muy desmantelados. Este afloramiento, señala en cierto modo la zona sometida a cultivo en el pasado. Así, la parte oeste está cubierta de bancales y la parte este, con mayor predominio rocoso y mayor pendiente nunca estuvo sometida al cultivo.
Aquí, en esta zona de bancales, junto a los habituales bisbitas camineros, observo una curruca cabecingra entre balos y tuneras. También es zona de perdices, como todo el campo de volcanes, y es frecuente observar con relativa facilidad pequeñas bandadas de ocho o más ejemplares.
Hacia el sur sabemos que esta montaña fue desmantelada en parte por la erosión, tanto de las aguas del barranquillo de Martín Mayor en su parte alta como del barranco del Draguillo más abajo, ya en dirección al naciente. Las aguas iniciaron su labor contribuyendo luego al desmantelamiento los correspondientes desprendimientos gravitacionales. Son paredes éstas donde encuentran su hábitat las aguilillas y los cuervos, pues es esta zona, parte del espacio colonizado por una pareja de cuervos que se han asentado en este campo de volcanes de Rosiana. Cardones y bejeques (Aeonium percarneum) forman parte de la flora más destacable de estas verticales paredes, dando la sensación de aferrarse al escalofriante vacío de la montaña. Balos y balillos son fácilmente identificables allí donde se acumula un poco de suelo.
Elevando la vista nos encontramos con la pared rocosa de solana del barranco del Draguillo plagada de cuevas y una senda que, a media ladera, desciende hasta encontrarse con el cauce del barranco en la confluencia con el barranquillo de Martín Mayor. Sobre ella, extendiéndose por el horizonte, la llanura aluvial donde se asientan los núcleos urbanos de Ingenio y Aguimes y el tajo del barranco de Guayadeque donde observamos la cúspide de Montaña Las Tierras y las lomadas de la Virgen, envueltas en un color dorado, característico de mágicos atardeceres. Más al fondo, buscando en lontananza el horizonte marino, un océano de aerogeneradores han transformado, a una velocidad meteórica, los cielos de la costa llenándolo de peligrosos juguetes de viento donde las aves, grandes y pequeñas, no juegan, mueren.
La orientación este comienza, a nuestra izquierda, sometida al ocultamiento provocado por la siluetas de la montaña Topino y montaña Herrero, escondiendo el litoral teldense justo hasta la península de Tufia. Al iniciarse en este punto el campo de visión, nos ha ocultado íntegramente la costa urbanizada del municipio. Dejo que mi vista discurra sobre el litoral restante y a excepción de la zona industrial del Goro, próxima a la autovía, el resto del mismo nos sorprende con la visión de un territorio poco o nada urbanizado. Sorprende la amplitud de la bahía de Ojos de Garza, antes de observar la península, el roque de Gando y la extraordinaria bahía del mismo nombre que se abre a continuación.
Seguimos en esta dirección la línea de costa y entramos en el municipio de Ingenio. La playa del Burrero y su cono volcánico son la antesala de una costa sin urbanizar que se extiende, observada desde esta atalaya, hasta la bahía de Arinaga con su roque, su Punta y la urbanización que oculta en gran parte la montaña del mismo nombre.
Regresando a nuestra montaña, observamos su término en la confluencia del barranquillo de Martín Mayor y el barranco del Draguillo. Es ésta, en primer plano, la zona menos alterada de la montaña de la Majada pues su estructura rocosa y de escorias fuertemente soldadas la inhabilitaron para su cultivo, conservando así la vegetación propia del roquedal.
Transito ahora sobre la rampa que discurre en dirección este, una rampa de suave pendiente donde se asienta una buena población de botoneras (Asteriscus graveolens stenophyllus), iniciándose con un amplio aulagar donde observo los primeros ejemplares de esta singular botonera, y digo singular porque estos pateos sosegados por los campos de volcanes de Telde están aportando nuevas localidades a especies citadas más al suroeste y oeste de la isla. Asteriscus graveolens stenpphyllus y Camptoloma canariense, presentan en el municipio de Telde pequeñas poblaciones muy localizadas, siendo deseable la labor de especialistas para su estudio pormenorizado y la gestión complementaria para la conservación de dichos espacios.
Vinagreras, balos, ratoneras salpican la lomada. Si dejamos que la vista busque la extensa planicie veremos, salpicando su perfil, una decena de conos volcánicos, pequeñas elevaciones que confirman nuestra presencia sobre un extenso campo de volcanes: Malfú, montaña Colorada, montaña de las Tabaibas, María Ojeda, Cuatro Puertas, Gando, Ámbar...
Hacia el oeste observamos las casas de la Pasadilla y los altos de Cazadores, únicos núcleos rurales agrupados, luego, salpicando un paisaje de lomas y cresterías, algunos caseríos dispersos.
En esta orientación, las cumbres cierran el paisaje volcánico, un paisaje donde la Caldereta, las Triguerillas, Juan Tello y Juan Santiago me recuerdan, ahí frente a mí, que son los próximos volcanes que quiero explorar.
Entre ellos y esta cima se extienden los llanos de El Gamonal, destacando en una de sus fincas más antiguas dos viejos dragos, soberbios ejemplares de varios metros de altura, amplia copa y robusto tallo, verdaderas joyas botánicas de este campo vulcanológico.
Al pie de esta montaña, en esta orientación, observo el discurrir del cauce del barranquillo de Martín Mayor cuya cabecera observo entre las lomadas de la montaña de Las Triguerillas.
Es en esta ladera, en mi descenso suave en dirección a una pista que bordea el cono dirigiéndose a la vaguada existente entre estos volcanes para llevarme de regreso a la carretera que une Telde con Ingenio, cuando me encuentro con media docena de dragos plantados por la ladera, bien desarrollados, posiblemente fruto de semillas de los dragos legendarios de El Gamonal y de una mano amiga que ha sabido plantarlos, cuidarlos y protegerlos en sus primeros estadíos vitales. Ahora progresan sólos. Les basta con las ocasionales y providenciales lluvias que cada año humedecen este bello paraje volcánico.
Espiño Meilán, José Manuel
Espiño Meilán, José Manuel


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