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Barro, vida y muerte. El poder de la creación.

domingo, 12 de noviembre de 2023
Dedicado a Iria Blanca Brey, a quien conocí a través de sus poesías y cerámicas cuando ya se había ido.

Siempre me ha cautivado este espacio circular. Un espacio histórico de muerte cargado ahora de vida. Del dolor y la ausencia, de la agónica espera y el fatídico paseíllo al color de la creación artística, el calor de la música y la belleza de las palabras.
Sus tres plantas nos ofertan una subida al cielo o una bajada a los infiernos, sólo depende del ángulo de visión que querramos buscar. Pero las escaleras que las comunican son amables, diáfanas, invitándonos a conocer cada espacio minúsculo, cubículos donde anidó el terror, convertidos Barro, vida y muerte. El poder de la creación.ahora en espacios íntimos donde captar como en ningún otro la profundidad de un cuadro, la belleza de una cerámica, la armonía de un sonido, la emoción de un silencio.
Me dirijo a la escalera que se eleva a mi derecha, aunque me atrae el corazón del patio, ese círculo central donde el concentrado dolor de otra época ha dado paso a la esperanza que reina en los encuentros musicales, en los recitales de poesía, en las reflexiones colectivas y debates, animados siempre desde el respeto, la tolerancia, la diversidad y el encuentro. Lo hago despacio, muy despacio, sintiendo el sonido de mis pasos sobre los viejos escalones de madera, adentrándome así en el espacio circular. No hay desesperación ahora, ni sensación de claustrofobia, no hay barrotes en los lucernarios ni en los tragaluces. Han desaparecido los hierros que segaban ideas, bocas y vidas. Bien al contrario, aquello que observo ahora es una especie de útero maternal que concentra la luz en el centro del patio, sobre un círculo de madera firme y renovada que suena hueco bajo mis pies y, dejándome llevar por la fuerza del edificio, de su arquitectura envolvente, castradora antaño de vidas humanas, me dirijo a él, a ese centro del universo carcelario para girar una, dos, tres veces sobre mí mismo, con los ojos bien abiertos y sentir de tal modo la fuerza vital del espacio sociocultural consolidado. Mis vueltas, sin salirme un ápice del mismo lugar, me recuerdan, a cámara lenta, las mareantes danzas de los derviches turcos, y visualizo cada una de las treinta y nueve celdas que alberga el recinto, trece por planta, así como las múltiples celosías tras las que se ocultaban los guardianes, mientras vigilaban cada movimiento realizado por los presos.
'O vello cárcere de Lugo' identifica una placa en su entrada, un espacio que sacude así sus espantos y fantasmas del pasado en esta ciudad bimilenaria conocida también como Lucus Augusti. Como la vieja cárcel de Lugo la conocen los hispano hablantes.
Y así es, eso era en la época oscura. La exposición fija que albergan las diferentes celdas de la planta baja encoge el corazón más valeroso, golpea su ánimo y provoca una dolorosa reflexión sobre la dimensión que puede alcanzar el odio y la destrucción en el ser humano. En una de las celdas, sus paredes muestran una sucesión interminable de nombres y apellidos. Más de cinco mil personas represaliadas en apenas cuatro años, víctimas del horror y el exterminio, en una discreta cárcel de una pequeña ciudad. ¿A cuántos alcanzó la sinrazón y el inconmensurable odio generado en todo el país?Barro, vida y muerte. El poder de la creación.
Yo busco ahora las mariposas creativas de las exposiciones itinerantes. Así es como en la primera planta, entre las cálidas melodías de una música suave, escucho la voz firme y segura de una joven mujer. Voy a su encuentro y me siento frente a ella, en la primera celda. Sus serenas palabras hablan de su fuerza creativa, de la pasión por la vida, de la montaña rusa en que se ha convertido su vida envuelta en una enfermedad incurable y una esperanza incierta.
Las diversas tonalidades lumínicas de las celdas que albergan escogidas piezas cerámicas de su universo creativo, recrean un arco iris visible desde el patio central.
"La niña con voz de terciopelo, sencillamente encantadora" -escribía su amiga Ana Cela en el Faro de Vigo, tras su muerte, justo hace dos años estos días primeros de noviembre.
Me atrapa el alma la generosidad de su cerámica "O niño". "El nido", con cinco corazones de colores simbolizando huevos de ave, dentro de un nido.
Y me desgarra la lectura de una de sus poesías: "Non estou morta".

Non estou morta.
Tampouco estou viva.
Estou na memoria de este pais: no sal
do océano que bate lonxe; no son
das árbores dos bosques; no orballo
vespertino.
A terra que ti pisas gardará sempre
as miñas pegadas. Porque, dalgún modo,
somos eternas.
Non estamos vivas. Pero, tampouco
estamos mortas.

No voy a traducirlo. Permítanme preservar la belleza de la lengua en la que fue escrita. Es fácil interpretarlo leyéndolo un par de veces. Hacerlo así es una prueba de respeto y amor, de entrega y pasión por la poesía. Si acaso exige un pequeño esfuerzo, busquen la traducción correcta de algún que otro vocablo en un diccionario, merece la pena indagar significados precisos en aquellas lenguas que nos enriquecen.
Yo transito ahora, celda a celda, tras el vivir y morir continuo de esta escritora ceramista, investigadora y docente, transito por el nacer y renacer de una artista que nació con el don de la creatividad y jamás pensó que en el camino de la vida la acechaban guayotas infernales cargados de dolor y desesperación. Guayotas del inframundo que le harían sufrir la pérdida de seres queridos que compartían con ella la agonía permanente de la enfermedad irremediable.
Nunca sola. Comparto contigo Iria, la pasión por la vida, la que a ti te fue negada tan rápidamente. Pero fuiste un volcán activo capaz de expresar con tus manos, el barro y los esmaltes toda una vida, toda tu vida, toda la vida de quienes te observan en cada creación.
Cierto Iria que, en el corazón de los que te amaron, de los que sólo te conocimos a través de tus versos y tus cerámicas pero te soñamos fuerte, roque irreductible frente al maldito océano del Hades, estarás siempre viva. Ahí, en el corazón de cada celda, en el interior del cálido nido, bajo esa luz iridiscente que nos envuelve en un ambiente surrealista, propio de tierras y espacios imaginados como el país del mago de Oz o el país de Nunca Jamás y, en cada uno de esos corazones de barro que han moldeado tus manos, que han coloreado tus pinceles aplicándoles cálidos esmaltes, se encuentran tus pegadas, tus eternos pasos que siguen sonando en cada una de las estancias donde tu obra niega tu ausencia.
Espiño Meilán, José Manuel
Espiño Meilán, José Manuel


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