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El Montañón

domingo, 29 de octubre de 2023
Dedicado a Isidoro Falcón, con quien compartí, hace muchos años la emoción de un barranco,
entonces prohibida su visita y tránsito, y el acceso al mismo por la falda de este volcán,
hoy desaparecido. Me refiero al valioso espacio natural del barranco de los Cernícalos.

El Montañón. Algún día esta montaña hizo honor a tal denominación, pero en la actualidad es en Telde, el más vivo y notorio ejemplo de un cono volcánico desaparecido por la acción humana.
El MontañónIlustración: Jaime Checa Gimeno.

Donde hace pocas décadas había un cono volcánico por donde ascendía la carretera que, pasando por La Breña y Cazadores conduce a la cumbre, la GC-130, hoy no queda más que un enorme socavón donde vinagreras, tederas y altabacas tratan de cubrir la sangrante herida del maltrecho volcán.
De la riqueza y potencia de sus negras, rojizas y amarillentas cenizas volcánicas da fe el muro de contención que, realizado al borde de la mencionada carretera, impide la invasión del picón a la vía asfaltada, tratando de evitar así el peligro, siempre presente, del derrape de los vehículos.
Durante muchos años estuvo activa la explotación minera y, tras un largo tiempo de inactividad en que todos creíamos que el daño producido sobre el volcán había cesado definitivamente, hete aquí que una nueva concesión registrada bajo el expediente del catastro minero nº A-224 TP, activa nuevamente las extracciones en la cantera denominada “Las Mesas del Ovejero”.
Una imagen sobre el terreno habla por sí sola. La explotación continuará ahora en la cara norte del cono, con un volumen de extracción tal, que dejará un profundo hoyo tras la carretera de acceso a la cumbre grancanaria. Una enorme excavadora ampliará la cantera, llevándose por delante el último bastión del cono sin alterar, justo la pequeña loma que se encuentra más al norte -es el que corresponde a la imagen que ilustra este artículo-, desapareciendo con ella la vegetación que la corona actualmente.
Y, rizando el rizo y elucubrando en voz alta, es posible que en un futuro próximo, los tan controvertidos “planes de restauración de las canteras de extracción”, que consisten en convertir las depresiones ocasionadas por las extracciones en nuevos vertederos para el depósito de escombros, sea solicitada dicha autorización para este lugar y tendríamos así que una verdadera esponja de residuos contaminaría los acuíferos de los barrancos limítrofes a los que llegarían los lixiviados por filtración y escorrentía, dañando de un modo ireversible los ecosistemas circundantes. No olvidemos que almacenar y sepultar escombros tiene estas consecuencias, si además se realizan sin control alguno de recogida y tratamiento posterior de los mismos, operaciones esenciales en el tratamiento de este tipo de residuos que no se está haciendo ni se hará nunca en depósitos ya consolidados o en vías de relleno: léase hoya de extracción situada entre la Sima de Jinámar y la montaña Rajada, hoya de extracción situada entre Montaña Pelada y el barranco de los Cascajos, hoya de extracción en la Montaña de El Gallego y Cruz de la Gallina... (esto sólo en el municipio teldense)-
He recorrido con calma este espacio. Tenía curiosidad en observar el grado de evolución llevado a cabo de modo natural en los nuevos paisajes, a través de la reciente colonización botánica. Lo cierto es que la mayor parte de la superficie alterada sólo presenta eso, cenizas volcánicas de diferente coloración. Nada más. La razón es obvia, son zonas de extracciones recientes o del paso continuado de las máquinas de excavación y de los camiones. En otras zonas, donde es patente que hace tiempo que se han abandonado o culminado el aprovechamiento mineral y por lo tanto no se encuentra tan alterado el nuevo sustrato, las vinagreras fueron capaces de prosperar e iniciar una lenta recolonización. Junto a ellas, algunos pies de altabaca, tederas, alguna ratonera y un puñado de calentones.
El MontañónEn este momento, creo interesante hacer un poco de historia sobre el cono volcánico desaparecido y situarlo. El Montañón era un edificio alargado que, en las cartografías consultadas, se nos presenta con tres alturas bien definidas: De oeste a este, una de 928 metros, le sigue otra con 910 y la última con 913 metros. Actualmente sólo permanece -con toda la pinta de que por muy poco tiempo- la de 913 metros, que luego trataremos con mayor detalle pues sobre ella realizaremos nuestra habitual lectura del paisaje.
Del resto de la montaña no sólo han desaparecido sus cimas sino que se ha generado un profundo hoyo de una veintena de metros de profundidad que ha hecho desaparecer el edificio volcánico por completo, a excepción de aquello que da sentido económico a la reciente solicitud de concesión para la renovación de la actividad extractiva. El nivel de extracción ha sido tal, que sólo la presencia y la potencia de las coladas de lava que se observan en el volcán en su cara norte y noroeste, antes de quedar cubiertas por un potente manto de cenizas -picón-, paralizó la extracción en esta cara -es obvio que era más rentable continuar las restantes caras de puro picón-, dejando una lección viva donde observar las entrañas de este volcán.
La potencia de este cono, bautizado en su día como El Montañón, fue tal que sus cenizas cubrieron las laderas que descienden hacia el barranquillo de la Solanilla, el barranco de la Degollada y el barranquillo de las Ñameritas de los Tabucos -recuerden que estas nominaciones son la que aparecen registradas por GRAFCAN IDE Canarias en su cartografía más actual, mapas de referencia que utilizo para evitar el uso de denominaciones locales -muy valiosas para estudios toponímicos y que debemos divulgar y conservar- pero que puedan llevarnos a confusión.
Recuerdo que el gran volumen de materiales piroclásticos imposibilitaban hace unas décadas, desde la carretera, la visión de la ladera del barranquillo de las Ñamerillas de los Tabucos así como la del barranco de Los Cernícalos. En la actualidad, tras las extracciones realizadas, ambos espacios se observan sin dificultad alguna.
Esta labor minera hizo desaparecer un enorme volumen de materiales hasta generar una depresión que, desde la carretera se observa como un enorme hoyo alargado, con diferentes pisos o niveles de extracción, donde las vinagreras, ahora que han pasado varios años del comienzo de las extracciones, se unen a las altabacas (Ditrichia viscosa) en su colonización lenta pero persistente.
Ahora le toca el turno a la última parte de la vertiente que se descuelga sobre el barranco de las Ñamerillas. Pienso que la extracción tratará de enrasar las laderas de este territorio ya alterado con el nivel más bajo de la carretera, el que se encuentra en la curva cerrada que da entrada a la industria minera y a uno de los pozo existentes en el barranco de Los Cernícalos, aún a sabiendas de que el vacío interior seguirá existiendo pues el desnivel creado es superior al perfil del trazado de la carretera y más acusado en la zona superior donde la carretera continúa, camino de Cazadores y la cumbre.
A mediados de septiembre de este año, era habitual observar bandadas de perdices en la zona. A pesar de la degradación reinante, tengo que reconocer que era una alegría observar una veintena de perdices al paso y escuchar sus fuertes aleteos al levantar el vuelo y dejarse caer luego, ladera abajo.
El recorrido de norte a sur me permite observar los dos extremos menos alterados. Pero, teniendo en cuenta que me encuentro sobre la cima alomada orientada al norte, realizaré aquí una somera lectura del paisje.
En dirección norte destacan las estribaciones de la ladera de solana del barranco Real de Telde y la montaña de El Helechal. El núcleo urbano de Valsequillo queda oculto tras la ladera soleada del barranco de los Cernícalos. Reaparecen luego los otros núcleos urbanos alomados del municipio de Valsequillo: Los Llanetes de Arriba, Las Carreñas y la Barrera. Observo a continuación la imponente mole de montaña Las Palmas y en su falda, Tecén. Al otro lado del barranco, se observan caseríos dispersos y otros más agrupados: El Hoyo, Valle Casares, La Solana en territorio teldense, y parte del Valle de San Roque.
Observar desde aquí la ladera de solana del barranco de los Cernícalos es observar una imagen extraordinaria. Uno de los mejores acebuchales de canarias se extiende ante nuestros ojos y en el fondo del barranco, vistiendo el cauce de verde, una excelente sauceda (Salix canariensis) va revelando el camino del agua. El mejor bosque de Telde es este bosque termófilo donde une su belleza y feracidad a la que presentan las laderas de los barranquillos y lomos asociados: barranquillo de las Ñameritas de los Tabucos, Lomito del Camello, La Majada, Montañón de los Artiles, El Laderón, La Mejorada, La Pilona…
Al nordeste vemos la Isleta con sus volcanes, delante de ellos el cono volcánico y la caldera de Bandama, la montaña de la Caldereta, montaña de Tafira, montaña del Socorro. Regresando la visual desde la Caldera, nos encontramos con la montaña Pelada o de la Matanza, la cima de la montaña de la Sima de Jinámar y hacia la costa, la montaña de Jinámar. Lo cierto es que, desde esta altitud, este lugar se convierte en una atalaya excelente para identificar y ver un generoso rosario de conos volcánicos.
En dirección este, partiendo de Jinámar costa, observamos todo el litoral teldense hasta perdernos tras la mole de la montaña Águeda que oculta el aeropuerto de Gran Canaria al completo: pistas, torres de control, terminales e instalaciones anexas.
Pero es en esta orientación donde se extiende el casco urbano de Telde, consolidando una mancha urbana que crece en todas las direcciones con la imparable unión de todos y cada uno de los barrios y pagos cercanos que van formando parte de la nueva conurbación.
Recogiendo más aún la mirada y extendiéndola hacia el sureste, observamos la mayoría de los conos volcánicos que conforman el campo de volcanes de Rosiana comenzando por los de mayor altitud hasta llegar a los costeros de Gando. Montaña Los Barros, montaña El Plato, Santidad, Rosiana, montañeta Fría, La Caldereta, Triguerillas, Juan Santiago, Juan Tello. Sólo la montaña de la Majada queda oculta por la imponente presencia de montaña Herrero.
Ya a nuestro pies, en esta dirección sorprende la potencia de este volcán ante la presencia de una ladera de gran pendiente cubierta por una capa de cenizas volcánicas cuya extensión, sobrepasando el núcleo urbano de Breña de Arriba, alcanza el fondo del barranco de Las Ñameritas de los Tabucos.
Al oeste, hay que destacar en primer plano la impresionante depresión producto de tantos años de extracción. Sin vallas ni señal alguna, más allá de las que aperciben en las entradas de la explotación la prohibición del paso, no dejan de suponer un enorme peligro, similar al observado en la montaña Rajada y el impresionante tajo que se abre bajo nuestros pies en su ladera orientada al naciente.
Elevando la vista observamos la cuenca de formación del barranco de Las Breñas que presenta dos notables barranqueras a las que confluyen tres o cuatro pequeñas vaguadas.
A nuestra izquierda el barranquillo de la Solanilla cambiará de nombre para pasar a llamarse barranco de La Breña. Mas allá de éste se abren otras interesantes redes hidrográficas como la de El Infiernillo y La Mina, o la del Charquillo y la Cañada del Agua, pero la ladera de umbría del barranco de la Solanilla y las Mesas de Jarcón nos impiden su visualización.
A nuestra derecha, el ya nombrado barranco de las Ñameritas de los Tabucos, recibe las aguas de otras tantas vaguadas y cañadas, todas ellas observables desde aquí y todas ellas invitándome a dejar las sendas establecidas y aventurarme en su investigación. Surgen de los Marrubios, del Alto de la Casilla y El Laderón, de la Solana de los Gatos y de Hoya Bermeja, lomas y laderas que conforman la cuenca de recepción de las aguas de ambos barrancos.
Un pozo y un par de cuevas, cuidadas y encaladas, son todos los vestigios humanos constructivos que se observan. El resto es un agradable y atractivo paisaje de medianías de montaña.
Más arriba de estas vaguadas, las lomas y cumbres se presentan cubiertas de retamares, sin presencia alguna de pino canario, justo hasta el grupo de antenas que coronan la cima allanada del Lomo de los Conejos. También desde aquí se observa una torre de vigilancia contra incendios, imprescindible para alertar y atajar a tiempo los conatos que se presentan, año tras año, en medianías y cumbres de los municipios de Telde y Valsequillo.
Para encontrar pinos canarios desde esta atalaya sólo tenemos que desviar la vista hacia el noroeste de esta montaña -mejor, de lo poco que queda de ella-, y entonces sí, cresteando las lomas bajan los pinos por los altos de la Degollada de Botija, Morro del Hacha, Morro del Gato, El Piquillo, El Peñátigo, Alto de la Mesa…, uniéndose a toda la crestería del Rincón de Tenteniguada.
En dirección sur, al igual que en la vertiente oeste, el primer plano a mis pies lo conforma un enorme y peligroso socavón.
Elevando la vista un poco, observamos el trazado de la carretera que nos lleva a la cumbre así como la suave lomada que formaba en su día el Montañón.
Es en esta dirección donde encontramos una barranquera formada en la misma capa de picón que desciende ladera abajo en dirección Las Breñas, vaguada con bastante entidad y de corto recorrido que se une al barranquillo de la Solanilla.
Tras esta vaguada, la ladera de umbría de este barranquillo nos impide ver el barranco de la Mina, pues se esconde tras las Mesas de Jarcón, la planicie que observamos entre los dos barrancos.
Así, la lomada de umbría cierra el paisaje observable desde esta atalaya, en direccion sur. Sorprende agradablemente la inexistencia de construcción alguna en esta orientación sureña. Sólo una casa de tipología tradicional se mimetiza en esta ladera del barranco de la Solanilla.
Considero interesante observar la flora presente en esta pequeña cima, cima que será desmantelada, devorada por las máquinas, pues dos de sus caras muestran interesantes representaciones de la vegetación propia del lugar. Las otras dos caras no existen, han desaparecido, forman parte del gran vacío que en su día dejaron las extracciones.
Así, a mis pies, en dirección norte, sorprende la cubierta arbustiva, densa y leñosa, de retama de monte (Teline canariensis) con muchos ejemplares de buen tamaño. Me gusta transitar entre ellos pues me ganan en altura y se siente frescura en su interior. Esta población de retamas retiene de un modo soberbio el suelo, fijando el sustrato y mitigando los efectos de las ocasionales lluvias. Así era la vegetación de todo este sector desaparecido. Afortunadamente, las laderas que se extienden en todas direcciones, a excepción de esta cima y cuerpo del volcán desaparecido, conservan su cubierta vegetal en óptimo estado.
En dirección este, la parte de la ladera que aún se conserva, presenta algunos ejemplares de retama blanca (Retama rhodorhizoides), cerrajas muy desarrolladas y una buena población de bejeques (Aeonium percarneum), junto a salvias, verodes, balillos, altabacas, cardo yesca, tederas, hinojos, inciensos y tabaibas amargas. Es muy pequeña esta franja pues apenas supone más que la parte visible desde la carretera, pues su interior ha desaparecido por las extracciones. Digamos que nos muestra un escenario de cartón piedra donde el viajero que va en coche o moto, observa una cara amable y verde sobre un sustrato de negro o rojo picón, pero detrás de este escenario, el volcán no existe.
Mientras recorro esta cima sentenciada, mis botas se hunden en un mullido suelo de picón evolucionado, transformado en excelente tierra vegetal. Saben de ello los conejos, muy abundantes aquí, que han abierto madrigueras por toda la lomada -ver fotografías adjuntas-.
Me maravilla el registro cromático de las cenizas volcánicas de esta montaña. Todas las gradaciones de color existentes en el espectro que va de cenizas blanquecinas a un negro azabache pasando por amarillos, ocres, rojos, malvas, lilas se encuentran en diferentes zonas de la montaña. Lógicmente, similar colorido presentan las escoria soldadas, los materiales piroclásticos que de diverso tamaño se encuentran bajo nuestros pies. Las pumitas, frecuentes en varias zonas de la extracción, son tan livianas que parecen flotar en nuestras manos. A fin de cuentas no son más que puro aire solidificado.
La llanura orientada al oeste -es posible que sea ésta la otra zona no sometida aún a una extracción masiva-, me sorprende con su tierra bien evolucionada. Es una capa de tierra de un grosor medio de unos veinte centímetros, capa que cubría por completo el volcán. En sus laderas crecen olivos e higueras, aunque la vegetación autóctona ocupa la mayor parte del sustrato observado. Aeonium percarneum y Aeonim arboreum son los dos bejeques arbustivos que se observan en esta ladera donde algunos árboles frutales prosperan asilvestrados, retama amarilla, retamas blancas… Una fila de pitas nos recuerda antiguas formas de definir linderos.
Actualmente, sólo queda un centenar de metros cuadrados de esta lomada, acaso doscientos, cubiertos de secas herbáceas. A mediados de septiembre de dos mil veintitrés, el día se lo pasó lloviznando en la zona, una lluvia serena pero capaz de empapar hasta los huesos. Tengo que reconocer que me atraen estos momentos tan poco habituales en estas medianías -supongo que reminiscencias de mi tierra natal- y, al igual que en la exploración del volcán del Melosal bajo una lluvia semejante, me siento feliz empapapado por una lluvia tan saludable.
Pensé entonces en esa esponja natural perdida, arruinada por las continuas extracciones. No había duda alguna en que, una vez más, habíamos usurpado a la naturaleza un elemento esencial para mantener en buen estado la recarga del acuífero insular.
Pero es naturaleza intrínseca del ser humano llevarse las manos a la cabeza cuando el daño está hecho. Faltará agua algún día y los acuíferos habrán perdido su salutífera carga o estarán salinizados. Es posible, también, que necesitaremos hacer acopio de agua dulce y los estanques, presas y aljibes se destruyen o arruinan convertidos en escombreras, dinamitando su futuro.
Se puede decir que este cono ya no es otra cosa que una referencia cartográfica que observamos entre el barranquillo de las Ñamerillas de los Tabucos por el norte -barranquillo con una potente entidad erosiva-, tributario del barranco de los Cernícalos y el barranquillo de la Solanilla por su cara sur, barranquillo que también, tras pasar bordeando por su cara norte la montaña de los Barros, se une más abajo al cauce del barranco de los Cernícalos.
Cuando abandono los restos que quedan de la montaña con sentimiento de despedida, observo los muros de contención de las cenizas volcánicas ubicadas junto a la carrerera y sé que pronto serán vestigios claros de una inutilidad manifiesta.
Tras ellos, el picón desprendido de la capa de cenizas apenas compactada, amenaza con rebasar su altura y volcarse sobre el asfalto. Mientras no sucede, las plantas colonizan este suelto sustrato y desarrollan de un modo óptimo su ciclo vital.
Es así como, entre vinagreras y bejeques, salvias y verodes, me despido de una planta delicada y bella a un tiempo, un arbusto de finos tallos, el balillo, que con su floración tardía me recuerda que, a pesar de las continuas agresiones del ser humano sobre la naturaleza que le nutre y debería respetar, la flora siempre encontrará camino para progresar y sobrevivir.
Espiño Meilán, José Manuel
Espiño Meilán, José Manuel


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