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Felicidad

domingo, 13 de agosto de 2023
Un paseo por la playa

Dedicado a Juan Gonzalo Luján Falcón, sencillamente por estar ahí a sus setenta y ocho años.
Habitual paseante de la playa de Salinetas, persona amable y buen conversador a quien
acompaña siempre una sonrisa en su rostro.

Pasado mañana, día quince de agosto, jornada festiva pues se celebra la Asunción de la Virgen María, Juan Gonzalo Luján cumplirá setenta y ocho años.
Es una fiesta señalada pues alrededor de ella, más de un millar de actos festivos, algunos procesionales, se celebran por todo el país.
Pero no es de fiestas y eventos de lo que quiero hablar en este artículo, quiero acercarles un término mucho más complejo cuando la revestimos de una multitud de capas superficiales, de objetos de deseo, de ilusiones de futuro -la mayoría de ellas relacionadas con el tener o poseer-, cuando la ideamos como algo posible si se cumplen una serie de parámetros, de logros, de emociones, de sentimientos que cada Felicidaduno diseña según sus circunstancias, momentos y medida, y por todo ello, inalcanzable la mayoría de las veces.
El término en sí -no deja de ser más que un vocablo-, lo utilizamos como una forma de denominar un estado que bien podría definirse con otros términos pues mucho tienen que ver con lo que, a fin de cuentas, entendemos por él.
Así paz, amor, salud, alegría, belleza, equilibrio..., podrían ser términos apropiados para referirnos a la felicidad.
Saben de mi debilidad a la hora de consultar el diccionario de la Real Academia Española, Qué quieren que les diga, algún referente debemos tener a la hora de iniciar una reflexión, un planteamiento sobre algo.
Para mí, con respecto a las palabras y su significado, supone un pilar sólido donde inicar una consulta.
En él, se nos plantea la felicidad como sustantivo femenino. Me gusta, pues le aporta valor, sentimiento, un estado de ánimo con el que siempre me he sentido identificado. Soy de la mar y no del mar, de la enzima, la sartén o la crêpe, aunque puedan escribirse estas palabras y muchas otras con artículo masculino sin perder su significado.
Tras el género se enumeran las diferentes acepciones.
La primera define la felicidad como un estado de grata satisfacción espiritual y física. La segunda se refiera a personas, situaciones, objetos o conjuntos de ellos que contribuyen a ser feliz. La tercera plantea la felicidad como ausencia de inconvenientes y tropiezos.
Bueno, cómo para reflexionar un poco. Es posible que en el conjunto de todas las acepciones, encontremos algo que nos ayude a definir el concepto felicidad..., y también es posible que no.
Como yo quiero interpretarlo -está claro que la subjetividad es una de las razones que dificultan la comprensión de tan esquivo término-, la felicidad no es un estado de gracia que uno encuentra -pienso en las pasiones extremas, en la mística religiosa y en el fanatismo más irracional-, donde instalarse en una especie de zona de confort para siempre. Refuto tal estado de gracia con una realidad demoledora: es imposible ser feliz en un mundo lleno de infelicidad, a sabiendas que esa pasión sin límite la provocan deidades beatíficas que, no obstante, nada pueden hacer o nada quieren cambiar en la realidad del planeta y en la realidad humana.
Ahora mismo me encuentro escribiendo en un bello rincón de una isla oceánica. Sólo escucho la embriagante melodía de un viento suave y elevando la vista mis ojos se pierden en la inmensidad de un océano azul. No es una isla paradisíaca porque todas lo son. Para verlas así hay que observarlas con los ojos del corazón. No soy un ser privilegiado, lo son todas las personas que sólas, con sus amigos o con sus familias disfrutan en este preciso instante de este espacio de encuentro situado entre la tierra y el océano, ofertado por la naturaleza en forma de risco o de playa, para hacerte feliz.
Pero también en este momento concreto, en mi mente aúllan el dolor y la locura ante cientos de casas destruídas en Ucrania, ante tantos civiles y combatientes muertos, aúlla el dolor y la locura a las puertas de cada vivienda, de cada choza asiática, africana, americana, ante el silencio y el desgarrador dolor de los familiares que nada saben de sus seres queridos, los mismos que pierden la vida en el mar, en el océano, en la tierra tratando, simplemente, de atisbar algo de felicidad tras un futuro que saben inexistente para ellos. No pretenden más que eso, la posibilidad de un futuro para ellos y los suyos.
Tampoco me sirve el planteamiento de la vida terrenal -hasta ahora la única contrastada, pues nadie me mostró vida en otros planetas, en otras galaxias ni en los paraísos religiosos de cualquier índole-, como un valle de lágrimas, un lugar donde el dolor hay que entenderlo como algo consustancial al ser humano, algo así como si cada uno de nosotros naciera para sufrir, pues -ahí está como diría mi amigo Luis Pérez Aguado, "el truco del almendruco"-, este tránsito de llanto y dolor se verá compensado con un estado de felicidad permanente y eterno en el más allá.
Felicidad es para mí, la mirada de Juan Gonzalo, hace apenas media hora, caminando por la orilla de la playa de Salinetas. Felicidad encuentro en la tierna mirada de esa madre embarazada paseando de la mano de su compañero sentimental. Felicidad es el encuentro con el amigo en la presentación de su libro, de una exposición artística, de un encuentro con la música, con la lectura. Felicidad es caminar, consciente de la vida que te rodea y que hace que el camino se convierta en dinámico, emocional y existencial. Un camino lleno de vida que te anima a respirar hondo y a sonreir a pesar de toda la parafernalia, una real otra inventada, que convierte en sombrío todo paisaje transitado.
Y para ello no es preciso un coche, ni una comida cara, ni un apartamento en primera línea de playa ni un millón de euros en tu poder. ¿Todo esto ayuda? Puede, pero yo me quedo con las reflexiones que provocan estas interesantes citas:
"La sencillez consiste en hacer el viaje por la vida sólo con el equipaje necesario". Charles Dudley Warner.
"El secreto de la felicidad es tener gustos sencillos y una mente compleja, el problema es que a menudo la mente es sencilla y los gustos complejos". Fernando Savater.
"He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos". Antoine de Saint-Exupéry.
Ahí queda la reflexión. Lo que sí ayuda es acordarse de nuestra madre, de nuestro padre, de nuestros hermanos y hermanas, de nuestros hijos, verlos, visitarlos, salir con ellos, reir y disfrutar. Ayuda el salir con los amigos a caminar, a bañarse, a reir y disfrutar. Ayuda levantarse y vivir con ánimo cada día, cada hora, cada minuto, en el trabajo, en la tienda, en el campo, en la playa, en donde sea, siempre sonriendo, siempre disfrutando.
La vida no es un campo de rosas, cierto, pero sí puedo llevar en mi interior el aroma de cada una de ellas. De igual modo, mis palabras pueden emocionar como lo haría la visión de un campo de rosas y deben hacerlo, mi mirada puede serenar como serenaría la visión de las olorosas flores, mi sonrisa, franca y sincera, debe provocar siempre una sonrisa en el rostro de otra persona.
Hay mucha soledad y mucha incertidumbre orquestada por los manipuladores de la sociedad y de las personas. Se observan muchas caras serias, mucha crispación, mucho desánimo. El vacío existencial y la soledad son causas esenciales que provocan múltiples alteraciones emocionales.
FelicidadJuan Gonzalo camina por la orilla de la playa todos los días, con las primeras horas del amanecer. Siempre sonríe, siempre tiene una palabra amable para todo el mundo, siempre vence la tentación de quedarse en casa, en el sofá o en la cama que, a veces, es lo que le pide el cuerpo pero no la mente.
Hablé con Juan días atrás y supe de la vida de sus padres, muy similar a la vida de los míos y de la de miles de padres de todos ustedes.
Fue una vida dura, con trabajos de sol a sol, saliendo de amanecida, aún sin aclarar el día, con el fin de aprovechar al máximo la jornada. No había jornadas de ocho horas, no había sábados ni domingos ni vacaciones. No había nada de esto y, sin embargo, había mucho.
Había mucho porque había hijos, bendiciones que llenaban la casa de vida, de ilusiones y puede que de hambre, pero se compartía todo, comida, ropa y algún que otro juguete que llegaba por Reyes. Habia siempre una familia cuyos miembros se esforzaban y entregaban lo mejor de sí mismos para que todos salieran adelante.
En su casa y en mi casa nos enseñaron a contentarnos con poco, lo necesario para vivir. No supe yo lo que eran vacaciones fuera de mi localidad hasta mi independencia económica, pero era feliz en mis tiempos veraniegos de estudiante bajando al río, era feliz con mis amigos explorando montes, jugando a la billarda o al bote -juegos ambos que no precisan más que de un bote, unas piedras y un palo para poder jugar-. Era feliz con una pelota de fútbol, la única que tenía el grupo y que cuidábamos con esmero. Era feliz paseando, feliz leyendo un libro que tomaba prestado de la biblioteca pública, era feliz dibujando en el parque, árboles y pájaros sobre libretas viejas, reutilizando sus hojas por el reverso de las mismas. Era feliz con mis padres caminando por la orilla del río Miño los domingos, en las tardes de verano, y saboreando luego la tortilla de papas, los muslos de pollo, algo de ensalada y un roscón –queque para los canarios-, que mi madre preparaba.
Era feliz porque veía sonreir a mi padre que trabajaba seis días a la semana, desde la amanecida hasta el atardecer, para disfrutar con la familia la tarde del domingo.
Y de esto hablamos, paseando, Juan y yo. Y de la edad temprana en que comenzó a trabajar.
- Tendría yo once años, doce lo más -me confesó.
- Mi padre -continué yo-, me contaba que con esa edad ya era ayudante de albañil. Su trabajo consistía en llevar en un saco al hombro todas las herramientas del maestro y del peón que le acompañaba.
- Yo comencé con once años, pero con siete ya sabía que la casa familiar necesitaba de mi ayuda.
- Mi padre eran ocho hermanos y de un modo u otro había que trabajar. Hijos de labradores, la tierra, las vacas y los cerdos daban para comer, pero poco más. Cierto es que la necesidad agudiza el ingenio y fue lo que le hizo ver el mundo de otra manera. Abandonó pronto aquella miseria de oficio para explorar la fabricación de cepillos y escobas y montar su propia empresa.
- Eran otros tiempos -reconoció Juan-. Nosotros eramos doce hermanos.
Seguimos caminando, el con ambas piedras en las manos, escogidos cantos rodados que modeló la marea a lo largo de muchos años y que el seleccionó cuidadosamente buscándalos en la montaña de callaos acumulados cerca de la Charca de Salinetas y que utiliza para fortalecer sus músculos envejecidos.
- Mucho he trabajado -reconoce Juan Gonzalo-. Comencé recogiendo pinocha para las camas del ganado y para acolchar los racimos de plátanos. No había incendios en aquella época, el monte estaba cuidado porque era sustento y vida de mucha gente.
- Desde aquel entonces, mucho han cambiado las cosas, amigo Juan. Ahora las prohibiciones están a la orden del día. Son necesarias en muchos ámbitos pero en otros, como es el cuidado y mantenimiento de los campos y bosques, tengo mis reservas sobre la idoneidad en su gestión. Hay que regular, es cierto, pero es necesario dejar que la vida fluya y en ella, nos guste o no, se encuentra el ser humano.
- A veces, en la prohibición encontramos algunas de las causas de la destrucción del medio -arguyó Juan-. Nadie aprovecha ahora la pinocha, entre otras razones porque con la prohibición de su recogida se han perdido las razones de su uso, nadie limpia el monte y con tanto combustible, los incendios prenden solos. No hay más que observar los bordes de las carreteras, rebosantes de pinocha seca y convertidas auténticos polvorines.
No sé que decirles sobre la felicidad. A fin de cuentas, ¡Quién soy yo para dar recomendaciones! Pero sí puedo decirles que la playa está ahí, los campos, los barrancos y las montañas. En todos estos espacios siempre hay caminos, sendas, veredas, trochas, riscos y cauces. A veces, cuando la amargura nos invade, cuando el dolor nos atenaza, cuando el desánimo hace mella en nuestro interior, cojan un macuto, una vieja o nueva nochila, una botella de agua, un gorro y salgan a caminar. No necesitan más: ni bici, ni moto, ni coche, ni guagua. No necesitan llevar un euro en el bolsillo. Sólo la voluntad de salir.
El tiempo transcurrido les permitirá pensar, reflexionar, cambiar impresiones con otras personas, muchas veces desconocidas. Da igual, hablen o no, escuchen o no, el verdadero interlocutor que debe atender y entender sus cuitas se encuentra en el interior de cada uno de ustedes y es con él con quien encontrarán una salida a la situación creada.
Nunca la soledad será su mejor consejera, nunca el encerrarse en un habitaculo les aportará una respuesta saludable. La vida esta fuera aunque la solución se encuentre dentro de nosotros.
Muchas veces, un abrazo, un beso, un cariño o una palabra esperanzadora y amable, devuelve a uno el sentido de la vida, el placer de sonreir y es capaz de volver pequeños los que estimamos problemas insolubles.
Y ahora mismo, en este preciso instante, cerrando este artículo que quise dedicar a Juan Gonzalo, me siento feliz.
Mañana lo veré o no, el volverá a la playa, a su paseo diario, tal y como viene haciéndolo desde hace más de tres años. Yo tal vez me encuentre ascendiendo un cono volcánico sólo, caminando con amigos por cualquier sendero de la isla o, por qué no, me dejaré caer por esta playa entrañable para gozar de la placentera sensación que supone sentir la arena bajo mis pies desnudos, sentir las aguas oceánicas acariciando y refrescando mi cuerpo y saludar las mantelinas que han regresado a alumbrar sus crías en la playa de Salinetas.
Pero eso será mañana, hoy cada minuto que resta del día desde que apague el ordenador, toca vivir y, desde la óptica que les vengo planteando, tratar de ser feliz.
Espiño Meilán, José Manuel
Espiño Meilán, José Manuel


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