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Montaña Colorada

miércoles, 16 de agosto de 2023
Dedicado a mi estimado amigo geógrafo don Ángel Torres Rodríguez, persona culta y ávida de saber, inquieto defensor de los espacios naturales y de la vida que albergan, singular persona que sueña y lucha por una isla limpia de vertederos y basuras, libre de paneles y vallas publicitarias que arruinan y ocultan el paisaje, ilusionado con una isla capaz de recuperar el verdor de antaño, esperanzado en la restauración de sus bosques primigenios gracias a una acción firme y decidida de los mismos que la han destrozado, los seres humanos.

Montaña Colorada, así registra la cartografía de GRAFCAN este cono surgido en el derrame lávico observable en la ladera este de la montaña de Las Tabaibas, distinguible porque entre ambos barrancos ha tomado cuerpo un incipiente barranquillo y por la elevación de este cono tras dejar a nuestra espalda esta interesante vaguada.
Es curiosa la aparente relatividad de los hechos observados. Si nos encontramos al pie o en la cima de la montaña, esta elevación tiene una entidad propia, claramente constatable, sin albergar duda alguna sobre su entidad de montaña diferenciada. Observada desde la distancia, sin ir más lejos desde la cima que hay enfrente en dirección sur, la montaña de Malfú, cono volcánico que recordarán prometí ascender en cuanto pudiera, la montaña Colorada se presenta como una escasa elevación, apenas una protuberancia en el derrame lávico de la montaña de las Tabaibas. Pero esta irregularidad paisajística, sin entidad de cono bien desarrollado en la unidad geológica definida por la montaña de las Tabaibas, recupera su forma característica de cono si la observación la llevamos a cabo, encontrándonos a su altura, en el cauce del barranco del Draguillo.
Al igual que en la montaña de las Tabaibas, la toponimia es obvia. A nuestro frente se eleva un cono volcánico cuyos emplastes lávicos y tierras generadas por meteorización presentan tonalidades rojizas.
Para acceder a este cono podemos hacerlo desde las vías recomendadas en la montaña de las Tabaibas o bien podemos hacerlo desde la pista asfaltada que, ente cultivos de plataneras, discurre en suelo municipal de Ingenio. Si optamos por esta carretera, nuestra llegada a la montaña es cuestión de minutos pues la pista rodada pasa a un centenar de metros de ella. Solo necesitaremos cruzar los cultivos de plataneras existentes, descender hasta el cauce del barranco que discurre a los pies del cono por su vertiente sureña y comenzar el ascenso hacia su cima. Vayamos por donde vayamos, la accesibilidad a este cono volcánico no entraña mayor dificultad.
En nada varía el espacio que rodea esta montaña del tratado en la montaña de Las Tabaibas, una extensa llanura que presenta suaves lomas y barranquillos abiertos y poco profundos.
La cima es un punto de inflexión para el paisaje observado. Para las correspondientes lecturas paisajísticas me remito a la descripción realizada en mi penúltimo artículo, dedicado a la montaña de las Tabaibas y a las reflexiones correspondientes (Teldeactualidad, 26 de junio de este año). Ni siquiera observando el paisaje que se abre en dirección oeste, cambia sustancialmente el registro hecho desde la montaña de las Tabaibas, si acaso la pérdida de visión de los llanos cultivables y abandonados que se encuentran tras esa montaña, pues bien es cierto que la visión de la montaña de las Tabaibas desde esta loma es hermosa, pero al encontrarse en primer plano, su perfil nos secuestra una pequeña parte del paisaje que oculta.
Quiero centrarme en este artículo en la singularidad de la montaña Colorada. Muy cerca de su cima, en la ladera orientada en dirección oeste, me encuentro con un gran goro. Entro en su interior y reconozco que encierra un espacio nada habitual en otras estructuras similares observadas en territorio municipal teldense. Con una estructura ovoidal, más próxima visualmente a la forma de un círculo, con longitudes que sobrepasan los veinte metros de largo y los quince metros de ancho, el goro presenta paredes altas -entre metro y medio y dos metros de altura-, asentados dichos muros sobre piedras ciclópeas. El peso de las mismas y su tamaño, algunas con longitudes cercanas al metro y alturas superiores a los cincuenta centímetros, sugieren pesos superiores al centenar de kilos. La primera impresión es la de un sacrificado trabajo llevado a cabo a base de maña, ingenio, experiencia y mucho esfuerzo. El recinto está abierto, carece de puerta -en verdad sí la tiene, pues el pale de madera que hay junto a ella, sujeto con grueso alambre y un pasador del mismo material a modo de enganche realizó dicha función cuando se encontraba en uso-, pero los muros de piedra que definen la entrada dándole solidez al conjunto, están en perfecto estado. La entrada, orientada hacia el oeste, enfoca la montaña de las Tabaibas.
Lo curioso de este goro es que está bien conservado y -esta apreciación es posible que se deba a mi escasa experiencia en el análisis de recintos caprinos a cielo descubierto-, sin uso aparente pues ni en su interior ni en los espacios aledaños observo excrementos de ganado alguno, dando la idea de que, o es muy viejo su uso o jamás los hubo. Tal circunstancia plantea dudas sobre un uso exclusivo y, aunque parezca lógico un corral para un ganado numeroso, lo cierto es que, o bien se ha realizado una limpieza en profundidad, bien las lluvias han hecho desaparecer todo vestigio del ganado o bien desconozco otros usos que pudo tener el mismo. ¿En verdad ha pasado tanto tiempo desde que fue redil de ganado que los fenómenos atmosféricos han sido capaces de eliminar hasta el último vestigio de residuo orgánico, tanto de excrementos como de pelo animal? Es muy posible que haya sido así pues al fin y al cabo se trata sólo de componentes orgánicos, pero ahí dejo la pregunta. La razón de mis conjeturas se debe a que en mis periplos por suelo municipal teldense, he encontrado muchos recintos y cuevas de abrigo para el ganado y siempre he observado capa de excrementos apelmazados, costra fertilizadora que aguanta décadas sin descomponerse, endurecida con el paso del tiempo. Aquí no hay nada.
A pesar de mis dudas, ratifica el uso del espacio como recinto ganadero la existencia, tras el goro, de una serie de estructuras habitacionales -cuatro en número-, construidas con mayor solidez, encaladas sus paredes en el interior de la vivienda y en franco deterioro. Estos restos nos hablan de viviendas antiguas, cuartos habitacionales que se encontraban unidos mediante un sencillo pasillo que comunica con el exterior a través de una entrada orientada al sur. Alguno de estos cuartos aprovechó la parte exterior de la pared del goro, disponiendo así de una pared levantada, completándose el habitáculo con otras tres -claro ejemplo de la eficiencia y ahorro en el trabajo y del ingenio cotidiano a la hora de dar respuesta a las necesidades surgidas-. Un hueco abierto al pasillo antes señalado -donde algún día estuvo ubicada una puerta o una simple cortina de tela, aportaba intimidad al cuarto-. Queda como reminiscencia de tiempos pasados, del habitual uso de remedios naturales como recurso asociado a una forma de entender la vida más acorde con la sabiduría de la naturaleza, un grupo testimonial de sábilas o pitas sábilas (Aloe vera). Apenas son media docena de ejemplares que, por sus valores medicinales tanto para el ser humano como para el ganado, acostumbró a plantar la gente del campo en la entrada de sus viviendas. Sobreviven bien, pues es esta una planta capaz de prosperar asilvestrada, sin cuidado alguno en condiciones favorables - recordemos el cauce del barranco de las Manolitas, el de Ojos de Garza, el del barranco del Negro…donde han sido capaces de desarrollar importantes poblaciones asilvestradas. No está considerada especie invasora, aunque es cierto que se trata de una planta introducida.
Dejando atrás recinto y vivienda, no retomo el ascenso pues deseo analizar el estado del barranquillo que hay entre las dos elevaciones y analizar que está sucediendo en su desarrollo. Luego deseo laderear -sí, es cierto, no busque usted en el diccionario su significado pues no existe tal verbo, no está reconocido por la RAE, pero me encanta el significado que para mí tiene: recorrer, arriba y abajo, una montaña por sus laderas-, la montaña Colorada por todas sus caras. Al llegar al barranquillo me encuentro con una visión preocupante. Desafortunadamente no es un fenómeno exclusivo de este barranquillo, sino que afecta a toda la isla, a todos los espacios abiertos desprovistos de una cubierta de vegetación. Observo como diversas barranqueras arrastran el suelo fértil de la montaña de las Tabaibas hacia el cauce del barranco del Draguillo. La rotura de los muros que mantenían los bancales, la falta de mantenimiento de los mismos -algún día hablaremos de ese hermoso paisaje rural que definía la comunión de la tierra con las mujeres y hombres que la cultivaban y que se encuentra en un lamentable estado de abandono-, y la práctica inexistencia de vegetación favorecen la pérdida de suelo. Idéntica situación se produce en la ladera oeste de esta montaña, aunque es menos acusada la agresión por ser menor la pendiente.
Todas estas vaguadas e incipientes barranqueras han dado lugar a un barranquillo que aún está formándose, cogiendo mayor entidad, siendo habitual encontrar depósitos alomados de tierra roja, suelta y carente de cubierta protectora y, más preocupante aún, son muchos los espacios desprovistos de suelo, donde la capa de tierra ha desaparecido por completo y sólo se observa, inalterable en apariencia, la costra de suelo rocoso encalichado. Sobre esta capa ninguna planta prospera y son muchos los manchones de roca donde, algún día hubo una capa de suelo cultivable destinada a generar riqueza agrícola.
Bajando o subiendo, una inapreciable senda se vislumbra desde el barranco del Draguillo hasta la parte alta del barranquillo. Ahora, que me encuentro a media ladera, discurre por la margen derecha del mismo y se identifica más por los mojones de piedras que alguien colocó a lo largo del mismo que por el discurrir propio de la senda.
Abandono su trazado, pues no deseo bajar al barranco sino desviarme a la izquierda para laderear con gusto. Mi objetivo es rodear a media altura la montaña Colorada. Quiero observar su vegetación y la existencia a no de cuevas. No escondo mi pasión por todo tipo de oquedades. Es posible que este sentimiento tenga que ver con mi registro sistemático de la costa de A Mariña lucense tras la búsqueda de unos seres míticos, los trasnos, personajes que dan sentido, razón y protagonismo a mi última novela publicada “O segredo dos trasnos” y que me permitieron, días atrás, con la generosidad y altruismo de otros escritores y muy buenos amigos, llevar a cabo dos acciones solidarias, una con la Obra Social de la Casa de Galicia que tan gratos recuerdos reporta a la población insular y otra a nuestras hermanas y hermanos palmeros, afectados por los materiales lávicos del volcán.
El caso es que una senda poco marcada -posiblemente por el escaso uso de la misma- discurre por la ladera entre manchones de tuneras indias. Es suave la pendiente al comienzo, pero según nos acercamos a la cara este, la montaña deja de disponer de tierra de antiguos cultivos debido a lo acusado de la pendiente, las terrazas desaparecen y el suelo se vuelve compacto pues es pura roca escoriácea. En esta zona aumenta la verticalidad de la montaña y el discurrir fuera de la senda apenas dibujada, se vuelve un poco más arriesgado. Nada serio, cuestión de atención y prudencia. Es en este tramo donde el ser humano desbastó apenas la roca, un ejercicio de labrante poco laborioso pero práctico, donde se aprecia con claridad como, con el uso de herramientas, trató de proporcionar seguridad al paso sobre la roca.
Ninguna oquedad observo que sea digna de mención, así que abandono esta ladera de la montaña para cruzar el barranco que discurre a sus pies. Parece mentira que lo observado -desaparición de paredones y laderas pronunciadas- corresponda al cauce del barranco del Draguillo. Me sorprende gratamente comprobar como el agua ha horadado en el cauce otro más pequeño debido a que el caudal de las aguas actuales nada tiene que ver con la potencia y volumen que tuvieron en el pasado, capaces de generar este hermoso e imponente barranco. Y digo que lo hago gratamente porque frente a mí se encuentra una pared de derrubios de unos dos a tres metros de altura y tras esta pared está acumulada -una especie de depósito térreo-, gran parte de las tierras que, discurriendo por la ladera, creía yo que terminaban en el cauce y de ahí, ayudadas por la fuerza y el poder de disolución del agua, se dirigirían raudas en busca del océano. Pues bien, esta pared de derrubios generada hace la función de filtro y provisional depósito de las tierras erosionadas en la montaña.
Camino un poco, barranco arriba, luego echo la vista atrás. Es cierto que, analizado su perfil desde la cara sur de este barranquillo observamos como son dos elevaciones diferenciadas y como entre ellas discurre el pequeño barranquillo que nace precisamente en la vaguada formada entre las dos montañas y termina desembocando en este barranco. Una vez más constato que la toponimia de la montaña Colorada no admite réplica alguna. Visto desde esta vertiente sureña, la coloración del risco y de las tierras que se van desmoronando, es amarillenta, con notorias tonalidades rojizas. Así lo delatan las tierras que, como finas arenas han ido depositándose sobre el cauce del barranquillo y de este barranco imprimiéndole su color enrojecido, un fondo terroso que contrasta con el verde pálido de los abundantes y frondosos balos, fruto de la humedad que, sin duda alguna, alimenta sus raíces pues discurre el cauce, por su margen izquierdo perteneciente a Ingenio, junto a numerosos cultivos de plátanos bajo invernadero.
Tras un breve paseo que me permite ver los perfiles de ambas montañas, regreso a la cara sur de la montaña Colorada, puro risco en continuo proceso de desmoronamiento. Colonizan estas riscaderas las tuneras indias en una buena parte de la pared. Pierden presencia según nos vamos acercamos al este y en su lugar aparecen los balos, las tabaibas amargas y los espinos de mar, gualdones y nevadillas, inciensos menudos, turmeros…
Decenas de vencejos unicolor sobrevuelan el barranquillo tras los insectos, en vuelos rasantes que pasan cerca de mi cabeza. Es en esta ladera mineral donde quiebran sus vuelos para volver al cauce del barranco y seguir su incesante caza con las bocas abiertas. Intuyo que las condiciones de humedad y calor propias de esta extensión de tierras cultivadas bajo invernadero supongan una de las causas principales para la existencia de tal cantidad de minúsculos insectos alados.
La presencia de pequeños paseriformes se deja notar en toda la montaña y el entorno inmediato. Son sus trinos y cantos quienes nos identifican las diferentes especies que aún encuentran en estas lomadas, barrancos, conos y vaguadas un espacio alejado del ser humano donde poder habitar. Sobrevolando ambas montañas, las horas pasadas en estas lomas me permitieron identificar dos especies de rapaces: cernícalos y aguilillas y una visita más inesperada, la de un cuervo canario en dirección a la montaña de Cuatro Puertas. No es la primera vez que el cuervo baja hasta estos predios teldenses, pero su observación no es precisamente habitual.
Sigo ascendiendo para ver como el derrame lávico se funde con el llano. Es entonces cuando observo, en la ladera del naciente, una casamata en perfecto estado. En su interior, un nido de ametralladoras cubría todo el llano hasta la costa. Con tres troneras dispuestas de tal modo que las caras norte, sur y este de la montaña quedaran cubiertas por las armas dispuestas, esta estructura militar presenta una sólida y ancha cubierta de hormigón, una losa abombada en su parte central, pienso que para inferirle mayor fortaleza y mimetizarla con el entorno. Suponía la primera barrera defensiva de la montaña. Más arriba completaban la defensa las baterías antiaéreas a las que hemos hecho referencia expresa y detallada en el paseo por la montaña de las Tabaibas.
Desciendo un poco más, en busca del cauce del barranquillo del Cardonal y de los terrenos colindantes: El Cardonal y La Montañeta. Encuentro, a pie de la casamata, vestigios de viejas estructuras de piedra. Ahí queda la nota, abierta a curiosos lectores capaces de acercarse a la montaña e interpretar su función, antigüedad y el estado de las mismas. Observo el cauce del barranquillo del Cardonal. Balos y tuneras indias pugnan por colonizar todo el cauce. Tres apupús (Upupa epops), una especie de ave nativa presente en todas las islas, pero no endémica, buscan insectos en los bancales abandonados, en medio del secarral. Las tierras sueltas son un lugar idóneo para los conejos y múltiples intentos de fabricar madrigueras, así como la alfombra continua de cagarrutas nos dan una idea de su abundancia en la zona. Pero también son el sustrato idóneo para la erosión, así, en esta cara norte de la montaña Colorada, las tierras rojas van depositándose en el cauce del barranco del Cardonal y las zonas desprovistas de tierra y con un sustrato rocoso encalichado se alternan con otras donde tabaibas amargas dispersas, algunos balos peinados por el viento, espinos de mar y esporádicos veroles, sujetan como pueden la tierra necesaria pues en el afianzamiento radicular encuentran el mayor o menor éxito para su crecimiento y supervivencia. Es en esta ladera donde se vislumbra un mimetizado sendero, aunque la tendencia a la hora de abordar la montaña es discurrir por la socavada pista producto de las motos y otros vehículos de montaña.
Según voy acercándome al fin de la ladera, justo donde se unen el barranquillo del Cardonal con el barranco del Draguillo, dos agresiones al paisaje y al equilibrio del ecosistema, me enervan. ¡Qué tristeza siento! Una tristeza acompañada de una mezcla de rabia y dolor. Ya es un precedente el hecho de que el cauce presente una cantidad exagerada de vidrio partido, vertidos procedentes de alguna empresa. La primera agresión consiste en la deplorable constatación de que allá donde llegue una pista, asfaltada o no, en el municipio teldense nos vamos a encontrar con uno o varios vertidos ilegales. Vertidos de escombros, de basuras varias, un gran depósito de viejas uralitas: bidones rotos, planchas para techumbres, otros vertidos procedentes de empresas dedicadas al cristal, a la carpintería, a reformas de pisos, baños y cocinas … Las fotos que acompañan este artículo dan fe
Tengo la sensación de que la mayoría de estos vertidos los realizan particulares o cuadrillas de trabajadores -me baso en el hecho de que no presentan identificación alguna sus vehículos-. Las preguntas se suceden ¿estarán dados de alta como autónomos? ¿Trabajarán para complementar los ingresos de un trabajo temporal? ¿Abusarán de la picaresca de cobrar al cliente por la retirada, traslado, cuota y gestión del vertido en los vertederos oficiales, pero que luego abandonan en cualquier lugar, quedándose con la cantidad abonada por el contratador y engrosando sus bolsillos? No son éstas, suposiciones gratuitas, pues no es la primera vez que observo pequeños transportes cargados con residuos que se acercan para abandonarlos donde me encuentro o en las proximidades y ante la presencia de testigos, apagan el motor, esperan un buen rato y, observando que yo me siento y no abandono el lugar, terminan dando la vuelta con el furgón o camión, llevándose su carga a otra parte. Nada puedo hacer cuando el vertido no se produce, pero aún en el caso de que su osadía los llevara a realizarlo, no me ampara autoridad alguna para recriminarles tal acción, más allá de la manifestación que les haría del daño emocional que, como persona sensibilizada con el tema, me provoque el hecho de verter de un modo ilegal, escombros o materiales varios, en un espacio donde nadie va a retirarlos.
Y así vengo observando intentos de vertido en el barranco de Silva, muy cerca de Morro Calasio, varias veces en la subida a la Sima de Jinámar -da la impresión de que se arrepienten de llevar los vertidos a la Planta de Tratamiento de Residuos y prefieren voltear sus restos al borde de la carretera de acceso a la misma-, en el campo de volcanes de Rosiana, en la trasera de Cuatro Puertas, en la pista de acceso al polvorín ubicado junto al barranco del Draguillo…
La otra agresión es severa en cuanto al daño producido, mucho me temo que más habitual de lo que pensamos. Se trata de las rodaduras de agresivos vehículos a motor -quads y motos de montaña esencialmente-, rodaduras antiguas que han provocado enormes socavones y otras más recientes pues siguen siendo habitual escucharlos desde la distancia, disfrutando de la fuerza de sus motores, siendo conscientes o no del destrozo que provocan en la montaña. Me imagino que esto sucede amparados en la falta de vigilancia y control sobre los infractores. Se observa tanto en espacios escondidos y relativamente bien conservados como en otros más abiertos. Para este tipo de agresión, los infractores necesitan una pista de tierra o carretera asfaltada que les permita una cómoda llegada y luego ellos se encargan de crear nuevas pistas por el espacio a destrozar. En el caso de la montaña Colorada y por extensión a la montaña de las Tabaibas, esta agresión afecta en mayor medida a la montaña Colorada pues es en ella donde la erosión es más galopante. Las fotografías adjuntas hablan por sí solas del destrozo ocasionado.
Cuando desciendo al barranquillo de El Cardonal por esta pista abierta el camino ha dejado de ser una pista con la anchura suficiente para acceder con un coche convencional a las zonas cultivadas que se encuentran al pie de la montaña de Las Tabaibas, para convertirse en un terreno acarcavado y peligroso, con fuertes pendientes laterales, altamente erosionado por el uso habitual que hacen de esta vía los quad y las motos de montaña, con rodaduras insalvables. Ambos tipos de vehículos han destrozado el camino, volviéndolo intransitable. Ante estas imágenes que se repiten en la montaña de Ruano, en el campo de volcanes de Rosiana en las laderas de la Caldereta, en la ladera norte de la montaña de Cuatro Puertas, cómo echa uno de menos una buena y eficaz vigilancia, pues la falta de control hacia este tipo de actividades que vienen desarrollándose en muchos conos volcánicos y campos de picón, espacios altamente vulnerables, con total impunidad, están arruinando nuestros paisajes.
Es precisamente esta vía, la orientada al este, la segunda opción propuesta para acceder a la montaña de las Tabaibas partiendo de la urbanización Ojos de Garza. De suave perfil, la loma nos lleva a la montaña Colorada en primer lugar y luego a la montaña de las Tabaibas. Les aconsejaría subieran por aquí, pero, con el estado deplorable -por los abundantes vertidos- que presenta el cauce del barranquillo de El Cardonal, al cruce con la carretera, y el estado de la destrozada pista que asciende entre cárcavas, tierra y piedras sueltas hasta ambas montañas, no me animo a recomendársela. Prefiero la imagen bucólica que se llevarán accediendo desde la GC-100, al menos hasta que las autoridades responsables del control de este tipo de vehículos y de los residuos incontrolados hagan su labor de detección, limpieza y vigilancia. No nos cansamos de repetir que, una vez sancionados los irresponsables que vierten asiduamente o que destrozan pistas y caminos, los demás infractores se cuidarán de no llevar a cabo acciones tan poco afortunadas. Pero para que esto suceda hay que extremar la vigilancia y el rigor en las sanciones impuestas.
Espiño Meilán, José Manuel
Espiño Meilán, José Manuel


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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