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Montaña Quemada

miércoles, 09 de agosto de 2023
Dedicado a Honorio Galindo Rocha, histórico ecologista comprometido con la defensa del medio y de la vida, estimado amigo que conocí a mi llegada a la isla, hace ahora más de cuatro décadas Si algo queda de la montaña Quemada, se debe a su enconada defensa y su tenaz resistencia en evitar su desaparición.

Montaña Quemada, tristemente, hace honor a su nombre. Tal vez más idóneo sería nominarla: montaña arrasada, desaparecida, robada al paisaje, a sus habitantes y al patrimonio volcánico de Gran Canaria.
Nunca entenderé las concesiones mineras que llevan implícitas la total desaparición de un edificio volcánico único, singular, insustituible. Nunca comprenderé cómo este tipo de licencias se dan por tiempo ilimitado, si ternemos en cuenta que la Ley 22/1973 de Minas, en su artículo 62 nos dice en su apartado primero que la concesión se otorga por treinta años, pero pueden solicitarse dos prórrogas del mismo tiempo de duración, es decir noventa años-. Si bien es cierto que las concesiones de explotación deben ajustarse a una extensión de territorio determinada y concreta, en teoría definida con escrupulosa exactitud en cuadrículas mineras- ¿Se hace realmente con este rigor? Me temo, por las denuncias que conozco de ecologistas y vecinos, que en muchas explotaciones en vigor y otras ya clausuradas, no sucede así. Si es así, la pregunta es evidente: ¿existe algún Servicio de inspección del Gobierno Autónomo de Canarias encargado del control y supervisión de estas cuadrículas? Y si existe, ¿se llevan a cabo estas revisiones con carácter periódico? ¿Se dicta una orden de paralización inmediata cuando existe una denuncia o la explotación incumple el espacio afectado? Tengo mis dudas, pues en el caso de este cono volcánico, como en otros denunciados en este municipio durante muchos años, a veces décadas, los infractores ni siquiera disponían de las licencias necesarias para poder llevar a cabo tales actividades, lo que demuestra la triste connivencia y el lamentable pasotismo de las autoridades municipales e insulares a la hora de no ejercer control alguno sobre ellos. Es triste que no sean las instituciones públicas las principales valedoras de ese bien tan valioso como mancillado como es nuestro paisaje. Es lamentable que sea siempre necesaria la judicialización de todas y cada una de las agresiones, casi siempre planteadas desde los ciudadanos y las O.N.G. por ausencia de la vigilancia y el control necesario que debería surgir en el mismo momento de mover una máquina y comenzar la actividad. Es indigno de una sociedad que se considera avanzada, que tenga que ser la sentencia de un juez, tal y como comprobaremos en el historial existente sobre este volcán y que guarda con celo el Colectivo Turcón en sus archivos, quien obligue a las autoridades a ejercer sus responsabilidades. Es igualmente triste que a estas autoridades solo se les aperciba y conmine a actuar, pero nunca se les sancione.
Lo cierto es que, en aquellas explotaciones que sí disponen de licencia de Minas, las décadas se suceden, una tras otra, convirtiendo de facto la licencia en una patente de corso, con poder para arrasar no sólo el edificio volcánico donde se permitió la extracción sino para ejercer la picaresca de realizar catas indiscriminadas a su alrededor en busca de nuevas zonas de extracción -amparándose, claro está, en la inexistente o inoperante vigilancia de Minas- y, con ello, la destrucción sistemática del campo de volcanes donde está ubicado. Es el caso lacerante, que ya trataremos cuando dichos conos volcánicos ocupen su espacio en esta serie de artículos sobre las montañas teldenses, del cono volcánico de Santidad y los mantos de lapilli y conos de su entorno que presentan mordidas y catas ilegales, fuera de planeamiento y licencia pero que han sucedido por falta de control y vigilancia de las administraciones públicas que, más allá de los colectivos ecologistas, personas voluntarias y ciudadanos preocupados por el patrimonio natural, nada han hecho históricamente por controlar, exigiendo las licencias pertinentes y la cartografía asociada, y sancionar ejemplarmente a los autores de tan dañinos desmanes asociados a la industria extractiva.
Viendo este volcán, este esperpento de paisaje mancillado, me viene a la cabeza la agresión brutal e irreparable del Montañón Negro, cono volcánico de la cumbre, tal vez el volcán más reciente de la isla, figura icónica de nuestra geología volcánica en el Camino de Santiago Entre Volcanes en la isla de Gran Canaria y el vacío que presenta su ladera oeste, la negrura infinita de su dolor, producto de otra extracción incomprensible en el paisaje protegido de las cumbres de Gran Canaria. Observamos su alma de volcán herido, desprovista su ladera mancillada de la cabellera verde del pinar que lo rodea, despojado del equilibrio ecológico que sabemos gozan los ecosistemas exentos de interacción humana.
Tras esta reflexión, absolutamente necesaria pues estos no son más que unos pocos ejemplos de la alteración sistemática que sufrieron y sufren la mayor parte de los conos volcánicos de la isla, Montaña Quemada se encuentra junto a la carretera GC-100, la vieja carretera que desde Las Palmas nos lleva hasta Telde. Se encontraba este volcán -pues, a excepción del cráter, el resto del edificio ha desaparecido-, al lado del que hemos tratado en el artículo anterior -publicado el uno de mayo del presente año-. Nos referimos a la montaña del Roso, el cono volcánico que alberga en su conservado cráter la extraordinaria necrópolis aborigen totalmente desprotegida por las instituciones públicas. Nuestro volcán presenta una altura actual de 139 metros o de 148 según nos encontremos en la cúspide de su vertiente sur o en la vertiente norte del cráter.
Creo que antes de seguir con mi mirada de senderista comprometido con el medio ambiente, considero de importancia suma, registrar textualmente la descripción que el vulcanólogo Alex Hansen Machín hizo de este volcán en 1987 en su publicación: “Los volcanes recientes de Gran Canaria”:
“La montaña del Gallego (185 m) se levanta unos 65 metros por encima del valle en el que se apoya. Se trata de un cono en herradura, abierto hacia el este, con su labio derecho muy elevado mientras que el izquierdo apenas destaca 10 metros. La actividad eruptiva, fundamentalmente es de tipo estromboliano, se desarrolló sobre un eje fisural que ha determinado considerablemente la morfología actual del aparato. Se trata de un cono de escorias de granulometrías muy variadas, con abundancia de bombas volcánicas de tamaños centimétricos. Este pequeño volcán arrojó una corriente lávica (hoy totalmente desaparecida), de escaso espesor y superficie de tipo <> que se desarrolló por esta vaguada sin que sus límites puedan hoy ser establecidos”
Las diferencias en altitud que registran los actuales datos de GRAFCAN y los manejados por Alex Hansen en su publicación, hace treinta y cinco años, hablan por sí solos del grado de destrucción del cono, tanto en altura como en su colada.
Lo cierto es que poco queda del volcán sin alterar, si acaso una pequeña parte del interior del cráter y una vez en ella, la pared que se encuentra en dirección norte.
Si algún día hubo algún vestigio aborigen en este volcán, algo que no sería un hecho extraordinario pues en los espacios periféricos hay vestigios arqueológicos de todo tipo -viviendas, cuevas, necrópolis, poblados en costa, graneros… la total destrucción del mismo lo ha convertido en una suposición innecesaria, en una amarga y desconsoladora posibilidad perdida.
Y es que Hoya Aguedita se ha convertido en una de las zonas más activas en la industria de transformación de áridos y de recepción, tratamiento y depósito de escombros. Observada esta amplia vaguada desde lo alto del cráter, la transformación del paisaje es absoluta, tal es la intervención que cualquiera elucubración sobre su estado primigenio es pura conjetura. De cualquier modo, este valle, junto al valle formado a su izquierda en la Hoya Gallego conforman, tras pasar La Francia y los Caraballos, zonas muy alteradas por los vertidos del polígono industrial y el levantamiento de varios bloques de viviendas que conforman la zona residencial Eucaliptos II sobre el cauce del barranquillo de El Cascajo, un barranquillo tributario del barranco de Los Ríos -donde se encuentra el Cortijo de San Ignacio- que es a su vez tributario del barranco Real de Telde. Ambos se tratarán detenidamente cuando iniciemos el próximo año la serie: “Los barrancos tributarios de Telde”.
Al igual que con todos los conos volcánicos analizados con anterioridad, nos subimos a su cima para efectuar una lectura del paisaje observado en todas las direcciones posibles. No escondo que cada vez me gusta más esta visión panorámica, envidiando, por qué no decirlo, las excepcionales vistas de las aves que me sobrevuelan de cuando en cuando. Sí, es cierto, anhelo las perspectivas aéreas que disfruta el aguililla que ahora mismo sobrevuela Hoya Aguedita realizando círculos cada vez más amplios hasta situarse sobre mi posición, curioseando tal vez la presencia de este bípedo de costumbres extrañas sobre una poco agradable montaña de escombros.
Comienzo con la orientación sur. Si observo el interior del cráter desde su ladera norte, lo encuentro cubierto, en buena parte, por una capa homogénea de materiales piroclásticos de tamaño medio -aproximadamente entre cinco y diez centímetros-, tal vez para evitar, hecho que sucedería si la cobertura fuese de fino picón, su deslizamiento por la ladera. Estos materiales volcánicos se ensamblan en cierto modo unos con otros, ocultando bajo ellos el enorme depósito de escombros en que se ha convertido el cono tras la extracción de todo el material volcánico posible y facilitando la filtración de las ocasionales aguas pluviales. Al parecer, con el objetivo de intentar devolver al cono su forma primitiva, esta solución se considera la más afortunada y está recomendada y permitida su restauración con materiales inertes en primer lugar, en un intento de recuperar altura, volumen y perfil original del cono desaparecido y luego, una vez culminada esta fase, sobre los escombros es obligatorio depositar una capa de materiales volcánicos del grosor suficiente como para cubrir por completo los materiales inertes existentes- esperemos que por efecto de las lluvias no se desplacen algún día hasta el fondo del cráter, sepultando la poca, pero valiosa, vegetación del mismo-.
El engaño visual resultante está a la vista de todos. Una “restauración” del paisaje que no es más que eso, un burdo intento de minimizar el impacto paisajístico ocasionado.
Un manto de bobos o calentones (Nicotiana glauca) -planta invasora capaz de colonizar cualquier espacio degradado, desde fondos de barrancos hasta bordes de carreteras, arcenes, aceras…-, se asienta sobre la ladera así reconstruida. Comenzó así una colonización lenta pero progresiva que continuaron otras plantas poco exigentes en cuanto a nutrientes y calidad del suelo y estabilidad: las aulagas y las vinagreras. Son pocos los ejemplares que se observan, pero hay ejemplares jóvenes que prosperan satisfactoriamente. Sólo una zona se observa preservada de esta cubierta artificial, es la parte del cráter que se encuentra más próxima a la carretera. La razón es obvia, aún no se habían extraído materiales volcánicos del interior del cráter y por consiguiente no estaban cubiertas por el vertido de escombros las cuevas que asoman al cráter. Es esta la razón de que se haya respetado esta parte última de la pared rocosa, las cuevas existentes en ella y la vegetación asentada sobre la misma. Sobre las cuevas se observa cómo se actuó de igual modo para cubrir los escombros existentes, siendo una simple casualidad que no llegaran a sepultarse las cuevas indicadas. Afortunadamente primó la suerte, tal vez el respeto a los últimos vestigios de la pared y con ello a la flora existente, una población numerosa de Aeonium percarneum.
Ante la vista tengo las dos cuevas. El ascenso a las mismas es fácil, pero exige mucha prudencia pues el suelo presenta una capa fina de picón suelto, bien procedente de los materiales más finos que rodaron en el momento de la restauración, bien de la erosión natural que sufre este tipo de materiales escoriáceos, pues no debemos olvidar que se trata de delicadas estructuras de cenizas soldadas que la lluvia y el sol disgregan y dispersan, convirtiendo la subida en un resbalón continuo.
Elevando la vista por encima del perfil de esta ladera sólo observo la fila de casas que ascienden al inicio de Hoya Aguedita camino de Caserones Altos y la pista de acceso a las mismas. Necesito bordear la boca del cráter para poder observar el paisaje desde la cima de la ladera recreada con escombros. Sólo desde este punto podré continuar con la lectura del paisaje en orientación sur. Una vez en ella, la primera impresión es curiosa. Me encuentro sobre una ladera generada a base de acumular miles de toneladas de residuos de la construcción. Su color gris blanquecino contrasta con el color rojizo y amarillento del resto de la montaña. No así con el espacio que se abre ante mis pies, una intervención brutal sobre el territorio que abarca gran parte de la Hoya. Todo es gris o blanco en este espacio transformado. A lo lejos se elevan montañas de escombros procedentes de obras, a mis pies destacan diversos montículos de arena de barranco o de montaña, más alejados, en el interior de la Hoya, distingo pequeñas acumulaciones de tierra vegetal y, mirando a lontananza en la Hoya, casi donde se cierra la ladera izquierda, observo un enorme depósito de tierra vegetal que bien podría tratarse de tierra de montaña. Sobre ella, en un llano, hay una depósito de callaos de barranco y escombros de hormigón, mármoles, granitos y terrazos troceados, todos de un tamaño semejante, recordándome que en alguna conferencia, a la que asistí hace mucho tiempo, sobre reciclaje de materiales inertes de construcción, mediante un proceso de machacado, troceado y clasificado por tamaño, son idóneos para su incorporación como materiales de elevada resistencia, pues cumplían satisfactoriamente los parámetros necesarios para ser recuperados de nuevo como materiales para la construcción.
Los responsables de la gestión ambiental -si existen, en caso contrario los encargados del buen funcionamiento de la industria-, riegan diariamente las pistas internas por donde circulan los camiones para evitar, o al menos minimizar, el levantamiento de nubes de polvo. Una de estas pistas lleva a la cima de esta artificial elevación. De acceder a ella podríamos observar la labor de restauración de la pared del cráter y de paso la estabilidad de la ladera. Lo cierto es que, una vez oculto el impacto visual de la industria desde la carretera, la cara interior sigue utilizándose como escombrera al igual que todos los espacios circundantes. Así, la cima no es tal sino una plataforma donde llega esta pista y permite seguir generando más volumen al edificio reconstruido. Sería deseable que, en un futuro, esta cara orientada al oeste, tuviera un tratamiento similar a las restantes caras pues, si el impacto visual del cono ya no lo es tanto desde las orientaciones antes señaladas, sí es cierto que desde las laderas de Hoya Aguedita la visión de la nueva ladera del volcán impacta, pues se observa una montaña de escombros. Elevando la vista poco más observamos que desde la otra vertiente del cráter. Como novedad la ladera de umbría de la Hoya donde, a media altura, una definida senda se perfila en ascenso, un sendero que rodea la hoya dirigiéndose a la Hoya del Gallego, si bien, una vez en ella presenta múltiples sendas que nos llevan a Caserones y otras zonas de este espacio de las Medianías.
Es en esta dirección sur, a la salida de la senda que discurre al pie del cráter, donde observo varios ejemplares de botoneras, para mi genéricamente es una botonera semejante a las que, hace cuatro décadas, observé en mi primera subida a la Sima de Jinámar. Recuerdo aún aquel nombre vulgar: botonera y su correspondiente científico, buscado en alguna publicación de flora canaria (Nauplius sericeus), así lo creí en su momento, fruto de mi ignorancia botánica más allá del simple reconocimiento visual contrastado con las ilustraciones o fotografías de una Guía botánica. No obstante, mi amigo Gilberto Martel está empeñado en asegurarme que en verdad esta especie es majorera, fruto de una invasión de la botonera endémica de Fuerteventura, pues fue muy utilizada en labores de ajardinamiento y aquí, en los bordes de la carretera del barranco de Los Cascajos, prosperó de un modo espontáneo hasta ocupar diferentes lugares de la zona. Buscando un poco más de información, estas plantas deben corresponder a la especie Asteriscus graveolens odorus, especie que el doctor Bramwell registra en su cuarta edición de la publicación “Flores silvestres de las islas Canarias” como Nauplius odorus.
Me reconozco un profano, tanto en botánica como en zoología, que le pone mucha pasión. Nada más. Las diferencias que observo entre las que ocupan la parte alta de la ladera de la Cañada de Los Perros -por supuesto, sólo visuales y morfológicamente hablando-, y los ejemplares que hay aquí en la ladera este de la montaña Quemada, me permiten sugerir a alguna especialista botánica o botánico, una revisión de los mismos pues aprecio diferencias en sus hojas -tamaño, forma, distribución- y en el tamaño de las flores. Es posible que se deba a las condiciones propias de cada lugar, a su orientación, al estado de sus poblaciones o a que mi vista busca diferencias donde no las hay. En fin, hay queda mi envite a mis amigas y amigos botánicos.
Me giro para observar el paisaje que me oferta la orientación norte de la montaña. Está muy limitado por el perfil de la montaña del Roso y la ladera de la Hoya de El Gallego, pero la visión de la ladera de esta montaña es muy interesante. Orientada al sur, el ser humano arrasó gran parte de su cara, la pared con mayor verticalidad que presenta el cono -si quieren abundar en la información de la montaña de El Roso, recuperen el artículo anterior publicado en Telde Actualidad-. Contrasta la imagen desnuda de vegetación en esta ladera con la suave pendiente que, orientada al este, se encuentra cubierta por un manchón de vegetación autóctona donde destacan buenos ejemplares de cardones como especie más abundante. No obstante, son las tuneras indias las que colonizan de un modo agresivo esta ladera de la montaña, mostrándose imparables en las zonas degradadas y aledañas a la urbanización industrial. El cardonal residual dibuja una esperanza verde en la restauración paisajística de dicha montaña.
Nos giramos buscando el naciente. La primera imagen es la de un territorio completamente urbanizado, bien por suelo industrial, bien por suelo residencial. El cráter presenta su boca abierta en esta dirección. La salida natural de los materiales emitidos por el volcán, discurrieron al pie de los lomos La Francia y Los Caraballos. Vestigios de este fluir lávico se encuentran en los bloques erráticos que aún observamos por el cauce del barranquillo y digo aún porque el sepultamiento del pequeño cauce con los escombros y residuos producidos por la industria de terrazos que se encuentra en la urbanización industrial Cruz de la Gallina, al otro lado de la carretera, hacen desaparecer cualquier vestigio del discurrir de la colada.
La elevación necesaria para conseguir el rasante sobre el que discurre la carretera GC-100 ha cerrado la salida natural del cauce. Es, precisamente, en el borde de esta carretera donde se ha asentado en el interior del cráter una buena población de tuneras indias -no podía ser de otra manera cuando esta especie invasora coloniza rápidamente los espacios degradados y los de ambos lados de la carretera, lo son-. Una pequeña senda se vislumbra en el interior del mismo, perpendicular a otra que lo bordea paralela a la carretera. La primera se adentra en busca del labio del cráter con orientación oeste y facilita tanto la salida del cráter como el acceso a la cima del mismo. Es esta pequeña senda -apenas de un centenar de metros-, la que nos permite deambular entre la vegetación que se conserva dentro del mismo, una buena representación de balos en buen estado, un grupo bien conservado de cardones, vinagreras, verodes, inciensos, salados, aulagas, tabaibas amargas, esparragueras y entre las escorias de su base viejos arbustos de Aeonium percarneum. Nuevas plántulas tapizan el fondo del cráter -que por cierto es de picón negro, contrastando con el color de los materiales escoriáceos empleados en la rehabilitación de la ladera-. Pertenecen a dos bejeques: Aeonioum percarneum y Aeonium simsii y a nuevos ejemplares de vinagreras, tabaibas amargas y verodes.
La verdad es que el fondo del cráter y la ladera que se eleva a mi izquierda conservan los últimos vestigios de la vegetación original del volcán, desaparecida por completo del resto del edificio, tanto por las extracciones como por los sepultamientos.
Las tuneras indias invaden el fondo del cráter. Una vez asentadas en un lugar buscan colonizarlo al completo. Recordemos los barrancos olvidados de Telde y otros conos de los que ya hemos hablado. Pugnan por obtener su espacio entre los veroles, vinagreras, esparragueras, bejeques (Aeonium percarneum), balos y cardones. También las pitas con sus pitones han colonizado el cráter, son pocos ejemplares de gran tamaño. En esta zona, al igual que he observado en todo el campo de volcanes de Jinámar, he observado perdices.
Sorprende, debido a su situación, los pocos residuos que encuentro en el interior del mismo. Algunas botellas de plástico -fruto de los pocos desaprensivos que consideran los arcenes de las carreteras lugares idóneos para arrojar desde las ventanillas sus botellas vacías- y poco más. Nada que uno, con una bolsa de basura, no pueda recoger y depositar luego en los contenedores que, muy cerca de este cono, apenas cincuenta metros, se encuentran en la urbanización industrial Cruz de la Gallina. Y es que la naturaleza, para los que la amamos con la intensidad que supone el disfrute que nos proporciona, es este un deber obligado, más allá de la denuncia que también debemos realizar cuando la dimensión humana sea insuficiente para retirar el residuo encontrado.
La senda que discurre paralela a la carretera, salvando así el cráter, permite el paso desde la bajada de Caserones y desde la entrada del circuito Islas Canarias. En ambos casos se accede a la senda por una pista asfaltada, una da servicio a la empresa de áridos, la otra permite acceder al circuito Islas Canarias. En este caso, tras cruzar la carretera de entrada, podemos continuar nuestro recorrido en busca de la cima de la montaña del Roso. Para ello hay una pista ilegal que fue abierta para verter escombros y residuos industriales y un sendero que se encuentra un par de decenas de metros más arriba.
Pero volviendo a la senda del cráter, el problema de esta senda existente es que -si la recorremos en sentido sur-, termina en una pista de propiedad privada, cerrada los fines de semana y festivos con una cadena de seguridad. Durante los días laborables, no podemos olvidar que esta pista es la de entrada y salida de camiones por lo que no es recomendable su tránsito, de hecho, la señalética así lo indica. De hacerlo, deberemos obrar con mucha prudencia.
Es una senda interesante en los dos sentidos. La he realizado en dirección sur, buscando el grado de transformación de lo que fue en su día el edificio volcánico de Montaña Quemada. Así hemos llegado a donde nos encontramos, la parte más alta de la fachada sur del cono, sin problema alguno.
Giro la vista al oeste. Ya he comprobado que la ladera y la pendiente del cono original han desaparecido. En su lugar se eleva una montaña de áridos blancos -escombros de construcción en su mayoría- y a media ladera de esta inestable pendiente artificial, discurre la pista de tierra que lleva a la cima. Fue esta la pista utilizada en la restauración para cambiar la imagen alterada del cráter y vestir de rojo volcánico las caras norte, sur y este del desaparecido cono.
La escasa altura de este cono artificial no permite ver más allá de Hoya Aguedita. Cierra el horizonte las lomas de estas dos Hoyas -la citada y El Gallego- y el tajo que en la montaña de la Sima de Jinámar provocaron las continuas extracciones en el pasado y la carretera de acceso a Hoya Niebla y los volcanes próximos a la Sima. En el fondo de la Hoya de El Gallego se observa parte del circuito existente en el complejo deportivo Islas Canarias.
La restauración que observamos en este cono -montaña Quemada para la cartografía de GRAFCAN, montaña del Gallego en las ilustraciones de las páginas 26 y 92 de la publicación de Alex Hansen Machín, es el resultado de una larga lucha donde el compañero y amigo Honorio Galindo Rocha jugó un papel fundamental en cada una de las denuncias, en el inicio del proceso judicial, en el seguimiento del mismo y en la supervisión de la “curiosa” restauración llevada a cabo.
He pedido ayuda a Honorio para rescatar el proceso. Comenzó enviándome una serie de fotos. En la primera aparece el volcán Montaña Quemada con su ladera oeste original. Aún no había sufrido los desmontes que luego, debido a la masiva extracción de áridos lo dejaría al borde su desaparición. Es una foto de agosto de 2003. Honorio siempre lo consideró como volcán del Gallego, terminología que ha sido la utilizada frecuentemente en las cartografías históricas anteriores a la actualizada de GRAFCAN. Dichas cartografías registran como Montaña Quemada la que hemos tratado hace catorce días como Montaña del Roso. En fin, cosas de la toponimia y de las diferentes fuentes de información consultadas.
El dossier fotográfico de TURCÓN engloba centenares de fotos de la historia de este volcán, archivo que nos permite ver como el cráter estaba a punto de desaparecer, primero por las salvajes extracciones, luego sepultado bajo una montaña ingente de escombros. En este expediente se conservan también decenas de mapas, esquemas, croquis, denuncias, documentos jurídicos que dieron a esta larga lucha de más de dos décadas, el resultado pírrico que tenemos a la vista. Jamás debió producirse una agresión al medio tan larga como continuada pero, una vez más, se demuestra el poder de la gente cuando se enfrenta a una ilegalidad manifiesta -a lo largo del proceso se confirmó que no existía la documentación ni los permisos exigidos para este tipo de explotaciones mineras-, y se puso de manifiesto la desidia institucional que no está orientada en la defensa de los intereses del medio natural y que hace dejación de sus funciones excepto que instancias jurídicas les hagan ejercerlas. En ese caso, lo hacen bajo el miedo a la sanción, a regañadientes.
Es muy triste constatar esto pues, habitualmente lleva al agotamiento y abandono de la lucha por la mayoría de los ciudadanos y de las O.N.G,s. Honorio Galindo Rocha es una extraordinaria y valiosa excepción. Sus denuncias ratifican una preocupante realidad: las actuaciones públicas están sometidas, la mayor parte de las veces, en materia medioambiental, a los intereses partidistas de unos pocos, pero no al interés mayoritario de los ciudadanos y el bien común.
La visión de la serie fotográfica llevada a cabo durante la restauración paisajística del cono, habla por sí sólo del esfuerzo económico y la decisión de la propiedad a la hora de minimizar el impacto visual -otro tipo de rehabilitación pretendiendo recuperar los perfiles y parámetros originales no era posible-. La empresa de explotación se vio obligada a asumir tal dispendio, sólo porque conocía la gravedad de las sanciones propuestas por la ley.
Valoremos como valoremos la actuación llevada a cabo, es importante el hecho de que se haya llevado a cabo una restauración paisajística de motu proprio, hecho que no sucede jamás, aún a sabiendas de que la destrucción del paisaje es una agresión manifiesta recogida y sancionada en varias leyes canarias y que obliga a su posterior restauración.
Como ejemplos lacerantes, me vienen a la cabeza todos los vertidos de las industrias dedicadas a la fabricación de materiales de construcción -bloques, viguetas, bovedillas, celosías, adoquines, estructuras de hormigón...- que en Telde destrozaron y destrozan el paisaje donde se encuentran ubicadas, sin ningún tipo de control sobre sus residuos, sin exigencia alguna de la correspondiente restauración por parte de las autoridades pertinentes. Ahí radica el problema, el saber que ninguna institución les exigirá el cumplimiento de las leyes existentes. -El Goro, Las Huesas, Cruz de la Gallina, Jinámar, Las Rubiesas, el polígono industrial de Salinetas. Ninguno se salva. Tal constatación es indignante en extremo y deja en mal lugar a las instituciones y departamentos encargados de salvaguardar el respeto por el paisaje y el medio natural.
Volviendo a nuestra montaña, en los años 2010, 2011, 2012, todos los periódicos insulares -tanto en prensa escrita como digital-, en radio y televison (Antena3) registran las denuncias reiteradas de TURCON contra el desmantelamiento que se estaba llevando a cabo con este cono volcánico. La respuesta de las instituciones municipales e insulares: ninguna.
Simultáneamente el colectivo ecologista TURCÓN realiza, una tras otra, rutas guiadas por el campo vulcanológico de Jinámar, haciendo hincapié en la destrucción geológica de edificios únicos surgidos en los últimos períodos eruptivos de la isla, de sus valores etnográficos, arqueológicos, botánicos y faunísticos.
En marzo de 2013, ante la desidia de Ayuntamiento, del Cabildo y de la Propiedad Privada, TURCÓN formaliza en el juzgado una denuncia para evitar la desaparición total del cono volcánico Montaña Quemada.
El Juzgado exige al Ayuntamiento le explique las razones del por qué no ha remitido el expediente administrativo reclamado una y otra vez. La respuesta era tan asombrosa como inaudita: no existía. Turcón da un paso más llevando el asunto a la fiscalía de Medioambiente. En el 2015 la Justicia también se muestra esquiva, argumentando una alta carga de trabajo, lo que sigue paralizando el Contencioso iniciado sobre este volcán y continuando el expolio sobre dicho espacio.
Por fin, a las puertas del verano de 2016, el empresario restaura el perfil nordeste de la montaña, en un intento de devolverle, en cierto modo, su perfil original. Recupera así la forma e imagen del cráter en su parte superior a base de depositar sobre los escombros cientos de camiones de material escoriáceo de color rojizo, lo que permite disimular, en buena medida, la agresión cometida durante tantos años.
El Colectivo Ecologista Turcón da por aceptable, durante el segundo trimestre del 2016, tanto la restauración del perfil original como el intento de recuperación de la flora del volcán, llevada a cabo por la empresa de explotación de áridos repoblando la ladera con decenas de ejemplares de cardón y otras especies de flora autóctona -unas más y otras menos apropiadas al lugar: guaydiles, tajinastes blancos, acebuches, palos de sangre, tabaibas dulces...
Entre marzo y mayo de 2019 el presidente del Colectivo, el señor Honorio Galindo Rocha, recibe una citación y se lleva a cabo un procedimiento abreviado para resolver el expediente del delito contra los recursos naturales y el medio ambiente y contra la ordenación del territorio y el medioambiente en la montaña Quemada (montaña del Gallego en la documentación judicial).
Se solicitan un año de prisión y seis meses para los dueños que dirigen la cantera en Lomo Gallego, sin permiso.
La propiedad privada, ante la gravedad del delito alega haber llevado a cabo la restauración que hemos detallado anteriormente. Ante ello, el juez dictamina una pena reducida pues entiende que la restauración ha supuesto una inversión tal que reduce considerablemente la sanción económica a aplicar, quedando la sanción en 10.000 euros y no existiendo condena de cárcel.
Señalar, para terminar, que el dossier fotográfico de todo este proceso, como de cualquier otro iniciado por el colectivo, se encuentra en los archivos de TURCON, son públicos y cualquier persona puede consultarlos.
La primera denuncia de que se estaba trabajando sin los permisos legales extractivos, la dio el 25 de mayo de 1997, el period¡sta e historiador Carmelo Ojeda, en el Canarias 7, denunciando la extracción y señalando que el permiso de la empresa para el machaque de áridos no permitía la extracción de material volcánico del cono. No es normal que 25 años después, tras la sentencia condenatoria a un infractor que acabó destrozando la montaña Quemada, no exista un control institucional sobre los permisos necesarios para explotar los conos volcánicos, tanto en los conos de Jinámar como los de Lomo Magullo u otro lugar de la isla, así como un control exhaustivo sobre nuevas catas, nuevas mordidas a los escasos conos que aún permanecen sin mancillar y no haya más sentencias firmes que confirme a los especuladores, expoliadores e ilegales extractores que las agresiones al patrimonio volcánico se pagan con cárcel y multas millonarias.
Justo ahora, en este periplo que me permite explorar, disfrutar y divulgar todos y cada uno de los conos volcánicos de nuestro municipio, mi visión personal sobre el estado actual de la montaña Quemada y su entorno es inquietante. Creo que cualquier actividad empresarial que ponga en riesgo el territorio sobre el que se asienta o sus inmediaciones debe someterse a un control periódico y riguroso. Sin esta vigilancia el resultado es y será lamentable. Este es un ejemplo lacerante de un cono desaparecido sin los permisos pertinentes para la extracción de materiales volcánicos. Desde el primer día y durante veinticinco años ninguna institución se acercó a la empresa, solicitó las licencias y permisos pertinentes. Nadie, absolutamente nadie. Esto lleva a una conclusión desesperanzadora: Es preocupante, bajo estos hechos constatados, la deriva institucional.
Actualmente, la empresa que desarrolla su actividad tras el cono, en Hoya Aguedita es una empresa legal dedicada a la gestión y tratamiento de residuos. Este gestor de residuos, tal como pude observar in situ, se dedica al tratamiento de materiales inertes -escombros de construcción-, almacenamiento de los mismos, depósito y venta de tierra vegetal, arena y tierra de montaña y materiales varios.
El interior de la explotación presenta medidas que ayudan a que la incidencia medioambiental de la actividad sea mínima. Diariamente se mojan las pistas por donde circulan los camiones y maquinaria pesada con la finalidad de evitar las nubes de polvo -polvo que afectaría a los trabajadores, visitantes y la vegetación del entorno. Las medidas de seguridad en cuanto a cartelería, bordes, pistas, es clara y exigente en cuanto a la prohibición de circular como peatón, respeta la salida natural de la senda que circunda el cráter por su base, junto a la carretera, y la restauración llevada a cabo con material escoriáceo y la posterior restauración botánica con cientos de cardones y otras especies en bordes de talud como acebuches, tabaibas dulces, tarajales, tajinastes blancos... aunque están plantadas sin un estudio profesional ni obedecen a una repoblación con asesoramiento botánico, hablan del interés de la empresa por realizarlo de la mejor manera.
He hablado con Honorio antes de sacar a la luz este artículo y considero que, tal y como sucedieron los hechos, es una restauración interesante, supone un antes y un después a la hora de valorar tantos atentados que acaban siempre con la destrucción íntegra del patrimonio que se quiere defender. ¿Podría hacerse mejor? No hay duda alguna. Cuestionado Honorio, el mismo responde seguro que sí. Luego apostilla con una coletilla: "Cuando se estaba llevando a cabo la restauración, los entendidos ni intervinieron ni dijeron nada. Pues bien, pienso que el que calla otorga".
Espiño Meilán, José Manuel
Espiño Meilán, José Manuel


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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