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Nacer... para Vivir

viernes, 30 de junio de 2023
Me estremece escuchar que el "derecho a una muerte digna" (eufemismo de "eutanasia") se esté convirtiendo en algo realmente trivial y, sobre todo, que sea tan "a demanda"...
Cuarenta días, dicen, es demasiado tiempo para llevar a cabo los trámites desde que se "solicita", hasta que se "ejecuta"... en un "entorno amable", rodeada de "buenos amigos", etc... Qué morbo.
¿Son mucho cuarenta días comparados con todos los que ya han pasado esas personas que, "libremente", la solicitan? ¿Por qué tanta prisa en "irse"? ¿Temen "arrepentirse"? ...
Qué buena es la vida cuando llega a florecer. No hay día ni momento que no muestre Nacer... para Vivirsu deleite. Queremos atrapar cada instante de su brisa, como soplo nuevo y recambio para cuando nos falte el aire.
Mucho nos enseñan y aprendemos desde la niñez. Olvidamos, sin embargo, algo tan importante como es que nacemos para morir bien o para Vivir (con mayúsculas). La vida tiene un principio y un fin. No se estudia en los libros. Se trata de pasada sin querer encararse con una realidad que no es dura, si se sabe entender bien.
Bueno es anhelar la muerte cuando de ella se espera, paradójicamente, más Vida que muerte. Lo decía bellamente Teresa de Ávila, sabiendo que no era dueña de su vivir: "Vivo sin vivir en mí, /y tan alta vida espero, /que muero porque no muero".
Muero porque no muero. Esa frase fuera de contexto es pretexto que no atina con su sentido. A ella se aferran quienes no quieren ver que es natural y real, saber que todo ser, ha nacido para vivir y morir. No es cruel ni desventurado sentirse enfermo o anciano, padeciendo o sufriendo, o pasando un mal rato.
Ese mal momento dura a veces más que un simple suspiro y se convierte en carga insoportable y cruda que hace temblar a cualquiera. Pero no hay que temer. Es nada, frente a una eternidad que también hay que tener en mente.
La muerte es segura. Se anota en las esquelas y queda en la memoria de quienes han contemplado o conocido esa vida terrena que termina. La eternidad existe, pero no tiene día fijo ni crónica escrita. Es misterio, verdad cierta y, para algunos, una oscura y, quizás por ello, lejana idea inventada que miran sin quererla ver venir.
De mi infancia recuerdo no pocos ataúdes blancos que desfilaban portando ángeles de corta edad. Sus familiares eran sabedores de que lo que no tiene remedio hay que aceptarlo y, después, con santa paz, continuar la vida, aun surcada de esos y otros pesares.
Hoy son los padres, generalmente, los primeros en inculcar el temor y alejamiento de la muerte, como si de un mal sueño o cuento con triste final se tratara. Si muere una mascota, entre invenciones y medias verdades, les dan explicaciones superficiales y aderezadas con milongas, con el fin de no crear traumas en tan inocentes mentes.
Más duro será explicarles después la realidad. Cierto que entre fábulas se aprende acomodando los hechos a esas diminutas -aunque no torpes- cabezas infantiles o de gentes que quedan ancladas, ignorando la grandeza y el tesoro que supone vivir la vida pensando, sin obsesión, pero verazmente, en un fin inevitable que es parte de la vida y termina en otro buen Vivir.
Se muere como se vive. Quien ha vivido serena y confiadamente, aunque mucho haya sufrido, tomará ese trance como lo que es. Quien ha huido o mirado de perfil y, ya no digamos, ignorado (no lo creo posible) el hecho de la muerte, morirá sin haberse enterado de qué va su propio vivir.
Ni la vida ni la muerte es elección. No hay opción, posiblemente por el simple hecho de que no entenderíamos apenas nada con nuestro cerebro y menos con el corazón.
Sócrates, en la antigua Grecia, cuna de nuestra civilización ya lo decía: "Temer la muerte, (...) no es otra cosa que creerse sabio sin serlo, y creer conocer lo que no se sabe. En efecto, nadie conoce la muerte, ni sabe si es el mayor de los bienes para el hombre. Sin embargo, se la teme, como si se supiese con certeza que es el mayor de todos los males".
Alberto Magno, erudito medieval, desciende incluso al detalle: "Cuando el hombre se siente enfermo, supone que su vida es inútil delante de Dios (...) Pero cuando él se hace útil por la oración y otras obras, entonces sus días de enfermedad y su anhelo le hacen penetrar más profundamente en lo divino, que mil sanos".
La confusión persiste, no tanto ante la muerte, como al miedo a una vejez no asumida o a una incapacidad sobrevenida que altera la vida. Esas "ideas" -que eso son- se Nacer... para Viviraportan a favor de la eutanasia o muerte digna, aplicadas con rigor y licencia de no se sabe cómo, ni con qué ni quién.
¿Es libre quien deja su más sagrado bien en manos de alguien al que no conoce, ni tiene porqué conocer? ¿Es libre quien sufriendo reiteradamente no atina a pensar con lucidez si en verdad quiere el fin que le ofrecen como remedio a ese padecer? Coacción es lo que parece, que no libertad de acción.
¿Olvidaremos a los que luchan sin respiro en esta pandemia física y moral tan cercana? Escuchen Un canto a la vida, de Vanessa Martín: "Cógeme fuerte y seguiré/contigo/ Soy el soplo de aire que viene y que va/soy de la tierra/yo soy de ti/soy sin más..."
Amaral, siempre actual, incita a rugir a pulmón lleno, con tesón: "Quiero vivir/ quiero gritar/ quiero sentir el universo sobre mi/ quiero encontrar mi sitio".
Sitio, Paz, Vida y Bien para todos... y por mucho tiempo.
Alén, Pilar
Alén, Pilar


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