Mayores olvidados

Las consecuencias del trabajo de sol a sol están patentes en el rostro de Ramona, una mujer que desde los doce años no conoció otro futuro que el arduo trabajo en el campo, el estar al cuidado de los animales de la hacienda y de los numerosos hijos de sus hermanos así como realizar las labores domésticas cotidianas en la casa familiar.

Los años no le perdonan y ya entró a formar parte del nutrido grupo de jubilados con bajas retribuciones, aunque desearía continuar activa pero sus graves dolencias no se lo permiten. Lo peor de todo es que tanto trabajo, sufrimiento y desvelos por los de su entorno no le permiten más que vivir sus últimos días en la soledad del hogar. Las circunstancias de la vida no le fueron propicias para tener descendencia y ahora se arrepiente de no haber sido más valiente y haber adoptado algún niño.

A Ramona no le gusta leer, no escucha la radio ni apenas ve la televisión, a no ser la misa dominical. Alguna amiga de la infancia se acerca a visitarla una o dos veces al mes, sus familiares unos pocos minutos a la semana, el resto del tiempo está sola con sus recuerdos. Hace ya tiempo que le acechan varias dolencias y de vez en cuando acude al hospital y así poder estar en compañía de otros enfermos y con algunos familiares que irán a visitarla; esto le ayuda a sentirse un poco más querida y viva.

El día que le dan el alta hospitalaria parece una nueva mujer, más risueña y vital, como si la compañía y las visitas de los familiares le diesen fuerza para seguir adelante. Lo peor de todo es que al cabo de unas semanas la soledad vuelve a ser su más fiel compañera. Vale la pena preguntarnos, acaso tenemos el derecho a abandonar, a su suerte, a nuestros mayores?, qué pasa con los años que nos dedicaron cuando éramos jóvenes?, cuántas señoras ramonas viven entre nosotros?, ésta es la sociedad y el futuro que deseamos para nuestros hijos?. No nos podemos olvidar que la señora Ramona sigue ahí.