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Actos protocolarios, tan centenarios comocontemporáneos

domingo, 14 de mayo de 2023
Si algo han visto de la ceremonia tan pomposa (o se la han contado), para algunos tan inusual para los tiempos que corren, no se asombren. Algo parecido, aunque no con Actos protocolarios, tan centenarios comocontemporáneostanto boato, se hacía en las catedrales españolas hasta no hace mucho.

Sabrán algunos que en 1851 hubo un cambio sustancial en las relaciones Estado-Iglesia que, entre otras cosas, afectó de lleno al modo de organizarse la provisión de plazas en los templos catedralicios, colegiatas y, en general, a todos los lugares en los que había capillas de música y personal que accedía a ocupar algún cargo en ellas.

Para eso, además de tener la cualificación requerida, se hacía a posteriori un acto que paso a relatarles, tal cual tenía lugar en la catedral compostelana.

El candidato (lo pongo en masculino pues las mujeres en este ámbito no tenían cabida) debía solicitarlo al Cabildo. Era necesario que existiera una plaza vacante, o recién creada, para acceder a un puesto semejante que conllevaba una distinción social importante, así como una aportación económica no desdeñable.

En las catedrales, desde época remota (allá por el siglo XVI, al menos) existía ya el hábito de proveer las plazas de todos los que iban a formar parte del clero o de algún ministerio de esos templos. Venía precedido de todo un ritual o protocolo (ya siento emplear esa palabra en estos tiempos tan poco valorada) como culmen de un proceso que debía realizar ese tipo de personal. Me ciño a los maestros de capilla, cantores e instrumentistas de las catedrales para acotar un tanto esta parafernalia, término dicho en el buen sentido de la palabra, sin ningún tipo de connotación peyorativa.

Antes, digamos algo -de modo general- sobre la música en los templos.

El canto en las iglesias, como distintivo de los cristianos, estuvo presente ya desde el año 80 después de la muerte de Cristo. Lo sabemos, entre otros datos, por lo que narra S. Pablo en su carta a los Efesios, fieles recientemente convertidos del paganismo a una religión que estaba en ciernes. Este apóstoles exhorta a cantar, tomando como punto de partida un ideal que se mantendrá a lo largo de las siguientes centurias: "Llenaos del Espíritu Santo, hablándoos a vosotros mismos con salmos, himnos y cánticos espirituales cantando y alabando al Señor en vuestros corazones" (Eph., 5, 18-19). De igual modo se dirige a los Colosenses, a quienes les transmite ese mismo mensaje, recogido igualmente en sus cartas: "Enseñándoos y amonestándoos a vosotros mismos con salmos, himnos y cánticos espirituales, cantando en gracia en vuestros corazones a Dios" (Col. 3, 16). Esta información la compendia López Calo, gran investigadory especialista en estos temas.
Además, se sabe porque está escrito, que incluso a los que por entontes todavía no formaban parte de la comunidad cristiana, como el emperador Trajano y Plinio el Joven, gobernador en Asia por encargo de dicho real mandatario, después de informarse personalmente sobre lo que hacían los nuevos cristianos, concluye que estos eran personas que "se levantan de mañana para entonar un canto de alabanza a Cristo como a Dios" (c. 112 d.C.).

¿Qué incluían esos cánticos? Pues los "salmos" bíblicos del rey David -recogidos en el Antiguo Testamento- por aquellos años ya considerados como parte oficial de la Iglesia. Junto a ellos también existían -y se cantaban- otros "himnos y cánticos espirituales" que venían siendo salmos de carácter privado compuestos por los propios cristianos, no oficiales, pero considerados también como algo distintivo de la nueva comunidad de creyentes.

En mala hora se consintieron estos cantos privados y espontáneos en las celebraciones litúrgicas, ya que dieron pie a equívocos que derivaron en ideas erróneas sobre una doctrina aun no configurada plenamente, y que se fue perfilandopor los Santos Padres, los Concilios y los sucesivos papas. Cito unas palabras redactadas entonces:

"Deseamos que se cante... no ese tipo de salmos de los herejes y de los apóstoles (...) sino los salmos del profeta David, que son muy santos y completamente admitidos y clásicos" (Tertuliano: "De carne Christi, apud Solange Corbin: L'Éclise à la conquète de sa musique". París, 1960). Es otro dato que proporciona López Calo.

¿Qué pasó ante este panorama? Algo que desconcierta por lo inesperado y contrario a todo lo que se hizo hasta entonces: ¡querer suprimir toda clase de canto en las iglesias, no solo por inducir a herejías, sino porque, a mayores, iban en contra de la austeridad propia de los cristianos!Menos mal que hubo voces de peso que contrarrestaron esta idea y, poco a poco, se fue volviendo al redil inicial, imponiéndose el canto entre los ritos de la nueva doctrina.

En este proceso fue vital la postura de un santo que seguramente conocen, al menos, de nombre: S. Agustín. Escribe, entre otras cosas, una frase lapidaria que aun tiene plena vigencia ahora: "Qui cantat bis orat", es decir, "el que canta, ora dos veces".

Apunta un razonamiento que también recoge López Calo y que es -o debería ser- de debido cumplimiento en todo lo que se canta en las iglesias: que esta práctica no es un rito más, secundario o para adorno de la liturgia, sino que su sentido real es alabar a Dios y propiciar la salvación de las almas. Tomen nota tanto los que realizan estos cánticos ahora, como quienes espontáneamente, sin duda, sin ánimo de ofender a nadie, pero fuera de lugar, guiados por su conciencia o por su devoción privada, se lanzan a canturrear sin más ni más en los templos. La iglesia tiene muy claro qué debe o no cantarse o tocarse- en materia de música- en tan sagradas ceremonias. Otra cosa es lo que libremente se haga al margen de ésta, como pueden ser actos de devoción religiosa realizados en otros ámbitos (en un salón particular, en una romería o en los atrios de las propias iglesias, pongo por caso).

Perdonen toda esta larga perorata, pero lo he considerado como un prólogo de necesario conocimiento -aunque sea someramente- para entender lo que a continuación expondré del mismo modo, es decir, igualmente de modo breve y simple, en aras a su complejidad y a la paciencia de los que esto lean.

Vista la importancia del canto en la liturgia de nuestros templos, dando un salto para avanzar, ateniéndonos a lo que aconteció en la catedral compostelana -que siempre ha sido un referente para otras muchas- entre mediados del siglo XV y comienzos del XVII, se pueden diferenciar cuatro momentos en el desarrollo de su capilla de música, según el criterio de López Calo.

1.- Los comienzos (1469-1513). Hay intención de contratar músicos cantores, y se hace. Al surgir problemas entre ellos y al no estar el Cabildo conforme con esta situación, los despide a todos.

2.- Consolidación (1513-1536). Resurge el interés por contar de nuevo con una capilla de música en condiciones, pues era lo que correspondía a la época (ya el canto polifónico estaba en pleno auge), por lo que, olvidándose de aquellos despidos y supresión de músicos, vuelve a contratar otros, siempre según la situación económica de la catedral.

3.- Desarrollo (1536-1562). Se nombra al primer "maestro de capilla" Francisco Logroño. En realidad, su predecesor ya recibió tal nombre y dejó compuestas algunas obras, pero no tuvo la relevancia de Logroño. En esta etapa, Actos protocolarios, tan centenarios comocontemporáneosademás de aumentar el número de "cantores", se admitieron como miembros de pleno derecho -por decirlo en términos modernos- a los "ministriles" (palabra confusa, aunque puede traducirse, para entendernos, en "instrumentistas"). De este modo, en la catedral se contabilizaban ya en 1546 un total de 13 cantores y 7 ministriles. Se había pasado casi de la "nada" a un "todo" bastante nutrido.

4. Apogeo (1562-1600). Consolidada, y ya en funcionamiento, fue gestándose una "legislación" propia para determinar las funciones y el modo de comportarse dentro del templo todo este personal. El proceso culminó con la promulgación de las "Constituciones" del arzobispo Francisco Blanco, impresas en 1568. Su título es ya bien sugestivo. Reza así:
"Constituciones establecidas por el Ilustrísimo y Reverendísimo señor don Francisco Blanco, arzobispo de Santiago, juntamente con los Ilustres señores deán y Cabildo de la dicha santa iglesia, y con su consentimiento, para el buen gobierno de ella, así en lo que toca al servicio del altar y coro y oficios de los prebendados y otros ministros como al Cabildo, y conservación de la hacienda de la mesa capitular".

Fueron reimpresas en 1781, lo cual da idea de la continuidad que se vivió en la catedral a lo largo de más de 200 años.

Habrá términos que ahora no entiendan bastantes personas que esto lean, pero no puedo detenerme en explicaciones. Voy a lo que interesa que es cómo se procedía tras la elección del maestro de capilla.

Se concreta que este debía jurar los estatutos, cumplir y ocuparse de las obligaciones que se le impusieran al ocupar el cargo, y sentarse en la "silla del coro" (el asiento) que le correspondiese en función de su categoría, pues es obvio que no todos gozaban del mismo rango cuando accedían a este ministerio.

En cuanto al organista, no está claro quién ha sido el primero. Se sabe que en los inicios era un "clérigo francés" y que en el XVI llegó el veneciano Dionisio Memo, antiguo capellán de Enrique VIII de Inglaterra.

La ceremonia que se celebraba en la catedral cuando ya quedaba disponible una plaza para el maestro de capilla -que en épocas era al mismo tiempo organista, aunque hubiese otros músicos dedicados específicamente a este instrumento- era del todo peculiar. Seguía un rígido protocolo ya vigente desde el siglo XVI.

Cuando uno lee en qué consistía, salvando las oportunas distancias, dada la proximidad de la real entronización de Carlos III de Inglaterra, no puede evitar las comparaciones, siempre odiosaspero a veces acertadas y, sobre todo, muy ilustrativas, pues una imagen vale más que mil palabras, ¿no?...

Describo lo que se hacía todavía a mediados del siglo XX, que no por ser el "siglo pasado" es tan lejano. Muchos recuerdan -recordamos- cantidad de haceres de la vida cotidiana, tan habituales hoy como entonces.

Omito el nombre del protagonista de esta ceremonia dado que, siendo de época reciente y sabiendo que este dato le delataría, me parece más oportuno evitarlo.

El candidato -en este caso, un clérigo que solicitaba el cargo de organista en 1914- tenía que presentar tal solicitud al Cabildo para que este emitiese un informe. Si era favorable, se le comunicaba y fijaba un día para "tomar posesión", contando con algo que puede resultar chocante, pero que era del todo habitual: el nombramiento "oficial" tenía que ser refrendado por el Rey, en virtud de los acuerdos Iglesia-Estado, vigentes desde el Concordato de 1851, derogados durante la II República, vueltos a reconocer por el Concordato de 1953, en desuso desde los inicios del reinado de Juan Carlos I y la promulgación de la Constitución de 1978 y los Pactos de 1979, por la que España pasó a ser un estado aconfesional.

El día de autos, volviendo a 1914, se reunía parte del Cabildo en la Sala Capitular de la catedral (puede verse hoy en las visitas al templo: ¡es bellísima!) y comenzaba el rito para el "Sr. X", como llamaremos a este protagonista. Lo copio y, para mejor entendimiento sigo la normativa de ahora, en cuanto a puntuación y acentuación. Los cargos que se citan (Arcipreste, Doctoral, Deán, Maestro de Ceremonias y Pincerna) siguen existiendo hoy en día, por lo que también en este caso "paso de puntillas" y omito todo comentario.

Dice así el acta que recoge dicho proceso:
"Al efecto entró en la Sala Capitular el Sr. X y colocado de rodillas delante de la mesa presidencial, el Sr. Arcipreste le puso la pelliza. Hizo la profesión de fe y prestó juramento. Seguidamente salió el Sr. X en dirección al coro acompañado del Sr. Maestro de Ceremonias, el Sr. Doctoral y el Sr. Deán (…), y el que suscribe, precedidos del Pincerna y, en la silla correspondiente y con las demostraciones de abrir y cerrar un libro de rezo, se le dio, y hubo por dada la posesión (…). Vueltos a la Sala Capitular, se enteró al Excmo. Cabildo de quedar tomada posesión, siendo testigos de este acto, entre otros, los Sres. (…). Con lo que terminó este cabildo, que firma el Sr. presidente por sí y demás señores, de que yo, secretario, certifico".

Ese tipo de ceremonia fue desapareciendo. Al pasar a ser un estado aconfesional, no tenía ya sentido un ceremonial tan ligado a la monarquía ni anclado en el pasado.

Aun así ¿era o no importante el nombramiento de un candidato a una plaza de alto rango, y la "investidura" posterior para ejercer sus funciones, siguiendo el debido protocolo? Se había realizadodurantecenturias, manteniendo viva una tradición que era como eslabón de una cadena. ¿Por qué ignorarlo, con parecidos detalles, a principios del S. XX?...

Ciertamente, ese eslabón ya se ha roto desde la vigencia de las actuales normativas, lo que no significala anulación de una tradición centenaria, cual espropiciar el canto -y la música en general- en las iglesias, ateniéndose a aquel criterio inicial enunciado por S. Pablo.

Cabe exclamar: ¡Alabado sea quien así lo mantenga y lo ampare, por los siglos de los siglos! Amen.

Después de todo, ¿no es un acto casi protocolario el quesiguen los participantes de Eurovisión cada año? ¡Si ya se sabe de antemano quién va a ganar, salvo sorpresas que rara vez se dan!

¿Y qué decir de la jura/promesa de los recién nombrados ministros en nuestro país, puestos en pie delante del monarca y recogiendo simbólicamente sus carteras, rotuladas con el ministerio asignado? Pronto veremos, si no hay atrancos, esa estampa de nuevo.

Esos, y otros actos similares de carácter protocolario, ¿son necesarios?... No, pero se hacen, integrándose sin problema en nuestra vida corriente y moliente.
Alén, Pilar
Alén, Pilar


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