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Hallelujah!

viernes, 05 de mayo de 2023
Protocolo va y protocolo viene. Nunca se ha hablado tanto, y con tan poco formulismo, de un asunto que apenas necesita un poco de buen olfato y vista, junto con un mucho de sentido o "sentidiño".
No voy a ser yo quien ahora me meta en más berenjenales, que ya no necesita el tema más comentaristas, pero lo cierto es que ¡vaya semanita nos han dado! Y así, hasta otro Dos de Mayo... del 2024, si es que para entonces seguimos pendientes de lo que poco o nada importa.
Quizás, hoy como nunca (¡quién lo diría!), tenga más vidilla la letrilla de Fangoria que, por si acaso, traigo a cuento para los que no la saben: "A quién le importa / lo que yo haga. / A quién le importa/ lo que yo diga. / Yo soy así y así seguiré. / Nunca cambiaré. // Quizás la culpa es mía / Por no seguir la norma / Ya es demasiado tarde / Para cambiar ahora...".
Hallelujah! Y no sigo. El que más quiera saber que aquí pinche:
https://www.youtube.com/watch?v=XX_hWpPnd3I

Lo que me temo, no sin fundamento, es que nos espera otro largo tiempo de mucho cotilleo. Prensa rosa, amarilla y violeta, porque de colores y combinación de singular vestimenta, son expertos los ingleses.
Ni "Sálvame" con toda la parrillada de Telecinco, en sus mejores momentos, mantuvo así en vilo a sus más fieles televidentes. Ni creo que lo consiga fácilmente en las próximas semanas. Quizás, se me ocurre que, tentándolos con una mesa repleta de pastas de mantequilla y un té con leche (tentempié de la mañana) o una merienda del mismo estilo (refrigerio de media tarde), mude el panorama.

Cambio de tercio, o mejor sería decir "de guardia", como los soldados frente al Buckingham Palace en horario de verano. ¿Lo han visto a dos pasos de distancia? A algunos les impresiona. Exagerado me parece, aunque por curiosidad, si pueden, no se lo pierdan, al menos una vez en la vida, y mejor antes que tarde, pues no extrañaría que, en medio de tanta movida, se acabara por decreto, que es como ahora se hace, sea en una república o en una monarquía parlamentaria.
Como decía, paso a otro tema... sin perder de vista, o más bien "de reojo", tan inusual acontecimiento, aunque en el fondo piense que tal evento no merece semejante miramiento. Me refiero, por si no lo han intuido (¡raro sería!), a la coronación de un real soberano y su mujer, reina consorte, de tal suerte que ésta no lo será por un día, sino de por vida.

Me interesa Londres y su historia, su arte y, sobre todo, la música que desde siglos allí subsiste. Hablando con propiedad sobre estos menesteres, se piensa en "London City" hay que mirar a todo el territorio de la isla, incluyendo, por épocas, a Irlanda misma.
De su pasado más remoto siento simpatía, por cercanía, por la incursión vikinga. De eso, los de Catoira, largo y tendido, con un buen vino, pueden contarles sin haber dormido. Pienso que, de algún modo, ya así lo hacen.

¿Quién no conoce otra época que ríos de tinta y fotogramas por minuto ha generado?: la vida de Enrique VIII y su insólito e inefable reinado. Pereza da contar tanta literatura escrita y filmada que nos ha dejado, girando siempre la acción sobre unos sempiternos personajes: el rey más absolutista de los ingleses, con su media docena de esposas, que supera doblemente a las "hijas de Elena" pues "tres eran tres... y ninguna era buena" ¿Les suena? Así parece ser que era y, en el caso del susodicho soberano, la palma se la llevó Ana Bolena, madre de Isabel I, futura reina en cuya etapa se consolidó la iglesia anglicana en Inglaterra.

Muy poco después vivió William Shakespeare (1564-1616), el más grande dramaturgo y poeta, autor, entre otras piezas, de "Romeo y Julieta".
"Shakespeare in Love" (1998), la oscarizada película, tiene la inventada trama basada en ese drama.
De la "faciana" de William algo nos ha llegado, gracias al providencial retrato atribuido, sin estar documentado, a John Taylor (1585-1651), llamado Retrato Chandos (1610), por ser propiedad de un duque con dicho nombre, conservado en Londres, como oro en paño, en la National Portrait Gallery.

No corrió igual suerte uno de sus compositores más insignes: Henry Purcell (1659-1695), el "Orpheus Britannicus", el "Shakespeare musical", así calificado por el gran erudito Charles Burney.
Su vida es fácil de contar pues solo vivió 37 años, poco más que W. A. Mozart y algo menos que su coetáneo francés: el ambicioso y déspota G. B. Lully (1632-1687), otro al que le sonrió la vida hasta su absurda muerte, acontecida por la gangrena surgida a raíz de la herida que se hizo en un pie con la batuta, mientras en lo suyo trabajaba. Dicen que ha sido el primer accidente laboral, a toro pasado, registrado. ¡Válgame el cielo: a dónde hemos llegado!...
Purcell nació cerca de Londres, en día no determinado. Estuvo siempre vinculado, desde muy niño, a la corte inglesa, formándose con los mejores maestros de entonces. La música de su entorno en la isla se diferenciaba bastante de la de todo el continente europeo. No era tan patética como la italiana, ni tampoco tan fervorosa (en el ámbito sacro) como la alemana.
Él fue bisagra entre la música del oscuro renacimiento inglés y el más agraciado periodo barroco inglés, siendo lo más importante de su tarea, de cara a la historia, conseguir realizar una música con sello propio, tomando nota de las influencias francesas e italianas, así como de algunos de sus antecesores cortesanos más inmediatos.
Con solo 16 años sucedió a su maestro como compositor en ejercicio de la corte, cargo que simultaneó con el de organista de Westminster y músico de la Capilla Real de Carlos II (monarca converso al catolicismo) y de los fervientes reyes (ya católicos de nacimiento), Jaime II y Guillermo III.

Compuso un poco de todo: antífonas y otras obras religiosas; odas y canciones de bienvenida; piezas para el teatro (mascaradas y pequeñas óperas) y música instrumental de cámara o meramente incidental.
Entre las primeras destaca: "Te Deum y Jubilate", en D mayor, Z 232. La grabación del Choir of Christ Church Cathedral (Oxford), junto con The English Concert, dirigidos por el organista y compositor inglés Simon Preston, es soberbia.

Asimismo, Purcell dedicó tiempo a otras piezas que, aunque denotan estar hechas deprisa y rutinariamente, son genuinamente exquisitas.
En algunas obras él mismo cantaba de solista. También en esto era un artista, haciendo verdaderas filigranas. Su Oda "Hail britht Cecilia" es toda una maravilla, con características técnicas muy específicas, entre las que está su magistral uso del bajo "ostinato", es decir, de una melodía que "obstinadamente" se repite, sosteniendo a las voces más agudas o altas.
En cada pequeño "movimiento" de dicha obra, observarán cómo va dando protagonismo a un determinado instrumento (desde la voz humana, al violín, el órgano o la flauta), para concluir finalmente con un brillante cierre, en el que concurren todas las voces e instrumentos, en loor de la así considerada, patrona de la música.
Mejor es escuchar el resultado, en interpretación del Collegium Vocale Gent, dirigido por Philippe Herreweghe: https://www.youtube.com/watch?v=jZXTyCu394I.

No obstante, su obra más madura, reconocida como la única y auténtica ópera inglesa que ha perdurado hasta el presente, es "Dido and Aeneas". En esta joya musical de cámara, impresiona la carga emocional del Lamento de Dido ("When I am laid in earth"). Es lúgubre, cual gemido. Si mal se interpreta, a mi modo de ver, es un fiasco. Esto no sucede en boca de la potente voz de la soprano dramática Jessye Norman: https://www.youtube.com/watch?v=D4HEtjqCS6Q.

En otro extremo más liviano está la semi ópera "The fairy Queen" (La reina de las Hadas), con argumento tomado de "El sueño de una noche de verano", obra de William Shakespeare, dramaturgo coetáneo.

En el apartado de la música puramente instrumental, Purcell compuso piezas para órgano y clavicémbalo, así como fantasías y sonatas, entonces y ahora muy apreciadas.

Favor le harían a este Orfeo, cuasi desconocido, si programasen su música más a menudo. Ocasión perdida es que no lo incluyan en la selección de la real coronación de este sábado. Es algo que no entiendo, estando por medio Sir John Eliot Gardiner, quien, por ejemplo, ha llevado el peso de la banda sonora de uno de los films más aplaudidos por todos los críticos que por extenso la han comentado: "Henrry Purcell. England, my England".
Tampoco es muy programado fuera de las fronteras británicas. Cuando tímidamente aparece alguna de sus piezas, apenas destaca. Es como un "sandwich": está siempre entre rebanadas de pan de molde, más gustosas o vistosas.

Centrándose en Galicia, en época reciente, por aportar un dato, su música sonó en julio y octubre de 2022, dentro del concierto "¡Vamos, vamos a Santiago!", del Grupo Resonet, al que se sumó el Coro Comunitario del Festival de Música Antigua de Brighton. Interpretaron un "Pasacaille" de la ópera "King Arthur", entre un sinfín de piezas de todo el repertorio europeo. Bello, pero escaso, aunque loable.
Hallelujah!
No quiero aburrir comentando los nombres y repertorio que, el regio monarca Carlos III, seleccionó para el evento más importante de su vida, en un estado compuesto por cuatro países bien diferenciados: Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte.
No me resisto, sin embargo, a no mentar y explicar el por qué utilizo el término que da título a esta reseña: "Hallelujah". No alude a tantas obras que con él así comienzan o acaban.
He pensado en un célebre tema que estará presente en la mente de casi todos y que sobradamente conocen: el que se hizo famoso gracias al canadiense Leonard Cohen (1934-2016), con una melodía que no puede faltar en ningún festivo evento que se programe. En las bodas es todo un clásico.
En sus inicios, no obstante, tardó en llegarle el éxito, pasando de artista en artista, hasta que llegó a Leonard, cantautor, novelista y poeta. Ese largo e intrincado recorrido lo explican con todo detalle en el vídeo al que les remito:
https://www.youtube.com/watch?v=MI1A_hDw2aY.

Solamente les indico que, como su autor ha confesado, se trató inicialmente de una canción sacra, basada en un pasaje bíblico sumamente extenso -acortado para ser cantado- en donde se narra un pasaje de la vida del rey David y Betsabé. No sé si ahora tiene o no mucho sentido introducirlo en tan serio (¿o jaranero?) ceremonial.
Dice así el texto, traducido al castellano: "El hombre, nacido de mujer, /corto de días y harto de inquietudes, / brota como una flor y se marchita, / huye como sombra sin pararse" (Job 14:1).

Ahora bien, al margen del sentido de esta letra y a quien en el fondo alude, es un acierto incluir la música de Cohen en este acontecimiento, ya que pasa por ser el mejor representante de la música de Canadá de época reciente. Téngase en cuenta que este país es un fiel aliado del Reino Unido. Todo un guiño (¿premeditado?).
El resto del apartado musical es como un cóctel selecto y variado, no sé si representativo, pero sí parecido, a la British Commonwealth of Nations, que de eso se trata. Una mezcolanza de estilos e intérpretes que, de lejos, se asemeja a un "cake" de frutas y muchas pasas.

Con este dulce manjar, voy cerrando esta reseña, que empieza ya la ceremonia. No es que la vea, pero algo siempre se ojea, aunque solo sea para comentar, de pasada y como si nada se dijera a la parentela. Comentar por comentar... para pasar el tiempo de alguna manera.
Cuando termine tanto fasto y pompa, tras tres días de jarana, habrá que ir a la huerta ecológica de Charles y Camilla, para continuar con el compromiso (libremente adquirido) de cuidar la naturaleza, y ser un ejemplo para toda la señorial y encopetada realeza.

Pero, entre tanta bullanga, que nadie olvide una de las más señaladas ocasiones para celebrar el llamado "Día de la madre", sin duda, sustancial y valiosa fecha, aunque debiera ser cada jornada a ella/ellas dedicada.
Por si alguien teme despistarse, que ya desde este momento le dé la debida felicitación, emulando por un día, y sin que sirva de precedente, lo que los variopintos invitados harán con Carlos y Camila cuando estén ante ellos, en las vísperas de tan prolongada entronización...
Del "besamanos", pasamos, pues ellas, a buen recaudo, nos lo perdonan este año y, pienso, en toda ocasión, por mucho que las queramos.
Alén, Pilar
Alén, Pilar


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