Opinión en Galicia

Buscador


autor opinión

Editorial

Ver todos los editoriales »

Archivo

Brotes verdes

miércoles, 28 de diciembre de 2022
Si ardua es la labor, mayor es la esperanza.

Dedicado al amigo Álvaro Monzón Santana, compañero de senderos, excelente guía, divulgador e intérprete de rutas insulares y defensor de la naturaleza y la cultura canaria, por su encomiable labor en la difícil y siempre controvertida gestión de Parques, Jardines y Medioambiente.

Resulta triste constatar como una de las especies de palmeras más bellas del género, la Phoenix canariensis, conocida popularmente como palmera canaria, es, muchas más veces de lo deseable, más apreciada fuera de nuestras islas que en nuestro propio territorio.

No recuerdo un lugar del norte peninsular donde nuestra bellísima palmera no resalte por su porte y majestuosidad, por su elegancia y finura, por su frondosidad y armonía estética. Barcelona, Tarragona, San Sebastián. Bilbao, Pamplona, Santander, Oviedo, La Coruña, Santiago, Vigo, Pontevedra, Orense, Lugo, Betanzos, Ribadeo, San Cibrao, Ortigueira... son ciudades o villas que dignifican sus jardines con nuestra especie más representativa, no en vano es el símbolo vegetal de Canarias. He nombrado algunas ciudades del norte, pero no hay ciudad del centro, sur, este u oeste de la península ibérica que no luzca este estandarte botánico. Digo bien de la península ibérica pues todas las ciudades de la costa lusitana muestran orgullosas ejemplares de nuestra palmera canaria. Y así podríamos continuar con la diáspora de nuestra planta más emblemática. Francia, Italia, Bélgica, Holanda... y cuentan los que viajan mucho, que en América nuestra entrañable palmera está presente en todas partes, en avenidas, parterres, rotondas, parques públicos, pequeños jardines particulares y grandes haciendas de pequeñas y grandes ciudades.

Es una cruel paradoja que pueda llegar el día en que tengamos que importar ejemplares de otros lugares si aquí, en nuestra tierra, no somos capaces de evitar la muerte y desaparición de nuestros palmerales. No se alarmen en demasía, pero en ello estamos. Según datos registrados en la I Conferencia Internacional sobre Phoenix canariensis celebrado en noviembre de 2009, la cifra de palmeras muertas por el picudo de la palmera -el que tiene enfermas a la práctica totalidad de las palmeras urbanas-, fue de 20.000 ejemplares sólo en dos años. Eso fue hace una década. La plaga no se tuvo en cuenta en un primer momento, no se le hizo frente y atajó a tiempo, se permitió con la indecisión y dejadez que se extendiera por todos los palmerales de la costa de Gran Canaria -cuando sólo había un foco inicial en Maspalomas-, y ahora el gobierno de Canarias la considera una plaga imposible de erradicar. ¡Perfecto! Y mientras se pelean Ayuntamientos, Cabildo y Gobierno autonómico en saber si son churras o merinas, en este rifi-rafe sin sentido pues el enemigo es el bicho y no otro, el picudo va entrando en los palmerales naturales, aquellos que se conservaban en buen estado en los fondos de barranco y así, un estudio de 2019 confirmaba que las cuencas de Arguineguín, Veneguera, Fataga estaban seriamente afectadas y que palmerales insulares emblemáticos como Arteara, El Aserradero, Gambuesas o Ayagaures tenían la plaga en sus palmeras.

Antes de rasgarse las vestiduras y elevar el grito al cielo, si a estas alturas aún les quedan fuerzas para gritar, deseo que las lectoras y lectores de mis artículos reflexionen y analicen que ha sucedido en nuestro municipio en los últimos años, que recuerden cuantas excelsas palmeras canarias que lucían con enorme esplendor su frondosa copa verde fueron taladas, incendiadas, arrancadas o más frecuentemente, abandonadas a su suerte, sin riego ni cuidado alguno hasta que se secaron irremisiblemente.

No puedo aventurar la cifra de decenas de ellas pues me quedaría muy corto, con toda seguridad son centenares las que han desaparecido año tras año hasta empobrecer nuestros paisajes hasta niveles preocupantes. Hablo de cuarenta años saliendo a caminar, recorriendo cada valle, cada loma, cada cono volcánico de suelo municipal. Valle de San Roque, San Francisco, La Pardilla, La Gavia, valle de Jinámar, valle Casares, La Solana, Las Goteras, Caserones, La Herradura, barranco de El Calero alto y bajo, Salinetas, Las Remudas, San Antonio, toda la vega de Telde actualmente atravesada por el vial del Cabildo… A la vista está tal afirmación. Eleven la vista y observen los troncos de palmeras canarias sin hoja alguna, sin el penacho verde que nos hablaba de un vegetal vivo. Los maravillosos ejemplares que lucían, orgullosos, en todas las imágenes que de Telde observábamos del barrio de San Francisco y su iglesia, han desaparecido. Se secaron por falta de cuidados, una ya no conserva ni el tronco desnudo y la otra está pendiente de derribo pues constituye, como vegetal seco, un potencial peligro.

Si levanto ahora mi voz de alarma, que no es más fuerte que la expresada por técnicos y expertos en la especie, se debe a que parece ser que todas las instituciones públicas han tirado la toalla, han abandonado sus obligaciones con respecto a esta especie, bien por la magnitud del frente abierto, bien porque es inasumible el gasto que supone su tratamiento, seguimiento y mantenimiento posterior.

¿Tratamiento dirán ustedes? Sí, tratamiento ante una plaga mortal que está afectando a todos los palmerales de la isla. Se lleva hablando de ello desde hace años, pero jamás se controló y en este preciso momento está en franca expansión. Se sabía del peligro de estas plagas mortíferas desde la entrada del picudo rojo, pero en vez de aprender la lección y planificar una gestión eficaz, definitiva y de futuro, tuvo que llegar otro picudo, el picudín o picudo de las palmeras para sumirnos en un caos botánico.

No son mis palabras, que a fin de cuentas son las de un aficionado a las plantas, amante de la belleza y respetuoso con el paisaje, son las de los técnicos que hace un par de semanas, en el parque Jaime O'Shanahan de Jinámar -una de las personas más comprometidas en la defensa de la palmera canaria-, mientras podaban y limpiaban una buena parte de las palmeras del parque, -todas enfermas- reconocían ante mi buen amigo Anselmo Marero Tejera con quien estaba disfrutando de un paseo botánico por el jardín, que todos los palmerales urbanos del municipio estaban afectados por el picudo. El técnico, nos enseñó el trabajo del picudín, que es como se conoce a la nueva especie que daña irremisiblemente a las palmeras hasta causarles la muerte pasados unos años, tanto en las hojas podadas como en los troncos de las palmeras del parque, y observamos ambos daños, con múltiples perforaciones por donde pierde la planta la vida pues debilitan las hojas, amarilleándolas y secándolas; más tarde, avanzada la infestación, atacan la yema apical de la palmera, es decir la zona de crecimiento y es entonces cuando la planta está condenada a muerte. En algunos casos, perdida la planta, llega a producirse un desprendimiento del penacho de la palmera con el consiguiente riesgo para la ciudadanía.

Esta realidad es en extremo preocupante cuando son todos los palmerales periféricos de la isla los que están afectados, tal y como recoge en su trabajo el Técnico Agroambiental Marcos Díaz-Bertrana Sánchez, en su ponencia: Situación actual de la palmera canaria en Gran Canaria tras 18 años de Diocalandra frumenti: 1998-2016.

En Telde, ante esta realidad, hablé con el responsable del área de Parques, Jardines y Medioambiente, confirmándome la más negra de las sospechas, los técnicos le comunican que nueve de cada diez palmeras canarias presentes en el municipio están afectadas por la diocalandra. Y de las plantadas en ámbitos urbanos, puede que su totalidad. Ante sus palabras me quedé de piedra. Pregunté por la hermosa imagen de la avenida del Cabildo desde su entrada a Telde tras la salida de la autovía GC-1 y también esas palmeras plantadas con cariño y esmero hace 35 años por alumnos de varios centros educativos y operarios municipales, están afectadas. Me costaba creer sus palabras y que no se hubieran tomado medidas eficaces en tantos años perdidos desde que se detectó la plaga. Luego pensé en lo triste que es que el paisaje que nos ha definido durante siglos cambie de una forma tan drástica por la desidia institucional, no tanto en el tratamiento de las plagas sino en el control de las importaciones de especies foráneas. Y envidié a Australia y a todos y cada uno de los países y archipiélagos donde el control de las importaciones biológicas es exhaustivo y saltarse las leyes de protección de la biodiversidad propia acarrea penas severas. Leo estos días en la prensa que el municipio capitalino tiene el mismo problema, con un porcentaje elevadísimo de palmeras parasitadas y los responsables públicos hablan de la gravedad que hay en las múltiples palmeras enfermas que se encuentran en parques, ámbitos deportivos y recintos educativos. Y, sin leerlo en lado alguno pienso en las palmeras de Arucas y Santa Lucía, de Ingenio y Agüimes, de Mogán y la Aldea, de Arguineguín y Agaete, según el estudio arriba indicado afectadas igualmente. Entiendo entonces la tala masiva de las 20.000 palmeras en dos años y me pregunto ¿cuántas más se han talado por la enfermedad desde la Conferencia Internacional en Santa Lucía, celebrada en el 2009? Contacto con responsables políticos en áreas de Jardines y técnicos municipales, pues los años te permiten conocer a mucha gente, y constato que, cada día, decenas de palmeras son taladas irremisiblemente en toda la geografía insular.

Nuestros paisajes van cambiando y con ello un poquito de nuestra identidad. Nuevas especies de palmeras, no más bellas pero sí más aceptadas tal vez por su originalidad o el gusto por lo foráneo, son plantadas en nuestros jardines, arcenes, carreteras y zonas turísticas. Fue en alguna de esas importaciones sin control cuando llegó la plaga hace veinte años. De todas ellas, la palmera datilera puede ser la más frecuente pero la de abanico no le va a la zaga y a estas hay que añadir la cubana en forestación de calles y la cocotera en arena de playa. La de abanico -la Washingtonia robusta, porque tenemos más especies por los jardines de palmeras de abanico-, no se conformó con las zonas en que fue plantada como ornamental sino que prosperó en esos y otros entornos convirtiéndose en planta invasora. No es cuestión de buscar lugares con su presencia, pero barrancos como El Goro, Ojos de Garza, El Calero, barranco Real de Telde, barranco de Jinámar o los mismos riscos de Taliarte cuentan ya con ejemplares desarrollados a partir de las semillas dispersas de ejemplares cercanos. También Tafira, Tamaraceite, Gáldar y muchos más lugares donde no se les presta mayor atención porque, a fin de cuentas, es una palmera. Las invasiones biológicas comienzan así, con plantas y animales que eran bonitas o simpáticos. ¿Qué mal va a hacer una herbácea que tiene un bello penacho floral y que queda muy bien en un jarrón ornamental? Y tenemos el rabo de gato por toda la isla. ¿Qué mal va a hacer una ardillita que es simpática y muy bonita? Y tenemos ardillas morunas por toda Fuerteventura como una plaga bíblica.

Es este modelo, trasnochado y decimonónico, el de sacar pecho presentando especies exóticas para recreo y deleite de los ciudadanos, el que nos ha aportado todo un abanico de especies botánicas y faunísticas indeseables. La importación de especies, sea controlada o no, tenga o no sus certificados correspondientes, no puede ser patente de corso para colocar en el mercado verdaderos peligros biológicos. Me viene a la cabeza a voz de pronto la importación de palmeras datileras de Túnez y Egipto -ellas trajeron en su interior las plagas del picudo rojo y el picudín-, o el comercio libre en su momento de la culebra californiana o la tortuga de Florida como mascotas particulares. De ahí a su expansión por la isla sólo fue cuestión de tiempo. De su gravedad habla por sí solo el hecho de que la expansión, también incontrolable, de la culebra real llevará, si nadie lo remedia, a situar en peligro de extinción al lagarto gigante de Gran Canaria. Tiempo al tiempo. De momento ya es sintomático que donde se ha establecido la culebra con una población amplia, el lagarto de Gran Canaria ha desaparecido. Es el caso de Valsequillo, La Solana de Telde, la montaña de la Data en San Bartolomé de Tirajana y la montaña de Amagro en Gáldar. Pavoroso.

En este artículo, no obstante, tras una reflexión sobre la especie emblemática, árbol escogido como símbolo botánico para representar la flora del archipiélago, quiero visibilizar el cambio de tendencia que se está produciendo a la hora de abordar la forestación y plantación de nuestros arcenes, medianas, jardines y rotondas del municipio.

En el tratamiento de las zonas verdes en el municipio comienzan a verse más luces que sombras y esto es digno de alabar. Se está utilizando la flora autóctona como elemento de referencia. Las razones son muchas y casi todas obvias y las hemos expuesto ampliamente en un artículo anterior. Como recordatorio señalar: mejor adaptación al espacio y al clima, ahorro de agua, puesta en valor de nuestros endemismos, ofertar una imagen al turismo coherente con nuestros valores biológicos, y educar, educar, educar, con la mirada, con el sentimiento, con el ejemplo. No es esta labor algo original que haga destacar a nuestro municipio como pionero en su uso, pero es una positiva tendencia a añadir a las actuaciones en el mismo sentido de otras corporaciones municipales e insulares.

Se le ilumina a uno la cara cuando observa las medianas y arcenes de la autovía GC-2 y constata como las palmeras canarias y los dragos -muchos de ellos ya desarrollando su tercera floración-, son los árboles predominantes en la amplia mediana del tramo de carretera que va desde Guía y Gáldar hasta la misma entrada en Agaete. En los arcenes, guaydiles, balos, cardones, tabaibas, tajinastes blancos, inciensos, magarzas, botoneras, siemprevivas reverdecen el espacio y llenan de color un paisaje canario.

Contrasta esta estampa de equilibrio y búsqueda de armonía en un paisaje ya de por sí alterado por el vial, con la imagen que presenta en este momento la GC-2 en su intersección con la circunvalación a la ciudad de las Palmas o el uso indiscriminado, en arcenes y medianas de la GC-1, de adelfas. Telde luce un paisaje canario en la mediana del tramo aeroportuario, con una presencia de palmeras y dragos bien desarrollados, convertidos así en heraldos turísticos de primera magnitud, para dar paso, tras el nudo de enlace con El Goro, a una línea homogénea y aburrida de adelfas una planta introducida, originaria de Asia Menor y naturalizada en la cuenca mediterránea y el norte de África, cuando guaydiles, malvas de risco, tajinastes blancos, veroles, siemprevivas, magarzas, inciensos o botoneras podrían ocupar su lugar. Ahí queda dicho para plantaciones futuras. Técnicos expertos en jardinería con flora autóctona los hay y muy buenos.

Quiero visibilizar también y valorar con un sobresaliente la labor callada pero eficaz de pequeños grupos sociales, familiares, de amigos... que están sembrando y alimentando esperanzas donde sólo se vislumbraban horizontes grises, provocados por la desidia y el abandono. Y en esta misma línea, quiero felicitar el hecho de que estas iniciativas tengan apoyo municipal, no sólo de jardines y medioambiente sino de muchas concejalías que creen y entienden que este es el mejor camino para conseguir una conciencia ecológica y ciudadana de compromiso y respeto con nuestro entorno inmediato. Mi reconocimiento también a la consejería de Participación Ciudadana del Cabildo insular por arropar este proyecto.

Me estoy refiriendo a un proyecto concreto: Barrios verdes-Barrios azules. Es de alabar la gestión de un munícipe cuando se convierte en facilitador de estrategias que empoderan a los movimientos ciudadanos en pos de la mejora de sus espacios vitales. Así, el proyecto Barrios Verdes-Barrios Azules, va generando en el municipio ambiciosos proyectos que no pretenden otra cosa que recuperar espacios abandonados, degradados, condenados al ostracismo y revitalizarlos con plantas y el cariño de los niños y padres que se comprometen a ello.

Así surgió el jardín, que en la entrada de Melenara, ve como crecen tarajales, tajinastes, verodes, magarzas... Y así un barrio tras otro, las peticiones se van sucediendo. En la prensa leí estos días que la próxima actuación será sobre el amplio espacio existente entre el colegio Príncipe de Asturias y la vecina urbanización Costa Jardín. Alumnos, docentes y residentes unidos en un proyecto común y solidario.

Esperemos que cunda el ejemplo y la empresa ejecutora de la ampliación de la carretera de acceso a Melenara haga sus deberes al culminar la obra tal y como le corresponde por ley y, como denunciábamos en un artículo anterior dedicado al vertido y abandono incontrolado de escombros y movimientos de tierras por todo el municipio. Todo el material que se está acumulando en el terreno rústico justo al otro lado del colegio Príncipe de Asturias con escombros de la obra, material pétreo y tierras, el proyecto de restauración medioambiental que debe estar redactado en el proyecto, deberá devolver al espacio su perfil original que no es otro que un terreno rústico, al mismo nivel que la calle.

Es conveniente arropar y apoyar estas iniciativas y cualquier otra que tenga como objetivo la recuperación de nuestro patrimonio natural, cultural y ciudadano.

De igual modo hay que celebrar otra excelente noticia en nuestro municipio, novedad que no es otra que la puesta en marcha del Proyecto que permitirá hacer realidad el parque urbano de Melenara. Es este un espacio que clamaba desde hace décadas por una gestión decidida a favor de la ciudadanía. Supo reivindicarlo la asociación vecinal aglutinando y sumando el apoyo de colectivos ecologistas, vecinales, sociales.

Hay muchas necesidades y oportunidades para dicho espacio. Son necesarios aparcamientos para la playa más popular de Telde, también son necesarias zonas de juegos para niños y jóvenes, sin olvidar que es este espacio un histórico lugar donde se vienen celebrando grandes eventos, conciertos y las fiestas de Melenara. Por eso es tan importante que el diseño de parque de cabida a todas las inquietudes y necesidades de un barrio tan populoso como popular.

Posiblemente suene a utopía cuando en mi reciente artículo "Luces y sombras del paseo litoral de Telde" hablaba de la posibilidad de hacer en este espacio un enorme parking subterráneo al estilo de los existentes bajo el parque de San Telmo y el paseo de Las Canteras. La parte superior quedaría totalmente libre, se dispondría de un espacio enorme situado a nivel de calle, perfecto para el desarrollo de eventos de todo tipo e idóneo para diseñar un parque en condiciones, un verdadero parque con zona arbolada, bancos, zonas de convivencia -vuelvo a poner de ejemplo la masa arbórea del parque de San Telmo-, sin hipotecar la mayor parte del espacio disponible -que me temo que es lo que se va a hacer-, con un parking a cielo abierto que sería la propuesta más fácil. Se trata de pensar en grande, como lo debe hacer una ciudad de cien mil habitantes -la cuarta en habitantes del archipiélago- y no como un pueblo pequeño.

También se deberá aprovecharse la oportunidad de integrar el parque con el barranco, un barranco cuyo cauce propicia la recuperación botánica del mismo. Sirva de ejemplo el ejemplar de palmera canaria que prospera en ese espacio y que podríamos acompañar con tarajales que mitigaran con su sistema radicular la fuerza de las ocasionales riadas.

Ante el panorama sombrío de las especies invasoras, se necesita mucha creatividad a la hora de llevar a cabo nuevas iniciativas, firmeza en la lucha de defensa de nuestras especies más representativas y una dosis grande de ilusión y esperanza.
Espiño Meilán, José Manuel
Espiño Meilán, José Manuel


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


PUBLICIDAD
ACTUALIDAD GALICIADIGITAL
Blog de GaliciaDigital
PUBLICACIONES