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Vuelan los ángeles

lunes, 14 de noviembre de 2022
A nuestros amigos Ángeles Pérez y Jesús R. Oural, amigos y compañeros compartiendo su dolor cual cireneos.

Queridísmos Ángeles y Oural:
Tenemos tanto dolor, no sabemos si en el corazón o en el alma, que me resulta dificílísimo e escribir esta carta para abrazaros con la mayor ternura y deciros que ayer, con la noticia tan inesperada de la muerte de vuestra hija Ana, comprendí, ante mi impotencia y desazón, lo vulnerable que somos y la necesidad del cayado para continuar y sobreponernos. Si, Ángeles, hablo del cayado de Dios que tantas veces ponemos en solfa. Nos vimos tan insignificantes, tan desvalidos que le preguntamos a la vida o a ese Dios el porqué deja a nuestro pequeño rey Pelayo sin madre, a José sin su dulce amor, a la ejemplar Susana, clon de Ana, sin su hermana y a vosotros, dolodorísimos padres, nuestros grandes y encantadores amigos, sin la hija, flor de la vida, excelente madre, esposa y amiga de quienes la tratábamos y orgullo legítimo de vuestra ejemplaridad, esfuerzo, capacidad, trabajo, educación, prudencia... y sin quien trabajaba con ahínco por ser una gran científica para la humanidad. Madera había.

Las lágrimas hacen aflorar los recuerdos de vivencias compartidas, algunas recientemente, entre ellas la cosecha de las castañas que compartimos en el último viaje a Remourelle. Nuestra conversación sobre lo divino y lo humano y como nos reíamos de la ingenuidad de leyendas y otras memeces que llaman cultura. Y las castañas también eran para mandar a Valencia porque "a Ana gústanlle". O el recuerdo de la tristeza del wasap del 27 de agosto en el que nos comentabais que se acaban de marchar "los valencianos" y que ibais de paseo y Oural, tan escondiendo su dolor, disculpaba que tú, Ángeles, no tuvieras ánimo para escribir.

Pero permitirme ahora que me dirija a José, el amor de Ana: ¡Qué pena, Chaval, que tu desolación le tenga que preguntar a la vida el porqué te robó la Joya que tu esfuerzo y amor merecía y no pudierais disfrutar una vida plena de amor durante tantos años como nosotros! Hablo de los cuatro. Aunque apenas nos conocíamos de fugaces visitas, conocía a Ana y lo exquisita que era y de ti sabía muy bien que eres una excepcional persona, pues tienes de avalistas a tus suegros y de embajador a D. Pelayo, como le llamo yo a ese niño que sólo nombrarlo me hace llorar. ¡Con qué inocencia y grandeza le contaba a su abuela que su mamá murió porque tenía el corazón demasiado grande!. Es genético, mi buen Pelayo. ¡Qué orgullo de criatura! ¡Qué vivo, qué despierto, qué simpático, qué guapo... ¿Y qué cuento le invento ahora? ¿De un príncipe rebelde o de un Dios que besa a los abuelos para exigirles el más alto sacrificio?.

La vida a veces pone delante piedras, rocas y hasta montañas, pero, siendo muy socorrido decir que hay que seguir adelante, se necesita fuerza, ilusión y tiempo para restañar unas heridas tan profundas e irreparables que no me atrevo a describirlas. Creo que no sé. Y, conociendo a tan cariñosos como curtidos y ejemplares padres, me temo que su sonrisa nunca volverá a ser la misma. Lo siento, sabéis que no soy mentiroso y no me gusta Merlín.

Y ahora voy a recordaros, queridos amigos, remitiéndoos a un poema mío, en gallego, del libro "Se Deus se namorase", que ya habéis leído y se titula así: "Doores", y que no transcribo entero por cuestiones de espacio, y que acaba así:
"Hai doores que doen porque veñen dos teus,
porque son teus, porque a eles adicaches a vida.
E por vir dos teus, porque le adicaches a vida,
¡doen tánto...!
que non atopas onde deixalos".

Busco palabras de consuelo y ánimo, pero en mi maleta, por suerte, no hay ninguna que se aproxime ni siquiera un poco para apaciguar tanto dolor; sólo la imagen de Cristo Nazareno en el Encuentro, cayendo y levantándose, por amor a los demás. Y, dada vuestra generosidad, sé que, con el corazón y el alma rotos, seguiréis adelante porque, como me decíais ayer, José y Pelayo os necesitan. Pero no sólo ellos, que son los vuestros y ahora también nuestros, sino muchos amigos que ya sabía que teníais y que me corraboraron con sinceridad y dolor todo el día de ayer.

Me insistían Teresa Campo, Mendi y otros del grupo de Magisterio, Pena, los del Seminario "Terras de Viveiro", Mari Carmen y Antonio de Cáritas como le llamó yo, una parienta de Broz de Orol y su marido... ni que decir tiene Candía, al primero que llamé, que casi ni hablaba... y con todos hubo lágrimas. Ayer hubo auténtica consternación en Viveiro, en Celeiro, donde vuestra labor docente os convirtió en auténtica institución, y entre toda la gente que os conoce. Como repite siempre Maika: ¡qué buenas personas son!

Vosotros mis fieles y sinceros amigos, y lectores habituales de mis cuitas, podréis comprender que este artículo está escrito más con lágrimas que con letras incapaces de vaciar nuestro dolor.
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


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