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La montaña de Tindaya, el trovador y los juglares

miércoles, 26 de octubre de 2022
Dedicado a Domingo González Ruano, quien fue capaz de musicar los poemas de un trovador llamado José Luis que amó y defendió la montaña sagrada de los majos a través de la palabra escrita.

Domingo, veintiuno de noviembre. A ritmo de jazz melódico suena una hermosa banda en el Palacio de Formación y Congresos de Fuerteventura. Acaba de alzarse el telón para ofertar al público una entrañable representación, la obra de un trovador que compuso un canto a la montaña sagrada y que va a ser puesta en escena gracias a la música, la danza y el baile, junto a las voces de un actor canario y juglar, Mingo Ruano y las notas frescas y pasionales de una juglaresa Cristina González Guerra. Con sus voces y su música, los poemas del trovador despiertan los sentimientos y la emoción de un público expectante.

No hay duda alguna de que estoy asistiendo a un espectáculo de juglares. Sí, es cierto, si consultamos el diccionario, su definición nos reporta a la Edad Media, a artistas itinerantes que recitaban y cantaban obras de otros poetas en las cortes de los grandes señores, pero es que en la magia de esta noche majorera, danzantes y músicos, recitador y cantante convierten la hora de la representación en un espectáculo juglar.

¿Y quién era el poeta interpretado, quien el trovador medieval, compositor del canto épico sobre la montaña de Tindaya?

Es cierto que los versos no son octosílabos ni la rima consonante, pues tanto la rima como la métrica plasman una poética actual más acorde con la libertad expresiva de su autor, pero conserva otros cánones de la juglaría como la emoción, la belleza y la pasión puesta por su creador en su composición, una poética amorosa que retrata como nadie el profundo amor, veneración y respeto del hombre por la montaña.

No hay laúdes ni rabeles, salterios o cornamusas, pero los instrumentos que amenizan el espectáculo de baladas y melodías con bases y características propias del jazz, provocan efectos en el público similares a los que antaño obtenían los juglares en los castillos medievales. La misma emoción y belleza, idéntica alegría y pasión, similar gratitud y reconocimiento a estos artistas capaces siempre de alegrar la vida a sus espectadores.

El cuaderno de Tindaya -así se llama esta composición poética- es un canto a la historia y la eternidad de un símbolo sagrado de los majoreros, la montaña de Tindaya, un extraordinario trabajo poético que cobra vida de mano de este grupo de juglares, a través de la escenografía, la voz, música y la danza.

Desde la humildad, reconoce el director Domingo González Ruano, nace este espectáculo. Es un reconocimiento a la labor de tantas pequeñas escuelas de danza, música y baile que luchan por sobrevivir, por mantenerse en pequeños lugares y pueblos. Agrupaciones que tanto bien hacen por la cultura de esos pagos y barrios y por dignificar la ilusión y autoestima de tantas personas.

Una reflexión acude a mi mente. Son actos como éste con los que se acomete la lucha contra la isla despoblada, contra la pérdida continua de población en los núcleos rurales. De ahí el agradecimiento especial que el director de la obra hace al Cabildo de Fuerteventura por poner a disposición de sus organizadores el Palacio y los medios necesarios.

La Academia "Entre Siluetas" justifica de este modo el espectáculo poético musical: "Es una expresión profunda y emotiva del poeta Jose Luis González Ruano sobre el monumento natural y su influencia en la cultura, la historia y la sociedad majorera".

Con coreografía de María José Guerra Perdomo y Alejandro Lithgow Torres, la música de la banda "Jazz Tarajal" y el Grupo Coreográfico "Entre Siluetas", las palabras del juglar José Luis González Ruano cobraron una nueva dimensión que cautivó a los asistentes.

"Yo también subí a la montaña -manifiesta el trovador nacido en San Cristóbal, entrañable barrio marinero de Las Palmas de Gran Canaria-, y conté los pasos perdidos en la piedra. Y la puerta final de aquel laberinto de huellas me llevó hasta los olivos salvajes que agrietaban la roca huyendo del viento. Allí encontré el cuaderno: un manuscrito tapado en cuero viejo con un mensaje desesperado".

Y sonó fuerte y potente la voz del juglar:

La Montaña sólo quiere ser
una montaña
que al mar mira cada día,
como el Mar solo quiere ser
mar que mira a la Montaña.
Solamente un latido elemental.
Piedra de océano
teñida por el óxido del tiempo.

Y envolviendo la música al poema, los danzantes llevaron con sus movimientos al público hasta el pie de la montaña.

Luego, con voz potente y firme, continuó recitando el juglar:

Cada parte de esta montaña
es sagrada para mi pueblo,
cada huella de su cima,
cada paso ascendiendo hacia el altar del Sol.

Siguieron danzando los bailarines y la banda musicando las palabras del juglar. Faltaban aún los versos más intimistas, aquellos que nacen de los deseos más profundos, tan puros que buscan en la dignidad y el respeto de los ancestros y en los valores intangibles de la sagrada montaña irrefutables razones frente a quienes, ciegos por su ignorancia, pretenden destruirla, vaciándole su alma mineral.

Para que respeten la Montaña,
contadles que la Montaña contiene
las almas de nuestros antepasados.
Contadles que no pueden quitarnos
la mirada interior de nuestros dioses.
Contadles que no pueden derramar
más sangre de piedra agredida
para ahogarnos en un sueño.

Y así el juglar continuó hasta culminar la epopeya. Silenciada su voz, Mingo Ruano aproximó el cuaderno de Tindaya a su pecho, aprisionándolo contra él, en un claro mensaje de llegarle al corazón.

*****

Próximo a concluir el presente año, el año 2022, será el veinticinco aniversario del momento creativo en que Jose Luis concibió y plasmó en papel cada uno de los versos que contiene el cuaderno de Tindaya.

No dudo que será un momento excepcional para traer la obra a su isla natal y representarla con la mayor dignidad. Desconozco si la gestión deberá partir de la concejalía de Cultura del ayuntamiento de Telde o de la consejería correspondiente del Cabildo Insular. Se supone que ambas instituciones velan y apoyan la cultura canaria y que ambas cuentan con gestores y técnicos capaces de poner en valor y reconocer tan extraordinaria labor.

Esperemos que así sea. Una vez más, será un buen momento para, recuperando las palabras de Domingo González Ruano al finalizar el acto, visibilizar el trabajo y esfuerzo que se desarrolla cada día en las clases de canto, música y danza de tantos lugares pequeños y perdidos de las geografías insulares.

No pongo en duda que nuestras instituciones municipales e insulares sabrán estar a la altura de las circunstancias y tampoco dudo de la oportunidad que se les brinda con la exposición de este encuentro poético-musical en la isla donde nació y vivió, acto que hace justicia al reconocimiento debido a su autor, el escritor fallecido José Luis González Ruano.

No me queda más que felicitar a tan maravilloso grupo de juglares que, en la inolvidable noche majorera, supieron llevarme de esta isla castillo llamada Gran Canaria a su amada Fuerteventura, gracias a una tan atractiva como novedosa propuesta de color y alegría inspirada en los versos del querido trovador de La Garita.
Espiño Meilán, José Manuel
Espiño Meilán, José Manuel


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