Aprender a Dios en Dios
domingo, 07 de junio de 2020
Dios es amor. No te conformes con creerlo. Entra en lo que crees: entra en el amor con que te aman, aprende el amor con que has de amar.
Porque es amor, Dios sólo puede ser Uno, pues el amor es vÃnculo de perfecta unidad. Pero, iluminados por la palabra de la revelación, al proclamar nuestra fe en la verdadera y eterna y única divinidad, adoramos a Dios Padre, con su único Hijo y el EspÃritu Santo, tres Personas distintas, de única naturaleza e iguales en su dignidad.
He pedido palabras a la liturgia para decir de lo indecible, para hablar de lo inefable. Pero has de buscar en la memoria de la fe otras palabras que te ayuden a entrar en el misterio que confiesas, a gustar lo que se te conceda conocer, a contar lo que allà se te haya concedido gustar.
No se entra en el misterio de Dios por la fuerza de la deducción lógica, sino por la gracia del encuentro amoroso. Sólo el amor abre el cielo para que oigas y veas, para que conozcas y creas, para que gustes y ames.
Se te ha dado conocer el amor del Padre al Hijo: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco”. Se te ha concedido saber del amor que el Padre te tiene a ti: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna”. Te han llamado a morar en el amor que has conocido: “Como el Padre me ha amado, asà os he amado yo; permaneced en mi amor”.
Ya sabes dónde has de aprender a Dios, para conocer la gloria de la eterna Trinidad y adorar su unidad todopoderosa: a Dios lo aprendemos en Cristo Jesús. Nadie va al Padre, si no va por Jesús. Nadie recibe el EspÃritu, si no lo recibe de Jesús. Quien ha visto a Jesús, ha visto al Padre, porque Jesús está en el Padre, y el Padre está en Jesús.
En Cristo Jesús aprendemos este misterio, que no es sólo de Dios, sino que, por el amor que Dios nos tiene, es también nuestro misterio: “Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mÃ, y yo en vosotros”.
A ti, por la fe, se te ha dado beber de la eterna fuente que es la Trinidad Santa, pues el Hijo de Dios salió del Padre y vino al mundo, salió de Dios y vino a ti: creÃste en él para salvarte, bebiste en él para tener vida eterna.
A ti, por la fe, se te ha dado volver con el Hijo a la eterna fuente de la que Él ha nacido, de la que Él habÃa salido. Ya no podrás hablar del Hijo de Dios sin hablar de ti, pues Él no quiso volver al Padre sin llevarte consigo.
Considera dónde moras, en qué fuego tu zarza arde ya sin consumirse, en qué infinito caudal se apaga tu sed de eternidad, y deja que el deseo de Dios te mueva hasta que te pierdas en el Amor.
Y mientras no llega para ti la hora del deseo apagado, entra en el tiempo divino de la EucaristÃa, y habrás entrado por el sacramento en la eterna fuente que mana y corre.
Allà aprenderás a Dios; allà conocerás la gracia del Hijo, el amor del Padre, la comunión del EspÃritu; allÃ, con Cristo y con los hermanos, imitarás el misterio de la divina unidad, para tener, con todos, un mismo sentir, un solo corazón, un alma sola.
Desde dentro de la fuente llegan a tu corazón palabras para nombrarla: “Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira, rico en clemencia y lealtad”.
Imita lo que nombras, y, de ese modo, por la puerta humilde de tu compasión y tu misericordia, los pobres aprenderán en ti el misterio de Dios.
(Fr. Santiago Agrelo es Arzobispo emérito de Tánger)
Agrelo, Santiago